Un fundido a negro. Ese es el temor de buena parte de los ganaderos del Archipiélago. La parálisis económica a la que ha conducido el estado de alarma sanitaria por la irrupción del Covid-19 estrangula la vida de sus explotaciones. Pese a que el sector primario pudo continuar con su actividad con la hibernación de la economía, el cierre de los establecimientos hoteleros y el cerrojo de la restauración les ha conducido a un laberinto de difícil salida en el que se ven obligados a tirar leche, cambiar tiempos de gestación y secar vacas. No hay demanda para asumir toda su producción; tampoco cuentan con el espacio suficiente para curar los quesos que se apilan en sus cuevas y almacenes. ¿Hasta cuándo podrán sostener esta situación? Esta es la pregunta que, día tras día, ronda en sus cabezas.
Jirones de rabia, impotencia y amargura se desprenden de la voz de Heraclio del Castillo, quien a su cargo tiene 960 vacas en Fasnia, en Tenerife. Cuando el avance del coronavirus condujo al Estado a decretar la alerta sanitaria confiaba en encontrar el respaldo de las grandes industrias para absorber los litros de leche que finalmente tuvo que tirar. “Pensaba que era fácil de solucionar y que las grande centrales apoyarían, pero aquí ni chispa”, espeta. Durante doce días desechó buena parte de la leche que obtenía de sus vacas. Sus pérdidas diarias ascendían a los 3.000 euros.
El ganadero, que asegura no haber visto nada “tan trágico” como lo de ahora en sus 20 años en el sector, apunta a las subvenciones que se conceden a través del Régimen Especial de Abastecimiento (REA) para la importación de leche en polvo como una parte responsable de la actual situación. Una antigua batalla del sector, “la misma guerra”, que emerge de nuevo ante la falta de oportunidades que encuentra entre la industria asentada en las Islas.
La Consejería de Agricultura y Ganadería del Gobierno regional, en manos de Alicia Vanoostende, ha dado su apoyo a la primera batería de medidas que plantea el Ministerio de Agricultura a la Comisión Europea, en la que se requiere la urgente intervención en la ganadería ovina y caprina. Vanoostende ha hecho hincapié en la necesidad de fomentar la venta local de productos frescos en las grandes superficies y mercadillos, impulsando, en su caso, la comercialización a través de la empresa GMR para dar salida a los importantes excedentes de leche fresca, queso y otros productos derivados del sector ganadero. Pero apenas hay tiempo para la espera.
Del Castillo, hasta antes del estallido de la emergencia sanitaria, producía 3.200 litros de leche al día. Ahora solo 1.100 para abastecer a una quesería y alimentar a los terneros. Cuenta con cerca de 260 vacas lecheras, de las que solo ordeña 87. Para evitar tirar leche por el sumidero, secó 90, “algunas con un mes de paridas”. “Perdía más botando la leche que de esta manera”, indica. El resto, unas 80, están en pleno periodo de gestación. La otra parte de su negocio se asienta en la producción de carne y esta, de momento, no se ha visto tan afectada. “Las carnicerías tradicionales siguen moviendo, un poquito menos, pero siguen”, señala con alivio.
El cierre de hoteles y restaurantes ha provocado que muchos ganaderos tengan que reorganizar sus explotaciones para adaptarlas a la demanda actual, con cambios en la alimentación para reducir la producción de leche o el adelanto de los periodos de gestación. Una situación que les ha puesto contra las cuerdas y que Heraclio del Castillo barrunta que va para largo. Una desgracia más que suma a las cuatro que asegura vivir: la de ser autónomo y tener que mantener a tres trabajadores sin apenas apoyo de la industria y sin el sostén de ayudas que contribuyan a paliar esta situación.
El presidente de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) de Canarias, Rafael Hernández, indica que ya han solicitado a la Administración el anticipo de las subvenciones con las que cuenta el sector. Es pura matemática: “Los animales siguen comiendo. Si no tienes ingresos y sí gastos, no tienes liquidez”. Así de simple y así de complicado. Hasta ahora, para garantizar la supervivencia y crecimiento del sector, “se hizo lo que se tenía que hacer”. Mirar al más fuerte, al turismo, como tabla de salvación. La actividad turística representa más de un tercio del Producto Interior Bruto (PIB) del Archipiélago y los ganaderos aprovecharon su fortaleza para crear sinergias y abrir nuevas vías de comercialización. Ahora, en cambio, es la clausura del turismo, junto con el cierre de la restauración, quien amenaza con estrangularlos.
El canal de la distribución alimentaria sigue abierto, pero para el sector es notablemente insuficiente. Más aún porque se había producido una recuperación de la producción de leche de ganado vacuno en los últimos años. Incluso sabia nueva, gente joven, había puesto sus ojos y su futuro en esta actividad. Los datos publicados por el Instituto Canario de Estadística (Istac) hasta 2019 reflejan que en los últimos cinco años la cabaña bovina de las Islas -la más dañada por esta crisis- había crecido un 18,09%, al pasar de 16.434 cabezas a 19.408. En otras palabras, el Archipiélago cuenta con 2.974 vacas más. Un hito para un sector que siempre ha luchado por sobrevivir.
Para garantizar el inicio y la continuidad de determinados procedimientos administrativos relacionados con la concesión de ayudas a esta actividad durante la vigencia del estado de alarma, la Consejería de Agricultura y Ganadería publicó el viernes una orden con tal objetivo en el Boletín Oficial de Canarias (BOC). Vanoostende recalcó entonces en un comunicado “la necesidad de impulsar los procedimientos de subvenciones para adelantar los pagos y dar liquidez a los sectores más afectados por la crisis”, entre los que se encuentra la floricultura, la pesca y la ganadería. Una intención que los ganaderos esperan, como agua de mayo, que se materialice cuanto antes.
Una de las soluciones a la que han echado mano para evitar tirar leche es la transformación de la misma en queso. Una salida que actúa a modo de parche y que no saben por cuánto tiempo se podrá sostener por el límite de espacio. “Al pararse las ventas en ese canal -el de la restauración y hoteles- se ha ido curando el queso y claro, hay un límite”, esgrime el presidente de la COAG. Valga como muestra que en Canarias, que cuenta con cerca de 400 queserías, se produjo unas 4.620 toneladas de queso el pasado ejercicio.
Si los problemas de comercialización se convierten en problemas de espacio, la cuestión parece evidente. “¿Qué hago con tanto queso?”, se pregunta una ganadera de Gran Canaria que prefiere ocultar su nombre “no sea” que la gente vaya a pensar que no vende por tener el virus. “No sea, no sea”, repite una y otra vez: “Ya sería la puntilla”. Ella, al igual que Del Castillo, ha tenido que tirar leche. “Verla derramada me encogió el corazón. No sé qué se puede hacer para salir de esta, pero así no podemos seguir”, lamenta con un suspiro. Suspiros que no han cesado desde que el estado de alerta sanitaria interrumpió el ritmo económico del Archipiélago y que ha vuelto a poner en la casilla de salida a muchos ganaderos: “Cuando esto pase, porque tendrá que pasar, será un nuevo comienzo. Tendremos que volver a buscar restaurantes y también más comercios, como cuando montas el negocio para hacerte un hueco”.
Trabajar en corto
Quien no ha sufrido tantas turbulencias en su explotación ha sido Fátima Sosa. En Punta del Hidalgo, en Tenerife, cuida a 450 cabras. Sus lazos con el pequeño comercio -“consume todo los que estoy descargando en él”- le han permitido seguir adelante con su actividad sin casi notar el terremoto que ha provocado la pandemia del coronavirus. Aun así, no quita la vista del futuro más inmediato y ya ha movido ficha.
Cuando todo comenzó, Sosa ya supuso que tras la crisis sanitaria llegaría la económica. “La gente no va a tener dinero, así que llamé al veterinario para que viniera a preparar el corral para adelantar un mes el periodo de gestación”, expone. La ganadera reduce así su producción de leche y, por ende, de quesos: “Prefiero tenerlas preñadas, trabajar corta que no larga y ser precavida”.
Nadie sabe lo que va a pasar ni cuanto va a durar esta crisis, una incertidumbre que ha conducido a Sosa a modificar los tiempos. “No vamos a ponernos a producir sin saber lo que vamos a vender”, explica. Lo único evidente es que la paralización de la economía, con el consiguiente cero turístico, ha golpeado con dureza a Canarias y a su mercado laboral. Hasta el viernes ya se habían presentado más de 26.000 expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) que afectan a más de 195.000 personas. A final de marzo, y en comparación con el cierre de febrero, se habían destruido algo más de 51.000 puestos de trabajo en las Islas. Ante la pérdida de capacidad de gasto por la merma del poder adquisitivo, Sosa tiene claro que la gente va a pensar más antes de salir a comprar.
Ella, al igual que el resto del sector y operadores de otros segmentos de actividad, jamás se había enfrentado a una crisis sanitaria. En Venezuela, de donde es originaria, vivió un toque de queda antes de que Hugo Chávez se hiciera con poder. Queda muy atrás en el tiempo y los motivos y consecuencias de la reclusión son diferentes.
La ganadería canaria lucha ahora por un nuevo renacer, por volver a lo de antes, a ser igual aunque distinta. A que la luz gane al temido fundido a negro.