La leche es almacenada y procesada por mayoristas que la usan para elaborar quesillo y queso.
Alejandrina Medina llevan la leche de los pequeños productores a los sitios donde será vendida y procesada.
Mientras la mayoría de azuayos descansa, una parte de las familias en la parroquia Shaglli, provincia del Azuay, comienza su trabajo con el ordeño del ganado bien entrada la madrugada.
A las 04:00, Mercedes Cabrera inicia su jornada con la preparación del desayuno para su familia. Terminada esa labor, ella ensilla a su compañero de caminata, un caballo llamado “Morito”, con el que va a su tarea de ordeñar las cinco vacas que tiene en su pequeña finca.
“Esa es mi vida todos los días y esto no se puede dejar de hacerlo, porque hay que dar de comer a los hijos”, indica la mujer, cuyo rostro refleja cansancio a pesar de que recién es media mañana.
Cerca de las 10:00 llega a la parroquia Shaglli, en el cantón Santa Isabel; sobre el lomo de su caballo cuelgan dos cantarillas (vasijas de aluminio) de leche, que son entregadas en una de las bodegas de almacenamiento del producto lácteo.
La materia prima luego servirá para elaborar queso o quesillo. A diario transporta un promedio de 25 litros desde su finca, ubicada a una hora y media del pequeño poblado.
“Ya estoy acostumbrada a la caminata. Igual hicieron mis abuelos y mis padres”, expresa la mujer mientras se seca el sudor de su frente.
Algo similar sucede con María Merchán; ella también se levanta a las 04:00 para realizar este tipo de trabajo, pero en el sector Ayacaña. “No está lejos; en 10 o 15 minutos llego a la parroquia”, manifiesta, mientras baja las cantarillas de leche para su respectiva distribución.
La mujer entrega un promedio de siete galones de leche a los trabajadores de la bodega de almacenamiento. “Es muy difícil el trabajo, pero ya nos acostumbramos. Nuestros padres hacían lo mismo, aunque esa leche era para nosotros, un poco para vender y otro poco para regalar a los vecinos”, indica.
Las mujeres se quejan porque el precio que les pagan por el litro es muy bajo y no representa el esfuerzo que hacen en los potreros, tanto en la crianza como en la alimentación y cuidado de sus animales.
“A veces nos ayudan con talleres; una vez nos regalaron un recipiente para almacenar la leche y cuajarla para elaborar el queso”, dice Merchán, quien agrega que por cada litro de leche que entrega le pagan 35 centavos de dólar.
Sus 10 vacas permanecen en los potreros, montaña arriba. Ninguna dispone de maquinaria para extraer la leche de manera más rápida.
Por eso emplean el método tradicional que consiste en utilizar la habilidad de sus manos. Es el que les enseñaron sus padres. Calle señala que extrae dos veces al día la leche de sus vacas, “en especial a las que están recién paridas”. (F)
“Nuestros padres y abuelos nos enseñaron este oficio”
Alejandrina Medina, quien vive en el sector Buena Vista de la parroquia Shaglli, también cumple su rutina en el campo; ella indica que ya están acostumbradas al frío de la madrugada. “Desde pequeña trabajo ordeñando a las vacas. Nuestros padres y abuelos nos enseñaron este oficio que no lo hemos perdido por la necesidad de consumir y ganar el sustento”, dice la mujer. También se levanta a las 04:00, deja listo el desayuno para sus hijos y camina hasta su trabajo, que está a una hora de distancia.
Algunas personas que habitan en la comunidad Shaglli tienen la vieja costumbre de dejar sus cantarillas al filo de la vía principal. A lo largo de la ruta se encuentran estos envases que luego son recogidos por los comuneros que trasladan la leche a los centros de abasto. La mayor producción lechera del país se registra básicamente en la Sierra Central (73 por ciento); le siguen la Costa (19 por ciento) y la Amazonía (8 por ciento). La mayor parte de la producción la generan los pequeños productores; en total hay 208.000 lecheros.