El Principado desciende al quinto puesto entre las regiones de más producción láctea, pese a los heroicos esfuerzos de los ganaderos que resisten, que cada mes son menos.
Una vaca frisona en una ganadería de Gozón. / MARIETA

Los asturianos tenemos la comercializadora y transformadora líder del mercado lácteo nacional. Tenemos los mejores pastos del país, el conocimiento y la tradición de la ganadería de leche. Y hasta la mayor variedad de quesos del mundo. Pero nuestra producción ganadera de leche está en claro descenso desde el siglo XX, mientras el resto del país se mantiene o, incluso, crece.

En 2002, los ganaderos asturianos eran los terceros productores de leche del país, tras la inalcanzable Galicia. Hoy está claramente superada, además de por los gallegos, por los ganaderos castellano-leoneses y por los catalanes. Se pelea, mes a mes, con Andalucía por el cuarto puesto, y no siempre gana. Y ve acercarse a Cantabria con cierta consistencia.

Aún peor, Asturias sigue siendo la segunda región con más ganaderos de leche (1.654 a cierre de octubre pasado), pero sigue muy lastrada por un modelo de ganadería pequeño o mediano, que hace que la media de toneladas de leche producida por cada ganadero al año se quede en 335,30, por debajo de las 555,06 de la media nacional y a años luz de las 1.691,72 toneladas que produce el ganadero medio catalán.

¿Qué está pasando? En primer lugar, el abandono del campo es evidente. De enero de 2018 a octubre de 2019 Asturias perdió 208 ganaderos de leche. De 1.862 a 1.654, es decir, un 11,17% de las ganaderías de leche asturianas, o bien dejaron completamente la actividad, o dedicaron su cabaña bovina exclusivamente a la carne. Una ganadería de leche menos cada tres días en los últimos 600.

Y la producción también baja, aunque no al mismo ritmo. De 2018 a 2019, aproximadamente un 4%. De 560.000 toneladas a 540.000, en números redondos aún no cerrados, en el caso de 2019. Se reducen los productores, la producción y también los compradores. Bien es verdad que el gran comprador de Asturias es la Central Lechera Asturiana, que capta el 70% de la producción regional y agrupa al 60% de los productores. Pero también hay volúmenes relevantes en las compras de Reny Picot o Monteverde, por ejemplo. En total, sin embargo, los 31 compradores que había en septiembre de 2018 en Asturias se han convertido en tan solo 24 justo un año después. Buena parte de ellos, con todo, siguen comprando leche a productores de las tres regiones vecinas (sobre todo a Galicia, donde una de las empresas asturianas tiene un secadero de leche que le permite reducir sus costes logísticos).

Estas cifras hablan de un cierto proceso de crecimiento en tamaño de las ganaderías que sí se mantienen en la producción láctea. Son granjas que poco a poco van cambiando hasta el paisaje. Naves de aspecto cada vez más industrial, rodeadas de grandes extensiones de terreno con amplias plantaciones de maíz forrajero y raigrás. Grandes fincas como no era habitual ver en Asturias hace no tanto. Y una mentalidad, en sus gestores, claramente empresarial: «Tenemos que optimizar cada céntimo que se gasta y cada hora que se trabaja», aduce el tinetense, de Corniella, Pablo Bueno de la Cera, cuya explotación, ganadería Xirin, es de alta montaña por zona, pero comparte con las que perviven una vocación de crecimiento paulatino.

Persiste la pregunta de las causas. La respuesta es multifactorial y no se puede aplicar la misma receta en cada caso. Ganaderos y sindicalistas coinciden en que la falta de relevo generacional es una de las claves. La leche da dinero si el volumen que se maneja es grande, porque los márgenes de explotación se reducen año a año. Y los ganaderos de mayor edad encuentran cada vez menos estímulos para continuar con la actividad, mientras que buena parte de sus hijos, cuando los tienen, prefieren buscarse el sustento en negocios más seguros o por cuenta ajena.

«No queremos subvenciones»
El precio al que se ven obligados a vender (entregar, se dice en el argot del sector) su leche es también una de las causas mayores de abandono de la actividad. Tanto el presidente de COAG, Ramón Artime, como la secretaria general de COAG, Mercedes Cruzado, aluden a esta causa como una de las principales, subrayando la tendencia general del consumidor de «buscar los precios más bajos, olvidándose de la calidad, para un producto fundamental para la alimentación temprana», dice Cruzado.

Esto no se traduce en un precio sustanciosamente mejor para el productor. El ganadero asturiano se beneficia, con todo, de un precio ligeramente superior al que percibe el gallego o el cántabro, por ejemplo, porque el mayor comprador de la región, Central Lechera Asturiana, favorece a los ganaderos, socios propietarios de la misma. Así, el último dato disponible indica que el ganadero asturiano percibe unos 34,9 céntimos por litro (sin IVA), frente a una media nacional de 32,6. «Más barata que el agua en los supermercados», esgrime Mercedes Cruzado como una gran contradicción. El precio asturiano se beneficia del hecho de que la Central Lechera Asturiana es una cooperativa y con ello se elimina en parte al intermediario (figura detestada claramente por la mayoría de los ganaderos).

Aún así, raro es el ganadero que admite que sus costes por litro bajen de los 30 ó 31 céntimos. ¿Es posible producir por menos? Sí, pero a base de un aspecto relativamente imponderable económicamente. Las horas de trabajo del propio ganadero. Si elige reducir costes, no puede llegar a un número de reses que le obligue a introducir, por ejemplo, robots de ordeño o carros automatizados de alimentación. Y tiene que cultivar en sus propios terrenos (o alquilados) la mayor parte posible de la comida de sus vacas. Unos 50 kilos largos por día y cabeza, principalmente de maíz, pero con importantes cantidades de raigrás, alfalfa y piensos compuestos.

Si apuesta por la producción alta, por fiar sus beneficios al volumen, ha de sacrificar parte del margen comercial, porque tendrá que mecanizar y contratar mano de obra. Y son ya abundantes los ganaderos que se deciden por esta opción: «O creces, o cierras», apuntan el naviego Pedro Suárez, de la ganadería Cegarito, en Somorto; y los hermanos Fernández (Alfonso, Emilio y Juan Manuel) de la gozoniega ganadería La Corona.

Estos últimos anotan también que las administraciones públicas «ponen bastantes palos en las ruedas». Con 200 hectáreas (dos kilómetros cuadrados, o unos 230 campos de fútbol) de fincas y unos 6.100 metros cuadrados de naves para el ganado, se encuentran con que «el Ayuntamiento no nos deja edificar otra nave», con la que pretenden pasar de sus actuales 450 cabezas a «unas 600».

Coinciden en la necesidad de crecer con Pedro Suárez, que gestiona 290 reses en Somorto en una nave que construyó en tres fases (tiene otra para la recría) y está levantando otra similar a la principal para aumentar su producción. Los hermanos gozoniegos tienen seis empleados y, entre otras mecanizaciones, una sala de ordeño para 20 vacas de cada vez. El naviego, que lleva el negocio con su madre, su esposa y un empleado, tiene dos robots de ordeño y un tercero en camino. Tecnología punta que sube el coste de la leche, pero que permite explotaciones de buen tamaño.

Pero por encima del modelo de explotación por el que opten unos y otros, todos coinciden en que el mayor problema que sufren es «el precio al que tenemos que entregar la leche», como explica Pablo Bueno. Los hermanos Fernández y Pedro Suárez van incluso un poco más allá: «Que las administraciones se queden las subvenciones; no las queremos si nos aseguran que vamos a cobrar un precio justo», dicen los Fernández, que añaden que «sabemos que no se pueden fijar precios, pero nadie se va a morir por pagar en la tienda cinco o diez céntimos más por litro de leche buena, y eso nos daría la vida». Pedro Bueno lo matiza:«La nueva PAC podría quitar todas las ayudas si se nos pagase un buen precio por la leche. Pero no se puede dar dinero público a un sector si el sector no lo merece».

La futura PAC y las cuotas
El modelo productivo del campo asturiano no obedece en exclusiva a criterios económicos. Si así fuera, buena parte de sus profesionales no podrían continuar con su actividad. Alerta Ramón Artime de que «las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea suponen aproximadamente el 35% de la renta agraria», por lo que, con vistas a la futura PAC, aboga por concienciar a la clase política española de que «no podemos perder un solo céntimo, y debemos disponer de una PAC clara y concisa, mucho menos burocratizada».

Le pide eso a unos políticos que, según este líder sindical agrario, «no creen en el sector primario y son al cien por cien urbanitas, sólo se suben en un tractor tres días antes de las elecciones». A ellos les insta a «aprovechar la globalización y las necesidades crecientes de alimentos en el mundo» para generar planes de actuación que beneficien al campo europeo, español y asturiano.

«Aquí solo vale optimizar costes»
Doña Concha Fernández, 93 años de trabajo en la huerta y en la cuadra resumidos en una sonrisa, mira con orgullo a su hija, Begoña de la Cera y a su nieto, Pablo Bueno, al calor de su cocina de carbón en Casa Xirin, una de las seis de Corniella (Tineo). Tres generaciones, y muchas antes que ellos, de arrancar el pan y las alubias a una tierra dura de vivir. De alta montaña.

Hoy son Pablo y su inminente esposa, Fátima Rodríguez, quienes llevan las riendas, con la ayuda de Begoña y su marido, Víctor Bueno. Y contra una lógica urbanita, se han propuesto aplicar a la aún pequeña ganadería métodos de mediana empresa. No les va mal. «En seis años hemos pasado de una cuadra típica a tener una nave que queremos ampliar y a tener 67 vacas», dice Pablo, cuyo discurso templado y firme le hace parecer mucho mayor de los 27 años que confirma su DNI. Es una tierra dura, decíamos. Y en un negocio como el suyo, solo vale apretar. Con la alimentación del ganado, porque «cultivamos todo lo que podemos, para solo comprar el pienso y algo de paja de León. Producimos nosotros los 20 kilos de maiz, 11 de reigrás y la hierba que come cada vaca al día». Con el agua: «Hemos hecho un sondeo de 60 metros de profundidad que nos da 40 litros por segundo. Porque las vacas beben mucho. Antes pagábamos 200 euros al mes de agua, ahora la bomba del sondeo se nos lleva 60 euros por la electricidad, y nos da seguridad, porque antes la traída de agua no siempre llegaba en verano». La sequía estival como un problema vital en las montañas de un Tineo que hoy luce nevado.

Se superan problemas, pero a base de dedicar horas. Ese imponderable de los autónomos. «Y también de comprar por internet», revela Pablo, que se explica: «Por ejemplo, cuando mi madre me pasó la ganadería, compré las parrillas del suelo de la cuadra por 700 euros en Sarriá. El precio de mercado habría sido de 2.500 euros. O el tractor que está en la cuadra debajo de casa, que lo compré por 5.800 euros y está en pleno funcionamiento» (un tractor nuevo puede superar bien los 60.000 euros de coste).

Pablo Bueno vende toda su producción a Industrias Lácteas Monteverde, para la producción de queso. Le pagan «0,309 euros de precio fijo por litro», a lo que hay que añadir «los incentivos por calidad en grasa (si la leche tiene de un 3,70% a un 4,10% de lípidos) y en proteína (de un 3,1% a un 3,4%)».

Se queja Pablo, como sus compañeros, de la «incertidumbre con la que nos encontramos ante la Administración. Por ejemplo, con el tratamiento de los purines. Los políticos diseñan y aplican medidas desde la ciudad sin buscar soluciones a los problemas del sector, como pasó con la térmica de Soto y con las minas», advierte.

«En cinco años muchos cerrarán»
Al llegar a Somorto por la autovía se percibe un paisaje, en cierto modo, nórdico. Grandes praderías ordenadas en torno a naves ganaderas de reciente construcción. Una plantación de arándanos. Buenas comunicaciones. O decentes, si olvidamos la situación del tren, decimonónica en la zona.

Pedro Suárez, de 36 años, se hizo cargo hace 16 de la ganadería familiar. Con ocho vacas. En ese tiempo ha construido una gran nave, en tres fases, junto a su casa, para las vacas en producción (125 del total de 290 que gestiona). Y otra, cercana, para la recría. Ha instalado dos robots de ordeño de última tecnología, a razón de 130.000 euros de inversión cada uno. Robots que limpian a cada vaca y la ordeñan; que saben cuál es, y le dan su mezcla de pienso gradualmente, en el tiempo que saben cuánto va a tardar en ser ordeñada. Que avisan de cualquier irregularidad (sangre en leche, mastitis, celo…). Y que permiten el ordeño permanente, 24 horas al día. Pero que suponen 1.000 euros al mes de mantenimiento. Pedro tiene mecanizado hasta el amamantamiento de los recién nacidos, y espera un tercer robot, que instalará en la nueva nave de producción, tan grande como la primera, que está construyendo. «O creces, o mueres», aduce. «Y, claro, de aquí a cinco años, con la cantidad de ganaderos de 57 a 65 años que hay, sin relevo generacional, van a cerrar muchos». Porque para crecer hay que hipotecarse. En dinero y en trabajo.

Ello creará también una oportunidad para crecer para los que queden, pero los ganaderos son cautelosos. Porque juegan con márgenes reducidos. Porque el suyo es un negocio con riesgos biológicos. Porque «la leche tiene mala fama socialmente porque dicen que las vacas contaminan». Porque, contra lo que pueda parecer, el cierre de una ganadería no hace de ella un saldo: «A la hora de comprar vamos a ser siempre muy cuidadosos con elegir vacas cuya genética se adapte a la de nuestra ganadería. Preferimos crecer poco a poco y de manera natural», dice Suárez, insistiendo en que «lo que nos queda es subir la producción para seguir trampeando».

Mientras habla le escuchan su madre, Julia Álvarez, y su esposa, Yasmir Lanza, sus socias en el negocio. Trastean por la cocina sus hijos, Lucía y Jacobo, a los que no tiene claro si quiere dejar el negocio: «Que sean lo que ellos quieran», dice, aunque se le nota el orgullo por lo que hasta ahora ha hecho. Es Pedro un hombre tranquilo entre el verde, a quien lo mismo le da que Oviedo, Gijón o Avilés estén a una que a dos horas. Su vida está en Navia.

Produciendo leche. Mucha. 4.250 litros al día. Pasando tiempo en familia. Despertándose a veces a las cuatro de la mañana. Viendo amanecer en una granja con futuro.

«O se toman medidaso el Paraíso Natural desaparece»
Alfonso, Emilio y Juan Manuel Fernández son tres hermanos y una piña. Tienen muy claro cuál es su negocio. La optimización de costes, incluyendo el bienestar de las vacas. Con dos décadas largas de actividad y dos kilómetros cuadrados de cultivos, La Corona tiene hoy 450 cabezas, que cuentan con tres naves que suman más de 6.100 metros cuadrados. Quieren crecer, pero se encuentran «con que el Ayuntamiento nos lo impide».

Las normas «de unos y de otros acaban por hacer imposible este negocio. Y las grandes superficies pueden vender leche, zanahorias, naranjas o pimientos del Padrón producidos en Marruecos, en Sudáfrica, o vaya usted a saber dónde, sin las garantías fitosanitarias que se nos exigen a nosotros», esgrime Emilio Fernández, que considera que «o las administraciones toman medidas o el Paraíso Natural desaparece. Porque las praderas no se mantienen verdes y como un green de golf ellas solas».

¿Vale la leche asturiana lo que cuesta? «¡No, mucho más!», afirman. Alfonso se levanta y va por facturas de 2005. De venta de la leche a Central Lechera Asturiana. En 2005, a 0,344 euros el litro. Igual que hoy, con diferencias de milésimas. De compra: el pienso, de 0,231 euros a más de 0,300. «Y en 100.000 kilos de pienso al mes, estamos hablando de una diferencia de más de 6.000 euros. Mensuales. Y el gasoil, a casi el doble de precio; y la electricidad, disparada, y la maquinaria…».

Los Fernández encarnan a aquellos ganaderos que optaron por generar más volumen de producción para compensar la bajada del margen comercializara ello, crecieron en tamaño. En mecanización. En empleados. En criterio empresarial. En riesgos, también. Y en dolores de cabeza. Pero en una foto fija, su ganadería es un gozo de ver.

De las 450 vacas, unas 215 están en producción de leche, y aproximadamente, 35 ‘secas’. El resto, novillas de recría. Las que están en producción, reciben una ración diaria por cabeza de 35 kilos de maiz, unos 5 de reigrás, 1,5 de alfalfa y unos 14 kilos de pienso.

Tres veces al día, ordeño mecanizado. De 20 en 20 vacas van pasando a las dos filas de la sala, donde tres laboriosos senegaleses se turnan para limpiar las ubres y colocar las chuponas. En ocho minutos se ordeña cada remesa. Acaban en poco más de hora y media. Todas las vacas tienen su podómetro: «Con ello podemos saber si una vaca está en celo, porque camina de más y tiene más actividad. O si está lesionada o enferma, por lo contrario», explica Alfonso. Emilio añade que «los 3.000 euros al año que viene a costar el sistema de podómetros se compensa de largo con la mano de obra, el ahorro de costes de inseminación y la alerta temprana de lesiones que supone». Profesionalidad.

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