El director ejecutivo y presidente de Danone, Emmanuel Faber, sale de la compañía tras siete años de apuesta valiente por las finanzas sostenibles.

La salida del CEO y presidente de Danone, Emmanuel Faber, ha supuesto un terremoto en el mundo de las finanzas sostenibles ESG, que apuesta por empresas que respeten el medioambiente y luchen contra el cambio climático (E), tengan un impacto social positivo (S) y estén bien gobernadas (G). El llamado ‘capitalismo del bien común’, que aspira a distribuir valor en la sociedad más allá de la rentabilidad de la acción.
Su liderazgo de más de siete años al frente de Danone ha estado marcado por una apuesta valiente por la sostenibilidad. En su caso no hay esa distancia entre retórica y realidad, frecuente entre algunos líderes empresariales que llenan de verde y de social su discurso, sin apenas tocar sus prácticas. Faber no apuntaba a cambios cosméticos, sino a transformaciones profundas en el modelo económico y empresarial como la única manera de que la humanidad tenga opciones frente al tsunami climático y la quiebra social provocada por la desigualdad extrema.
La salida de Faber ha sido promovida por tres “fondos activistas”, inversores que, aunque no tengan una participación significativa, en este caso apenas alcanzaban el 10%, impulsan cambios en la empresa, en su estrategia y liderazgo, y lo hacen convenciendo a otros accionistas.
Los fondos han sido cuidadosos a la hora de explicar las razones para exigir el cambio de Faber sin vincular directamente la salida con su apuesta por la sostenibilidad. Quedaría feo. Los principales motivos explicitados están asociados con la menor rentabilidad y algunos aspectos de sus operaciones. Danone ha dado una rentabilidad un tercio menor que la media de su sector en los últimos años. Dicho esto, y por más que se apunte a elementos de reorganización o estrategia comercial, es inevitable asociar la salida de Faber con su prioridad por lo sostenible vinculando este foco estratégico con peores resultados a corto plazo.
El sector alimentario es responsable de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que su avance hacia el ‘net zero’ emisiones resulta crucial. No se trata solo de utilizar energías renovables, donde Danone tiene planeado llegar al 100% en 2030, sino de iniciativas innovadoras que apunten a productos neutros en emisiones. Por ejemplo, la que Danone está impulsando sobre agricultura regenerativa, que cuida la salud de los suelos y que incluye la captura de carbono en el proceso de producción. El problema de estas iniciativas es que requieren tiempo. Tiempo para ofrecer resultados empresariales además de reducción de emisiones. Tiempo, sí, un factor reñido con quienes se guían por la máxima rentabilidad a corto plazo.
Este momento de ruptura en Danone, con la caída de un personaje emblemático, ha puesto de nuevo sobre la mesa la tensión entre rentabilidad y sostenibilidad. Con frecuencia se afirma, también grandes inversores, que no hay conflicto, que es perfectamente posible aspirar a una rentabilidad excelente y en línea con el mercado, al tiempo que se asegura una ESG robusta. Incluso se apunta a una mejor rentabilidad, y a un menor riesgo, en el medio y largo plazo.
Yo creo que no es así, o que no es así siempre, o que no será así hasta que no cambien algunas cosas. Y este movimiento de los fondos activistas en Danone lo confirma. Por supuesto que se pueden lograr buenas rentabilidades, cada vez más seguras, en sectores asociados con las energías renovables y la biodiversidad o en negocios inclusivos como los apoyados por la inversión de impacto, como también muestra la banca ética y sostenible. Dicho esto, una visión transformadora en sostenibilidad, que aborde todos los sectores de la economía, exige inversión, asunción de costes y apuesta de largo plazo. Lo normal es que una gran empresa que lo hace en serio rinda menos que sus competidores al menos durante un tiempo, ya que estos juegan con la ventaja que les da externalizar costes, como las emisiones, hacia la sociedad. Si el inversor no se conforma con un dígito sostenido, sino que aspira a dos, a lo máximo y mañana, el choque con una ESG profunda surgirá.
Tal vez Faber se anticipó y jugó fuerte contando con que los consumidores “activistas” le seguirían con más determinación, que los fondos inversores con la ESG tatuada en la frente le respaldarían en cualquier caso y que los reguladores irían más rápido a la hora de exigir la internalización de costes ambientales y sociales en la cuenta de resultados de la empresa y a través de la fiscalidad. Nada de esto ha ocurrido a la velocidad necesaria. El ritmo es desesperadamente lento mientras el planeta se calienta y la cohesión social se erosiona.
Es imprescindible una revolución política y regulatoria que equilibre el campo de juego para quienes apuestan por la sostenibilidad
No es previsible que Danone dé un giro drástico a su estrategia de sostenibilidad, que está recogida en sus estatutos, certificada y asentada en la cultura que viven sus empleados. Sí es probable que el empuje no sea tan robusto a la hora de innovar, trazar un camino y alentar a otros a seguirlo. Por más que los hiperliderazgos que concentran protagonismo y poder en una persona estén cada día más cuestionados, precisamente en organizaciones que apuntan a la inclusión y la diversidad, Faber ha sido un pionero de la sostenibilidad empresarial.
Su caída es una mala noticia que refleja la prevalencia del capitalismo agresivo, marcado por los resultados a corto plazo, donde multiplicar las ganancias exponencialmente y a cualquier coste social o ambiental sigue siendo no solo posible, sino buscado por determinados inversores guiados por la avaricia. Frente a este sistema no basta con la sensibilidad de los consumidores ni con las prioridades de algunos inversores ESG, más o menos serias a la hora de levantar el pie de la máxima rentabilidad a corto plazo. Es imprescindible una revolución en el lado político y regulatorio que equilibre el campo de juego para quienes apuestan por la sostenibilidad y penalice con dureza a quienes maximizan el beneficio a costa de todos.

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