Nombres como Danish Crown, primer procesador y exportador de carne de cerdo del mundo; Kerry Group, el grupo lácteo irlandés que ha evolucionado hacia un gran proveedor de ingredientes alimentarios; o las holandesas Friesland Campina (lácteos) o The Greenery, uno de los diez mayores exportadores hortofrutícolas mundiales, tienen algo en común. Son grupos cooperativos. El modelo de las empresas de economía social en el norte de Europa es la sana envidia de parte del campo español, el que lleva años tratando de evangelizar sobre las bondades de ganar tamaño integrándose.
La creciente protesta de agricultores en los últimos meses ha redirigido el foco de la respuesta del Gobierno, en parte, hacia esa necesidad de mayor integración entre las cooperativas. ¿Qué se puede o debe hacer para lograr empresas de miles de millones en ingresos y liderazgo mundial que resistan mejor coyunturas desfavorables y también la creciente concentración de la distribución? El ministerio de Agricultura aseguró esta semana que en España hay unos 800.000 productores, unas 4.000 cooperativas agrarias y, siendo el cuarto país en producción agroalimentaria de la Unión Europea, no hay ninguna cooperativa española entre las 50 primeras de Europa.
Agustín Herrero, director general de Cooperativas Agro-Alimentarias de España, esgrime varios factores que explican las diferencias. Primero, las geográficas, ya que los países nórdicos como Holanda o Dinamarca son muy llanos y con climas más homogéneos respecto a la península. “En esos países, y en concreto Holanda como miembro fundador de la antigua Comunidad Económica Europea, se recibieron tras la Segunda Guerra Mundial, ingentes fondos de las primeras políticas agrarias comunes (PAC) a partir de 1957 para alimentar a un continente necesitado de producción local. Esas grandes producciones luego derivaron en grandes excedentes que hubo que exportar y valorizar. En España hasta hace relativamente pocas décadas no hemos sido excedentarios en hortofruticultura y, en especial, en aceite”, argumenta.
Herrero recuerda en este sentido que los grandes grupos cooperativos se crearon en torno a la leche, la fruta y la carne, productos excedentarios en esos países, mientras que en aquellos otros productos destinados al mercado local no ha habido ese crecimiento empresarial. “También hay que incluir en la ecuación un factor cultural, el de su carácter fuertemente asociativo que les ha llevado a generar igualmente grandes grupos financieros cooperativos como Rabobank”. En España, en este sentido, lo más semejante es el Banco de Crédito Social Cooperativo impulsado por Grupo Cajamar y que aglutina a la mitad del sector de las cajas rurales.
Junto a circunstancias históricas diferentes a las de España, en el norte de Europa hay una cultura de asociacionismo sólida. Rabobank es otra muestra
David Uclés, miembro del servicio de estudios de Cajamar, pone cifras a la desigualdad entre el campo español y el europeo; y entre el productor y el distribuidor en España. “Las cooperativas más grandes de nuestro campo se encuentran en torno a los 1.000 millones de facturación, pero la media de las 122 de mayor dimensión era de 98 millones en 2017. Al mismo tiempo, el líder de venta minorista en el gran consumo español está facturando en torno a los 25.000 millones, y las cadenas regionales se mueven en el entorno de los 500 millones. Una descompensación que sin duda repercute en el poder de negociación de unos y otros”. Es decir, Coren, Dcoop, Grupo AN o Anecoop no son suficientes pese a su loable desarrollo: hacen falta más y más grandes.
Papel clave de las autonomías
Igualmente, desde el ámbito del estudio experto sobre el sector, el profesor y exrector de la Universidad Politécnica de Valencia, Juan Juliá, lanza un mensaje positivo cara al futuro. “Creo que podemos estar razonablemente esperanzados, ya que sí somos conscientes de la necesidad de intensificar diferentes procesos de integración y concentración empresarial junto a una mayor apuesta por la innovación, diversificación, internacionalización y mayor orientación al mercado con sistemas de organización y gobierno que faciliten estos cambios”.
En este último sentido, el director general de Cooperativas señala que las Administraciones Públicas tienen un papel “fundamental”. “Ha de acabarse el reparto de subvenciones generalizado. Las ayudas deben ir dirigidas a fomentar la integración y a mejorar y modernizar la producción y la comercialización. En definitiva, no ayudar a atomizar sino a unir a la oferta. El Gobierno central ya reguló las denominadas Entidades Asociativas Prioritarias, figura destinada a grandes grupos, y las comunidades autónomas deben regular ahora cómo integrara a las pequeñas y medianas cooperativas. Andalucía, Navarra y las dos Castillas lo han hecho, pero queda mucho trabajo por delante en otras zonas”.
Uclés, en el mismo sentido, recuerda que esos incentivos establecidos por la legislación nacional “no han resultado suficientemente atractivos (actualmente hay 13 entidades asociativas prioritarias, y la ley se aprobó en 2013)”. Añade además otros motivos específicos del cooperativismo español que han restado opciones de concentración: “la propia variedad de nuestra agricultura, muy diversificada tanto sectorial como territorialmente; la menor vocación internacional de nuestros productores hasta hace relativamente poco tiempo; o que el fenómeno de la gran distribución es relativamente moderno en nuestro país”. Todo ello, asegura, sin olvidar el papel de los consejos rectores de las propias empresas “los cuales o no han sabido leer la situación o no se han encontrado en la necesidad de tomar decisiones que al fin y a la postre resultan en un menoscabo de su capacidad de decisión”.
Por su parte, el profesor Juliá apunta además a otros dos aspectos que considera clave en el éxito del modelo cooperativo nórdico. Consultado específicamente por el holandés, el gran competidor de la huerta mediterránea española al ser el primer productor hortofrutícola europeo, señala a la mayor inversión en I+D y a la mayor cercanía con ámbitos académicos. “Holanda, por ejemplo, es el país de la UE que más gasta en I+D aplicado al agro en porcentaje de PIB. Posee además uno de los sistemas universitarios más desarrollados de la UE y, especialmente, en ciencias agroalimentarias donde cuenta con la institución más reconocida en el mundo, Wageningen, con una muy estrecha relación con el sector”.
España, cuarto país con más producción agroalimentaria de Europa, cuenta ya con varias universidades e investigadores en los primeros puestos mundiales en agroalimentación (en la clasificación de los 100 primeros puestos mundiales). Juliá llama a incrementar esa colaboración entre el sector cooperativo y el académico.
Los segmentos en los que existen claros nichos para elevar el tamaño y concentrar la producción son, según el análisis de Herrero, el vinícola y el del aceite de oliva. “En el vino hay aproximadamente un 50% de nuestra producción fuera de Denominaciones de Origen, que tienen algo así como mecanismos propios de regulación. La otra mitad sí está fuertemente atomizada. En aceite, el mercado en origen se divide a tercios: uno fuera de cooperativas a través de almazaras industriales, otro agrupado en grandes cooperativas y el último, donde está la opción de aumentar tamaño, formado por decenas de pequeñas cooperativas”.
Mirando igualmente a futuro, y viendo por ejemplo el surgimiento de grandes grupos de producción primaria controlados por grandes fondos de inversión o fortunas individuales, Cooperativas Agro-Alimentarias está ya debatiendo cómo atraer a estos nuevos productores. “Tenemos que convertirnos en atractivos para la nuevas formas de producción. Tendremos que cambiar en la manera en la que participan los socios en las cooperativas, en cómo se asocian las cooperativas entre sí o en las fórmulas de liquidación de las entregas a los socios”. En Holanda, por retomar de nuevo un ejemplo concreto, existen ventajas fiscales tanto para los empleados en el pago del impuesto sobre la renta como para los socios cuando se reparten dividendos.
Un mensaje final a navegantes de David Uclés deja en cualquier caso abierto a la reflexión este camino que parece inexorable hacia la integración cooperativa: “Lo que no está tan claro es si este proceso se está realizando a la velocidad que requiere la situación o si con esta concentración será suficiente para solucionar los problemas de rentabilidad de los agricultores. Me aventuro a afirmar que la respuesta a la primera cuestión es sí, y que a la segunda es no”.