Especialistas en genética, manejo, nutrición, contratistas y asesores analizan cómo ha mejorado la gestión del picado de maíz y sorgo. Pero también qué le falta.

La evolución y paulatina adopción de las tecnologías aplicadas a la producción, gestión y conservación del alimento destinados a rodeos de carne o leche obliga a repensar la idea de que mientras la agricultura va cómoda y rápidamente por ascensor, la ganadería va lenta y pesadamente por escalera.
Uno de los capítulos en los que se ha avanzado mucho es en la gestión del maíz y, su primo, el sorgo. Desde la genética, la implantación, las tecnologías de seguimiento, la determinación del mejor momento para cortarlo, el procesamiento dentro de la cosechadora (con crackers para mejorar la digestibilidad), su guardado y conservación, al igual que la forma de extraerlo y suministrarlo. Las herramientas están disponibles, el asunto es cuántos productores están dispuestos a ponerle tiempo, dinero y cabeza a su adopción.
“La primera revolución fue en los 90, cuando apareció un uso más intensivo el silobolsa y la picadora autopropulsada, la otra revolución se dio en los tambos, que pasaron de ser 25.000 en los años 2000 a unos 8500 actuales, lo que obligó a aumentar en volumen e intensificar para sobrevivir, y el tercer tema fue la soja, que en campos ganaderos o lecheros ocupó el lugar de la alfalfa obligando a aumentar el picado de maíz, sorgo, alfalfas, avena, etc.”, resumió Luis Bertoia, profesor de la Universidad de Lomas de Zamora, de la Comisión de Forrajes de MAIZAR (la Asociación del Maíz y el Sorgo argentino).
Todo esto llevó a que hoy, de acuerdo con datos de la Secretaría de Agricultura, casi el 40% de la dieta de los animales lecheros se basa en silaje. El 85% de los establecimientos lecheros usan forraje conservado. “Antes de los años 90, era sólo un seguro, por si había alguna inclemencia y se quedaban sin pasturas, forma parte del menú”, contó Bertoia.
Maíz, estrella del silaje
En lo que respecta al maíz propiamente dicho, Bertoia apuntó que “hubo que derribar un mito, el que decía que el mejor maíz para silaje era el granífero, porque si bien el grano es importante no es el único componente”. El partido se juega en “toda la planta”.
“Se está trabajando en líneas sólo para forraje o silaje, pero es complicada la aceptación por parte de los productores porque muchos prefieren sembrar un doble propósito, o compran por precio, sin saber qué destino le darán, algo que para mí no es adecuado en todos los esquemas productivos”, apuntó Bertoia. Aunque admitió: “Hoy, la realidad es que el híbrido más vendido en el mercado para silaje es el más vendido para grano”.
Un tema que Bertoia ha estudiado durante 30 años es la densidad como factor determinante en el balance entre grano y planta. “Para grano tenés un valor determinado, de acuerdo con el híbrido y la zona, ese mismo híbrido usado para silaje debería sembrarse con un 15% más de semillas en los ambientes más problemáticos, y 30% en los mejores”, explicó Bertoia. Y prosiguió: “La curva de producción de granos va subiendo en la medida que aumenta la densidad hasta cierto momento, luego, a medida que vamos metiendo plantas y no vemos aumento de rendimiento de grano sí vemos aumento de rendimiento del resto de la planta, un incremento de la materia seca digestible de la planta completa, que es lo que me interesa en el silaje”.
En cuanto al momento de picado, Bertoia se refirió a la ventana de picado, que tiene que ver con el momento en el que se da la máxima producción con la máxima calidad de la planta entera.
“La ventana varía desde que la planta completa alcanza un 30% de materia seca hasta llegar a un 45%”, refirió el referente de la UNLZ. Y agregó: “Pasar de 30 a 45% depende de varios factores climáticos como radiación, viento y temperatura, pero también el híbrido, porque hicimos trabajo con 12 empresas donde vimos que no todos los híbridos tardan el mismo tiempo, hemos visto cambios de 12 a 30 días según el material”.
Para el especialista en nutrición, profesor de Producción Animal en la FAUBA e investigador del CONICET, Darío Colombatto, para determinar el momento de picado “ya no se mira la línea de leche, porque los avances genéticos, por ejemplo, los híbridos Stay Green, fueron llevando a que el mejor indicador para hacer silo sea el porcentaje de materia seca total de la planta”.
Stay Green (SG) es una característica de ciertas plantas en las que se demora el proceso de senescencia foliar, lo que significan que esas plantas permanecen verdes (stay green) por más tiempo, demorando así el envejecimiento (senescencia) de las hojas, permitiendo interceptar más radiación solar aumentando la productividad.
Stay Green y uso de cracker
Otra cuestión que tiene que ver con el momento de picado y cómo hacerlo para que quede un material más digestible para los animales es el uso o no de cracker más aún con la difusión del uso de híbridos stay green.
“El problema es que se llega a ese 30-45% de materia seca con un grano muy duro y la planta verde, sí o sí hay que usar cracker en la picadora”, opinó Bertoia. Aunque advirtió: “Algunos productores se resisten a la incorporación del cracker porque tiene un costo extra, pero si ese grano está duro, el animal no termina de degradarlo en el rumen ni el intestino y aparece en la bosta y si eso sucede es plata que se pierde, almidón que no se transformó en leche o en carne y al final está perdiendo más que si hubieras invertido en pagar un cracker”.
Consultado sobre la evolución tecnológica en maquinaria, el contratista referente Patricio Aguirre Saravia marcó dos cuestiones. Y una tiene que ver, justamente, con el cracker: “Históricamente se cotizaba aparte, hoy ni se pregunta, va una cotización con cracker incluido, todos quieren el grano procesado”, opinó. Y agregó: “Cada vez son más los que te piden el mapeo de paño verde o de rendimiento, que está bueno porque si lo tenés es un diferencial”.
Tres claves para evaluar un silo
“Hoy tenemos excelentes contratistas forrajeros, en buen número y con máquinas de última tecnología, el rol del asesor nutricional es determinar, de acuerdo con los objetivos de nutrición del establecimiento, cuales serían los parámetros a lograr en el silaje”, refirió Colombatto, quien marcó tres parámetros para evaluar un silaje: materia seca total, longitud de picado y compactación del silo.
“En carne pedimos 36% de materia seca total ideal, en un rango aceptable que va de 32 a 38%, con esos parámetros estoy tranquilo, y no estoy colocando el cracker cuando se trata de un establecimiento que produce carne, en lechería sí, no se discute”, apuntó Colombatto.
“En cuanto a la longitud teórica de picado que es el tamaño medio de la partícula, yo le pido entre 13 y 15 mm para rodeos de carne, lo que asociado a un porcentaje de materia seca de 36% permite hacer un buen trabajo de compactación”, esgrimió el profesor de la FAUBA.
El tercer elemento es la compactación. “Para lograr una buena anaerobiosis, o sea, una buena exclusión del oxígeno en el silaje que redunde en una correcta fermentación y conservación de la calidad es importante que se haga una buena compactación y para eso es fundamental tener equipos bien dimensionados de modo que la velocidad de picado se corresponda con la de pisado”, expuso Colombatto.
“Estas tres cosas pueden medirse en el campo, de manera relativamente sencilla y son perfectamente auditables, porque algunos campos mediciones de materia seca tres veces al día en plena etapa de picado, y sirve para tomar decisiones de colocar un cracker si está seco o irse a otro lote si está muy húmedo, también se puede medir el tamaño de partículas, con compactación no se puede hacer mucho hasta el final pero se puede ir chequeando que la capa que pisa el tractor no sea muy ancha”, resumió Colombatto.
En este sentido, Aguirre Saravia consideró importante, en su equipo de trabajo, tener tractores pesados de 28 toneladas contra otros más habituales de 10 toneladas, “que es verdad que son más costosos, pero tratamos de fomentar que se mida densidad justificar ese diferencial en el armado del silopuente”.
Colombatto puso el foco de atención también en la extracción que debe ser pensada según el establecimiento y el requerimiento. “Si tenés un establecimiento con pocos animales no conviene hacer un silo puente porque para no afectar la calidad vas a tener que sacar unos 15.000 kilos diarios (N de la R: pensando en un silo de 40 metros de ancho y 5 metros de alto), si no tenés ese requerimiento te conviene hacer embolsado, que a priori parece más caro, pero si luego vas a perder calidad, lo más caro va a ser el silopuente”, apuntó.
El otro tema es con qué se hace la extracción. “Generalmente se usan tractores viejos, que hacen una fuerza desigual y abren grietas por las que se filtra oxígeno y genera pérdidas de calidad”, dijo Colombatto, que cuantificó 15-20% de pérdidas de calidad por una mala gestión en la extracción. Para mejorarla se puede recurrir a una fresa, que es una extractora específica para silaje sea en bolsa como en bunker.
Desafíos
Para Colombatto, “Argentina tiene el enorme desafío de hacer una extracción del material de los silos que no afecte la calidad”. Aunque a veces se saltean etapas.
“Algunos productores no cubren lo básico, hay que empezar por ahí, porque no tienen apotreramientos ni aguadas pero hacen un megasilo y les va mal, y dicen que no sirve, es como que te den un auto de fórmula 1 y como no lo sabes manejar digas que es malo”, advirtió.
Para el especialista en nutrición, “se ha mejorado en 15 años, todos los actores e insumos y estrategias han evolucionado, pero falta que a los de punta, que les pondría un puntaje de 6-7 se sume el resto, que anda en un 4”. “Ojo, no es una mala nota, es todo lo que se puede mejorar”, dijo Colombatto.
“Nuestro sueño como contratistas es que haya un mayor ida y vuelta con el que te contrata el servicio, porque, en definitiva, los que hacemos el picado y armamos los silos somos parte fundamental de ese establecimiento, porque se van a acordar todo el invierno de nosotros, y a veces sentimos que no estamos valorados adecuadamente”, refirió Aguirre Saravia. Y bromeó: “Yo siempre prefiero que se acuerden de mí que de mi madre”.
Vale recordar que no está siendo una campaña sencilla para los contratistas por el aumento de costos. “El gasoil, que es nuestro principal insumo, ha tenido subas permanentes, y lo tenemos que usar todos los días, hace 25 días lo pagamos 67 pesos y esta semana cerré como muy buen número 79,5”, se descargó Aguirre Saravia. Y agregó: “Además de los repuestos en dólares, y los clientes que te piden que los financies, y las cubiertas que no hay y se van por las nubes”.
Primero los tambos, luego los engordes. La evolución que ha tenido la confección de las dietas ha sido milimétrica. Las tecnologías (de insumos y procesos) están. Ahora falta que se suban más al ascensor.
Este sorgo puede jugar en primera
“Hoy, con la tecnología que tenemos en el sorgo, hay que olvidarse de hacer maíz en ambientes no maiceros, porque el sorgo puede y está preparado para sorprendernos”, tiró, como sentencia más importante a Clarín Rural el productor y asesor especializado en el cultivo de sorgo, Leandro Abdelhadi.
El razonamiento es que cuando se quiere hacer un silaje una de las claves es apuntar al rendimiento por hectárea. Y ahí, en algunos ambientes es donde el sorgo saca pecho. “No podemos elegir hacer un maíz de 20.000 kilos de materia verde en suelos en donde podríamos tener un sorgo de 35.000-40.000 kilos, simplemente porque el sorgo está hecho para esos ambientes marginales y el maíz es un cultivo que requiere mejores ambientes”, apuntó el asesor.
La 2020/21 ha sido una gran campaña para el sorgo. Se estima que hubo 950.000 hectáreas de sorgo granífero con una producción estimada de 3 Mt. Con destino a ensilado (pastoreo o consumo diferido) se calcula 1,2 millones de hectáreas. Sobre unas 2 M/ha ensiladas en total, la cámara de Contratistas calcula que un 15% han sido de sorgo (la campaña anterior había sido 13,5%). “Los semilleros vendieron todo lo que tenían, y el área que se podía ocupar se ocupó”, recordó Abdelhadi.
Al referirse a las tecnologías disponibles en Argentina, Abdelhadi marcó un porfolio amplio en materiales para pastoreo, tecnología BMR, materiales destinados a ensilaje, más o menos azucarados, etc. “Cuando hacemos referencia a las nuevas herramientas, no podemos dejar de hablar del uso de crackers en sorgo, hoy estamos testeando como impacta un grano procesado en la alimentación”, dijo.
“Algo que empezamos a ver esta campaña y podría ser un freno si no se atiende debidamente es una nueva plaga por estos pagos en sorgo, el pulgón de la caña de azúcar, que si no se controla puede llevarse de cuajo todo el rendimiento, porque tiene una capacidad altísima de multiplicación”, resumió Abdelhadi. Y advirtió: “A partir de esta campaña se necesitará monitoreo frecuente para evitar que la plaga avance, por suerte, ya desde 2013 se viene viendo en Estados Unidos, por lo que corremos con la ventaja de su experiencia y de tener soluciones concretas”.
“El desafío creo que es más que nada que el productor entienda que el sorgo, haciendo las cosas bien, puede aportar tantos nutrientes desde el punto de vista energético como nos puede aportar un silo de maíz o tantos nutrientes desde el punto de vista forrajero como puede aportar una alfalfa”, apuntó Abdelhadi. Y especificó: “Con manejo, los sorgos forrajeros de pastoreo, pueden entregar forrajes con digestibilidad por encima del 75% y contenidos proteicos por encima del 20%, lo que es muy parecido a lo que ofrece una alfalfa en verano”.
Para Abdelhadi, “el productor argentino es muy consciente que hay muchas herramientas disponibles para acercarse a una ganadería de precisión, sea en tambos o en feedlots, el punto es poner todo eso en práctica, porque implica más tiempo, bajarse de la camioneta, recorrer, estar y hay que saber que para muchos que tienen animales, el principal negocio no es producir carne, hacen otras cosas”.
Aquellos comienzos revolucionarios
Hernán Pueyo formó parte en los años 90 de la revolución de las picadoras autopropulsadas que generaron todo un cambio en la nutrición en tambos y luego en la ganadería de carne. Pero también fue importante la consolidación del uso de bolsas plásticas para almacenaje a campo.
“La introducción del picado en forma masiva en los años 90 no tiene que ver con un impulso por precio de los commodities, porque en aquellos momentos no se manejaban valores altos, sino que tuvo que ver más bien con las facilidades que dio la apertura de los mercados, en especial la eliminación de las retenciones, porque eso hizo que diferentes tecnologías, conocidas por los técnicos, pero imposibles de aplicar por antieconómicas, pudieran difundirse en nuestros campos”, repuso Pueyo. Y agregó: “Por otro lado, había financiamiento”. Un combo casi perfecto.
Pueyo recordó que “las primeras picadoras entraron para el sector lechero, porque no se pensaba en el silo para la ganadería de carne, aunque intuíamos que eso iba a suceder. La prueba es que hoy, el 50% de las más de 2 millones de hectáreas para silo, son destinadas a la producción de carne”.
En aquel momento, apuntó Pueyo, que había que invertir alrededor de 500.000 dólares entre picadora y embolsadora. Para una cooperativa de tamberos de 100 productores, eran 5000 dólares por productor, en 5 años eran 1000 dólares por año por productor. Eso fue lo que permitió que las cooperativas incorporaran las máquinas, sin mayores inconvenientes.
“En aquellos momentos, cada máquina debía hacer unas 1000 hectáreas por campaña para amortizar el equipo, una superficie que se lograba fácilmente, lo que les permitió hacer frente a tan importante inversión”, recordó Pueyo. Y agregó: “Asombraba a los europeos que aquí se hicieran por campaña 1500 o más hectáreas, algo imposible, por cuestiones climáticas, para ellos”, dijo Pueyo.
“Esto lo empezaron a ver algunos con visión empresaria, y surgió la posibilidad de hacer picado fino a terceros, como contratistas”, apuntó Pueyo. Y prosiguió: “Se generó una importante demanda, ya que hasta ese momento si un productor quería hacer silo, no tenía las máquinas para hacerlo y si las conseguían llegaban tarde, al haber más contratistas eso se resolvió y potenció la adopción”.
Finalmente, un capítulo para la consolidación de las bolsas para guardar ese material picado. “En Argentina eran caras y todavía no tenían la calidad que lograron algunos años más tarde, tampoco eran capaces de satisfacer la creciente demanda, por eso viajamos a Estados Unidos y Canadá y compramos tal volumen que logramos precios sensiblemente más bajos que los de Argentina, esa creciente demanda generó un mercado que facilitó a los fabricantes locales la realización de inversiones para echar a andar el negocio”, recordó Pueyo.
Todo esto permitió aprovechar pasturas que antes no se alcanzaban a consumir en épocas de alta producción. “Tenías épocas de primavera, o marzo-abril, donde te sobraba pasto pero no sabías cómo consumirlo, con el tema del picado y el embolsado se pudieron hacer más hectáreas de alfalfa, ajustar cargas en los campos ganaderos y dar lugar a más agricultura, el combo cerraba”.

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