Si fuera un país, el descarte de alimentos ocuparía el tercer lugar en el ranking de las fuentes mundiales de gases de efecto invernadero -después de China y los EE.UU.- y sería el primer usuario de agua de riego. Es que, según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el desperdicio y la pérdida de alimentos (PDA) son responsables de hasta el 10% de las emisiones globales y el impacto es tal que se estima que reducir las PDA reportaría mayores beneficios ambientales al planeta que la utilización de autos eléctricos.
Para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), un tercio de todos los alimentos destinados al consumo humano se pierden o desperdician, a nivel global.
En la Argentina, según MAGyP, se estiman en 16 millones de toneladas los alimentos perdidos y desperdiciados cada año, un equivalente al 12,5% de la producción agroalimentaria nacional: un 90% son pérdidas -a lo largo de la cadena de suministro, desde la cosecha hasta el nivel minorista- y un 10% por desperdicio -en la venta al por menor y el consumo. Más de un kilo por día y por persona.
“Tanto la pérdida como el desperdicio implican un mal uso de los recursos; el crecimiento demográfico y el aumento de los ingresos incrementarán la demanda de productos agrícolas, con una mayor presión sobre los recursos naturales”, advierte Elizabet Kleiman, responsable de Seguridad Alimentaria y Nutrición de FAO.
La visión sistémica es fundamental en la resolución del problema. “Se requiere de la acción comprometida y coordinada de cada eslabón de la cadena de valor de agroalimentos y desarrollar mejores procesos de recolección, almacenamiento, procesado, transporte y venta al por mayor y al por menor de alimentos”, explica. También será necesario aumentar las inversiones públicas y privadas: desde inversión en herramientas y tecnologías con innovación que ayuden a controlar la problemática hasta capacitaciones a los actores de la cadena para eficientizar el trabajo. Los beneficios adicionales serán la seguridad alimentaria y la mitigación del cambio climático, de la degradación del suelo y la erosión de la biodiversidad.
“Las empresas pueden generar acciones de concientización y prácticas concretas para reducir las pérdidas que generan, mejorar sus procesos de producción y hacerlos más amigables con el ambiente y ofrecer productos de mejor calidad o con envases que tengan un bajo impacto ambiental. Implementar medidas de prevención, reducción, utilización y descarte visibiliza costos ocultos de la ineficiencia del sistema. Al mejorarse esa gestión mejora la eficiencia, la rentabilidad y hasta la circularidad”, explican en FAO.
EL COSTO SOCIAL
Más allá de los recursos ambientales y económicos involucrados en la elaboración de alimentos que no se consumen, los costos sociales también son importantes.
Diego Buranello, director de Asuntos Corporativos de Danone, contrasta los datos: cada argentino descarta 38 kilos de comida en buen estado por año mientras muchos compatriotas sufren inseguridad alimentaria.
“Esto interpela a todos los actores del sistema; debemos trabajar con urgencia para revertirlo: un alimento apto para el consumo no debe ser desperdiciado”, remarca.
En Danone potencian programas con foco en el desperdicio cero para lograr el rescate de alimentos en condiciones óptimas para consumo. “Tenemos una estrategia sólida contra el desperdicio que atraviesa toda nuestra cadena, desde la producción hasta los canales de comercialización, en cada área del negocio: productos lácteos; aguas y bebidas y nutrición especializada”, explica.
Gracias a procesos de mejora continua a nivel industrial y el compromiso de los colaboradores rescatan los productos de cámaras y depósitos y recuperan su valor para que lleguen en forma segura y confiable a miles de personas gracias a ONGs que multiplican el impacto social. En 2020 rescataron 2.434.900 kg de lácteos, aguas y bebidas, que fueron destinados al consumo de comunidades vulnerables durante la pandemia.
Si el desperdicio de alimentos tiene consecuencias negativas, su recupero tiene relación directa con el aumento de la productividad y el crecimiento económico. “Alcanzar desperdicio cero nos desafía constantemente a mejorar nuestros procesos”, cuenta Buranello.
EL CONSUMIDOR RESPONSABLE
El cambio de hábitos de consumo es necesario para reducir desperdicios. Se requiere consumir alimentos frescos, locales y de estación, organizar las compras y las comidas y reutilizar los alimentos.
Para Karen Vizental, VP de Sustentabilidad de Unilever, “la clave está en trabajar de manera articulada entre todos los sectores y concientizar sobre la problemática”, dice. La empresa, el segundo mayor donante de la Red de Banco de Alimentos, anunció el año pasado un nuevo compromiso y reducirá a la mitad el desperdicio en sus operaciones globales directas para 2030 y medirá e informará públicamente su huella de pérdida y desperdicio de alimentos.
Para la ejecutiva, es importante seguir desarrollando campañas de concientización y educar al consumidor: en 2016 lanzaron #AlimentáBuenosHábitos para dar herramientas en relación con el momento de la compra, consumo, conservación y reutilización de alimentos.
En términos de pérdida, “debemos seguir trabajando puertas adentro en nuestras plantas productivas: desde la planificación de la producción hasta la donación de producto próximo a vencer para evitar el desperdicio”, dice.
¿Y EN EL CANAL?
El primer estudio sobre desperdicios de alimentos en retailers realizado en 2019 por el BID reflejó que la merma operativa sobre las ventas en el canal minorista es de casi 5% (4,76%), equivalente a más de $ 26 mil millones sobre las ventas totales del mercado, de $ 550 mil millones. Y de estas mermas, solo 2,3% está destinado a donaciones.
“Cada acción cuenta: es fundamental reinsertar los alimentos en el circuito evitando su desperdicio y haciendo valer las personas involucradas y la inversión que se le dedicó a la fabricación y traslado de cada producto”, dice Yamila Scollo, gerente de Sustentabilidad de Carrefour, cadena que rescató 124 toneladas en 2020.
En el caso de Cook Master, empresa B dedicada a servicios alimentarios para grandes comunidades con foco en grupos vulnerables, la firma definió dos focos principales de acción para cumplir su Sistema de Gestión Ambiental: la reducción de desperdicios de alimentos y la gestión integral de residuos sólidos. Para evitar mermas o sobrantes de materia prima centralizan las compras y logística y planifican detalladamente el abastecimiento en cada servicio.
“En el Centro de Distribución identificamos productos que, por proximidad a fecha de vencimiento, modificación de menúes o bajas de servicio, estén en condiciones de ser donados”, dice Nicolás Lusardi, director de la firma. Así, llegaron a sumar 10 toneladas de alimentos donados en 2020.
“El rol de la industria es estratégico: dar respuesta a la pérdida y desperdicio de alimentos es fundamental para aumentar la eficiencia en la manera de producir, distribuir y consumir los alimentos”, dice Daniel Funes de Rioja, presidente de Copal, que representa a más de 14.500 empresas del país. “En CABA, en promedio, el 43% del total de los residuos pertenecen al componente alimentos y en provincia de Buenos Aires, un 35%”, grafica.
COPAL adhirió al Programa Nacional de Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos y también capacita a Pymes del sector en gestión eficiente de recursos y elaboraron una guía que identifica oportunidades, barreras y herramientas para lograr mejoras. Además, considera que hay que crear un programa nacional que coordine los esfuerzos de todos los actores involucrados.
“La inversión en nuevas tecnologías es muy importante y el financiamiento a las empresas, fundamental. El marco regulatorio no existe y no permite incentivar la reducción de pérdida y/o desperdicio de alimentos; hay temas que se están discutiendo como la donación de granel, de semielaborados, productos 100% aptos”, delinea Funes de Rioja.