Falleció de coronavirus. Fue el último boxeador de gran carisma de Argentina, quien brillo en la era de los mejores welters (Hagler, Hearns, Leonard, Roldán).

El cordobés Juan Domingo “Martillo” Roldán fue uno los boxeadores más atractivos que consumió nuestro país en los últimos cincuenta años. Representó a un personaje sencillo, extremadamente simple, potenciado en el ring, su escenario natural, por una seductora e impactante potencia física.
Roldán, de 63 años y tres veces retador al título mundial mediano, murió en el Hospital “J. B. Iturraspe” de San Francisco, Córdoba. Contagiado de coronavirus desde hace unos días, presentó una insuficiencia respiratoria y había sido hospitalizado.
“Martillo” fue un gran exponente de la cultura gringa del campo del sur cordobés. Nació el 6 de marzo de 1957 en Freyre. Siempre orgulloso de ser portador de tales hábitos, aplicó tecnicismos de doma, yerra, capadas y domadas para convertirse en uno de los noqueadores más temidos del boxeo latinoamericano de los tiempos modernos.
“Desde los ocho meses estoy en el campo en el que hoy vivo. Éramos tamberos y el patrón que nos manejaba me hizo comprarle una parte en 1983, tras la pelea que le gané a ‘Animal’ Fletcher”, relató a Agrovoz en 2016, cuando luchada en el campo contra la inundación. En total, poseía 80 hectáreas en Freyre.
De voz cascada, casi baja, bien hablado, cabeza grande, un tremendo desarrollo en la caja torácica, cintura, cola chica y piernas afinadas, tenía el prototipo de cuerpo ideal para rotarlo de un sector a otro y sacar sus ganchos y cross con destino de KO.
Durante toda su carrera pesó 72.500 y ello le dio equilibrio y sostén en una carrera profesional que se llevó a cabo entre 1978 y 1988, con 75 combates. 67 ganados (45 KO), 5 perdidos, 2 empates y uno sin decisión.
Su imagen y su postal preferida fue una foto con la marquesina de su querido Luna Park, adonde llegó después de un conflictivo divorcio deportivo con la gente de Amilcar Brusa, en 1979.
Aquel muchacho lleno de historias, boxísticas y camperas, cuyos relatos apasionantes intercalaban desde la lucha contra un oso en un circo de su pueblo, sacar un carro empantanado y vivir los combates amateurs más recordados de la zona (Freyre, San Francisco o Las Varillas) ante ‘Karateca’ Medina, ‘Terremoto’ Cardozo o ‘Eddy Gazo’ Encina, se convertiría en campeón argentino y sudamericano de los medianos entre 1981 y 1983 para proyectarse a combatir tres veces por el mundial de una categoría liderada entonces por Marvin Hagler, Roberto “Mano de Piedra” Durán, Sugar Ray Leonard y Thomas Hearns. Y él estaba allí.
Tito Lectoure fue su representante y lo adoptó como su pupilo favorito. Hasta lo entrenó con camisa y corbata, en las añoradas tarde del gimnasio de Lavalle y Bouchard. Aunque el listado oficial de sus entrenadores lo integraron Guillermo Gordillo, Amilcar Brusa y Adolfo Robledo.
Tras sus KO sobre Jacinto Fernández, los hermanos uruguayos Jose María y Carlos Flores Burlón, Carlos del Valle Herrera y algún norteamericano de segunda selección, le llegó su oportunidad de debutar en los Estados Unidos. Y no fueron fáciles los primeros pasos. Dos veteranos como Wilbur Henderson y Teddy Mann opacaron su imagen en reuniones en las que Marvin Hagler era el artista central por toda Norteamérica.
Bob Arum, presidente de la compañía Top Rank, con el que firmó un contrato exclusivo, lo proyectó a una pelea eliminatoria y decisiva que supo aprovechar. El 10 de noviembre de 1983 fulminó a derechazos limpios en el sexto round al estadounidense Frank “The Animal” Fletcher, top en el ranking de la categoría, en el Caesars Palace de Las Vegas. Esa misma noche, donde Hagler vencería por puntos a Roberto “Mano de piedra” Durán, aseguró su primera chance mundialista.
Llegó pronto. Fue el 30 de marzo de 1984, y estuvo muy cerca. Tuvo dos rounds de gloria y ocho de sufrimiento ante Marvin Hagler, con quién perdió por KOT en 10 asaltos tras haberlo derribado en el primero y castigado a gusto en el segundo. Un golpe ilícito – con penetración del pulgar de Hagler en su ojo derecho- lo anuló por completo y él mismo decidió hasta donde seguir. Ese siempre fue su código: pelear en igualdad de condiciones. Marginó la inmolación física como “decoración” de la derrota.
El efecto de la pelea “Roldan-Hagler”, fue imponente en cuanto a coberturas periodísticas y seguimiento popular. Lo mismo ocurrió cuando el 29 de octubre de 1987 logró su segundo instancia mundial (CMB), frente a Thomas Hearns.
Arum optó por volver a examinarlo con anterioridad, incorporándolo al festival el que “Sugar” Ray Leonard destronó a Hagler el 6 de abril de 1987. Alí, Roldán demolió a James Kinchen por KOT 9 y aseguró su segunda oportunidad ecuménica a cambio de 400.000 dólares y US$70.000 extras por derechos de TV (Récord de paga en aquel momento).
La pelea con Hearns -mundialista por el cetro dejado vacante por Leonard- fue corta, dramática y excitante. “Martillo” cayó muy mal dos veces en el primer capítulo, y fue vapuleado en los restantes. Pero tuvo vacilante a Hearns en el tercero durante 30″ y su cross letal falló por un centímetro para noquear al gigante de Detroit, que no podía apoyar la base de sus pies en el ring.
Todos lo vivaron. Su platea favorita en Las Vegas estaba constituida por John y Bo Derek, Telly Savallas, Michael Jackson, Sylvester Stallone, Jack Nicholson, y Gene Hackman entre otras estrellas. María Marta Serra Lima, Palito Ortega y Guillermo Fernández entonaron el himno nacional en sus peleas mundialistas. Todos fueron una simple anécdota para él. Jamás postergó a su núcleo de acompañantes por resignar su tiempo festivo con los famosos de ocasión.
Logró comparaciones estadísticas con los notables pegadores medianos argentinos de todos los tiempos: Luis Galtieri, Rafael Merentino, Eduardo Lausse, Pedro Cobas, Juan C. Rivero y Carlos Monzón. Y siempre lo justificó. El revisionismo deportivo deberá colocarlo como partícipe de las peleas mundialistas mas rutilantes del país.
Casi retirado, decidió aceptar una tercera instancia mundial (FIB) con el ascendente Michael Nunn, pero ya con pocas luces, terminó en la lona en el 8° round, el 4 de noviembre de 1988 en el hotel Hilton de Las Vegas. Tenía 31 años y había logrado todo en este oficio. Cuidó muy bien el dinero que ganó y pasó a ser propietario del mismo campo en el que creció cuando sus padres eran puesteros.
Encontró el equilibrio sentimental, tras algunos vericuetos, junto a María Elena, su última esposa. Fue un padre y un abuelo feliz, querido por todos y sin legión de envidiosos o enemigos en su entorno. Le dio al campo y al respeto por su naturaleza el mismo lugar y preponderancia que le adjudicó al boxeo. La profesión que ideó a “Martillo”, un noqueador de la vieja escuela. Extinguida y entrañable.

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