En los dos establecimientos se produce sin uso de agroquímicos ni hormonas. Cuánto producen, con qué calidad, cuánto les pagan y por qué están sumando otras razas además de la Holando.

Daniel Oberto y Juan Peluso son dos productores lecheros del sur cordobés con una vasta trayectoria. El primero lidera hace 30 años el establecimiento La Juanita, ubicado en Huanchilla, donde tiene 90 cabezas en ordeñe. El segundo encabezó un tambo entre 1993 y 2005, y retomó la actividad en 2019, cuando alquiló el campo Doña Leonor, con 180 vacas, también en la zona periurbana de esa localidad del departamento Juárez Celman.
Hace dos años vieron la oportunidad de cambiar los paradigmas de producción y embarcarse en la aventura de seguir una tendencia que está creciendo a nivel mundial: la de consumidores que demandan alimentos elaborados en condiciones más amigables con el ambiente.
“Tengo 180 hectáreas, de las cuales 130 están a dos mil metros del pueblo y las otras 50, casi metidas adentro del ejido. Por eso ya se me había complicado mucho pulverizar. Hace dos años vino la empresa Nestlé, que tiene un proyecto para comercializar leche orgánica, y a partir de ahí comencé a trabajar junto a ellos para hacer la transición hacia ese tipo de producción”, señala Oberto.
“En total, Nestlé ya tiene 17 tambos orgánicos que le proveen leche, de los cuales 10 son de Córdoba y nosotros fuimos de los primeros que nos sumamos en 2019”, completa Peluso.
En rigor, vale aclarar que todavía estos establecimientos no tienen el sello de orgánicos, debido a que la certificación realizada por la empresa Organización Internacional Agropecuaria (OIA) requiere de un plazo de dos años de “transición” desde el modelo tradicional al nuevo sistema más “natural” o “ecológico”.
“Tras el primer año de trabajo, hicimos la primera certificación en noviembre pasado, y el sello es de transición a leche orgánica. Ya cuando volvamos a certificar, a fines de este año, será orgánica 100 por ciento. Esto es así porque se considera un plazo de dos años hasta que los campos quedan completamente libres de fitosanitarios y se puede consolidar un funcionamiento completamente natural”, explica Peluso.
Pautas
A la hora de comentar cuáles son los cambios que impone este modo diferente de producir, Oberto no duda: el más relevante es la imposibilidad de aplicar defensivos agrícolas.
“La competencia de malezas es tremenda. Hay que pelearla con herramientas y en esta zona tenemos campos livianos, con mucha arena, que corremos el riesgo de que se vuelen si los removemos mucho. Es un cambio de manejo, volvemos a aprender”, menciona.
Para Peluso, la clave es tomarle la mano a los tiempos; por ejemplo, preparar los lotes antes y siembra cuando la materia orgánica ya está degradada. “Es un desafío diferente, encontrar el manejo para que el campo no se llene de malezas, y es un proceso que va a llevar años”, reconoce.
De todos modos, destaca que ya se advierten algunas mejoras en la fertilidad. “Las vacas nunca pueden estar confinadas. Al volver a circular por el campo, bostean y orinan y eso devuelve la fertilidad. Es impresionante cómo ayuda al cultivo a enfrentar a las malezas”, explica.
Si bien la dieta de las vacas se basa en pasturas, eso no significa que no pueda suplementarse con granos. La única exigencia es que tanto el maíz como el balanceado tienen que ser también orgánicos; es decir, haber sido producidos sin agroquímicos y no ser transgénicos.
Eso impone un desafío adicional. En esta zona de Córdoba, lo usual es que el maíz rinda más de 80 quintales por hectárea. Los híbridos que implantó Oberto en la última campaña, sin tratamiento químico, produjeron la mitad. “Dentro de todo no es un mal número, es lo que esperábamos, hasta agarrarle la mano bien al suelo”, indica el productor.
Peluso, por su parte, tiene además otro campo de 280 hectáreas certificadas con producción orgánica y donde recría las vaquillonas.
Cuidados
Otra exigencia para certificar es que no se permite utilizar medios artificiales para forzar en los animales procesos que tienen su lógica natural. Por ejemplo, está prohibido recurrir a pomos de secado para que una vaca quede “vacía”. La estrategia es ordeñarla una sola vez por día y no dos, hasta que deje de producir.
Maximiliano Constantino es el veterinario que asesora a ambos establecimientos. Agrega que los medicamentos o antibióticos sólo se pueden aplicar cuando hay riesgo de vida para el animal. No se permite además el uso de hormonas para el manejo de la fisiología reproductiva; por ejemplo, para sincronizar el celo.
“Lo único ‘no natural’ que se puede hacer es inseminar. Para los veterinarios, esto también es un cambio de paradigma: estamos acostumbrados a hacer tratamientos de soporte con sueros, analgésicos o antiinflamatorios; acá queda todo registrado y sólo se permiten en un caso extremo para salvar la vida del ejemplar”, agrega.
De todos modos, remarca que al estar el animal más tiempo suelto y libre, con alimentación natural, sufre menos estrés y baja mucho la incidencia de enfermedades.
Refuerzo de nuevas razas
Por otro lado, en un planteo orgánico, la producción por vaca es inferior que en uno convencional. Oberto y Peluso están extrayendo unos 20 litros diarios, contra una media de tradicional de entre 25 y 30 litros.
La ventaja es que Nestlé paga un valor que supera en un 40 por ciento el promedio del mercado. Pero el contrato también dispone que la materia prima debe mantener muy buenos estándares de calidad: aproximadamente unos 3,3 gramos de proteína y 3,25 gramos de grasa por cada 100 mililitros de leche.
Para alcanzar esos niveles, una de las estrategias es incorporar nuevas razas lecheras. “Yo tenía 100 por ciento Holando y estoy sumando vacas Jersey, que logran mejor porcentaje de proteína y grasa”, comenta Oberto.
Lo mismo está haciendo Peluso, pero con ejemplares Sueca Roja y Blanca. “Son más rústicas, tienen más aptitud para el pastoreo”, describe.
Estas innovaciones no son sencillas, porque el esquema de producción orgánica no permite la compra de vaquillonas preñadas, sino que tienen que ser servidas o inseminadas en el establecimiento. Asimismo, en el caso de traer animales de afuera, no se puede reponer más del 10 por ciento de los ejemplares propios por año.

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