En medio de estos sacudones, en los últimos años se fue achicando en número de empresas que se dedica a esta actividad. Y a la par de esta concentración, hubo un un estancamiento en la producción nacional, en torno a unos 10.000 millones de litros anuales. Esa es el volumen de leche que se produce ahora, y también el que se producía hace veinte años.
Pero el analista y administrador de tambos Marcos Snyder dice que si se toma un período más amplio de tiempo para hacer el análisis, la oferta de leche creció y que eso fue consecuencia al esfuerzo que se hace tranqueras adentro y no por las señales de precios de parte de la industria.
Mirá la conversación con Marcos Snyder:
“La curva de la lechería argentina es perezosa pero ascendente. En ella se marcan bien los períodos de crisis, pero es ascendente. En los años ’70 producíamos 5.000 millones de litros y en 2015 logramos un pico de 12 mil millones”, comparó Snyder.
Todo, según esta mirada histórica, fue debido a una mayor productividad tranqueras adentro: “Las vacas en aquellos años daban 12 litros diarios y ahora 24” litros diarios en los promedios.
El problema que tiene la actividad, sostuvo el consultor y director del sitio Dairylando, es que “el tambero trabaja quí sin red de ningún tipo”, cuando en el resto del mundo “la lechería tiene redes y reglas claras”.
Estas redes sí funcionan bien en otras actividades, como por caso en el comercio de granos: “El productor agrícola vende soja, hay mercado transparente y sabe a cuánto puede vender y cuánto va a pagar el flete, pero en lechería es bien distinto”, comparó Snyder
-¿Qué hay que hacer entonces?- le preguntamos al especialista
-Muchos dicen que la industria no puede crecer porque no tiene suficiente leche, pero no se puede esperar que el tambero salga a producir sin demanda. La demanda debe saber para dónde va. Y si quiere más volumen debe comenzar a exportar seriamente.
Para contrarrestar el argumento según el cual las fábricas no se desarrollan porque no hay suficiente materia prima, Snyder destacó la inversión de la cordobesa Noal para duplicar su capacidad de recibo de leche cruda, exportar el 50% de su producción y la otra mitad volcarla al mercado doméstico.
“Si la industria quiere más volumen debe empezar a exportar seriamente y darle señales de precios al productor. La única señal es el precio, no son bonificaciones, cursos, ni jornadas técnicas, es el precio”, remarcó.
El analista, en este sentido, comparó los valores que se le pagan a los productores en Argentina con los que reciben en otros países. “Nos invitan a los velorios, a las fiesta nunca”, ironizó.
“Si ves las curvas de precios de países como Estados Unidos, Nueva Zelanda o Argentina, se juntan solo en las crisis con el nivel que se paga aquí. Entonces vos decís: ¿Cómo puede ser que el consumidor argentino pague los lácteos al nivel del europeo y el tambero tenga los precios más bajos del planeta? ¿Cómo puede ser que esa industria que transforma esa leche se queje de que no le va bien? ¿Cómo puede ser que Sancor se haya fundido si tienen la leche más barata del mundo y los precios en góndola más caros del planeta?”
Uno de los argumentos a los que se recurre para explicar los problemas de diferentes sectores industriales o productivos es el famoso costo argentino: alta carga impositiva, alto costo productivo por unidad, problemas de infraestructura, costo laboral elevado, etcétera.
En tal sentido dijo “hay evidentemente un costo país, el costo argentino. Cuando la industria negocia con Atilra (el gremio del sector lácteo) y acuerda darle dinero a los operarios, se sabe quién lo paga, y es el productor. Hay un costo argentino, pero siembre hay un boludo que lo paga”.