El joven inmigrante llegó a Buenos Aires en 1925 y en solo unos años puso en marcha un pequeño emprendimiento que daría origen a La Serenísima.

A lo largo de sus doscientos años de historia, muchas fueron las empresas que acompañaron el desarrollo de nuestro país. Y varias de ellas fueron creadas por inmigrantes que llegaron a estas tierras en busca de nuevos horizontes. Este fue el caso de Antonino Mastellone, fundador de La Serenísima, compañía líder en el mercado de lácteos desde hace más de noventa años.

Nació en Piano di Sorrento, un pequeño pueblo napolitano, el 12 de diciembre de 1899. Su familia se dedicaba a la pequeña producción de quesos. Antonino estaba decidido a continuar con el negocio familiar y para eso estudió en Milán nuevas técnicas de elaboración de quesos. Más tarde trabajó en una quesería en Cerdeña y consiguió un título de técnico en la especialidad.

Hacia mediados de la década del 20, un amigo que había viajado a la Argentina le transmitió su entusiasmo por el país y Antonino Mastellone tomó la decisión de mudarse. Desembarcó en Buenos Aires en 1925.

Consiguió trabajo en la localidad bonaerense de Junín en la industria láctea. Pero quiso el azar, o el destino, que el dueño de un frigorífico, oriundo del mismo pueblo que Antonino, le diera trabajo, ya que conocía la trayectoria de los Mastellone en Italia y su especialidad en elaboración de quesos. Este buen hombre, le ofreció en préstamo una casa en otra localidad bonaerense, General Rodríguez, para que pudiera montar su propia quesería.

Un proyecto que le cambiaría la vida

De esta manera, Mastellone se mudó a General Rodríguez en 1927, para iniciar con el proyecto que le cambiaría la vida. Al poco tiempo llegó desde Italia su hermano José y juntos pusieron manos a la obra, elaborando mozzarella, ricota y provolone, que eran tres tipos de quesos poco comunes en nuestro país.

El impulso definitivo vino de la mano de una mujer, María Teresa Aiello, quien contrajo matrimonio con Antonino en 1929. A partir de ese momento, lo que comenzó como un pequeño emprendimiento, se transformó en una empresa. La llamaron La Serenísima.

Originalmente, la Serenissima era con dos letras “s”. Antonino tomó el nombre de una escuadrilla aérea de la Primera Guerra Mundial. La historia de estos aviones tuvo lugar en 1918 cuando sobrevolaban Viena y en el momento en que la población creyó que iban a ser bombardeados, los pilotos soltaron miles de papeles con mensajes de paz.

Antonino se dijo a sí mismo que si algún día lograba concretar un emprendimiento propio lo llamaría La Serenísima. El logo de la empresa portaba los colores de la bandera italiana: verde y rojo.

Los comienzos de La Serenísima

Los comienzos fueron muy artesanales. Los productos elaborados se repartían casa por casa. Comenzaron a venderlos, primero, en la comunidad italiana residente en Argentina para luego abrirse a los comercios. Paciencia y constancia eran las cualidades que emergían.

La logística de distribución comprendía el viaje en tren hasta la terminal de Once (más de cincuenta kilómetros), cargando gran peso en mercancía. Desde allí, empleaban el tranvía para realizar las ventas en distintos puntos de la Capital Federal.

En 1935, gracias al incansable esfuerzo del matrimonio Mastellone, La Serenísima incorporó el primer camión de reparto: un FIAT 614 usado que en algunas pendientes de la ciudad necesitaba ser empujado. Pero, ese era un detalle mínimo frente a la posibilidad de llegar a más negocios y aumentar las ventas.

La carga del rodado se iniciaba a las cuatro de la mañana. El regreso del recorrido era a eso de las diez de la noche. El sufrido camioncito, que llevaba inscrita la marca en un costado de la caja, soportó con estoicismo el sobrepeso y les dio suficientes satisfacciones. Los queseros entendieron de inmediato el valor de una distribución bien pensada. Ese mismo año se permitieron dar un paso más y apostar a un cero kilómetro: un Chevrolet.

A medida que la compañía crecía también lo hacía la familia. Teresa y Antonino tuvieron seis hijos. Todos colaboraron con la empresa familiar. Pero el crecimiento de la compañía demandaba más brazos y más capital a comienzo de los años 40. Fue entonces cuando se sumaron José De Blasio y Genaro Monti Sorrentino para aportar dinero y trabajo, conformando la SRL. Lo mismo ocurrió con los proveedores. La Serenísima podía jactarse de contar con los mejores tamberos de la zona.

En 1952 falleció Antonino y, por decisión de doña Teresa, Pascual Mastellone, el hijo mayor, se hizo cargo de la conducción. Ese mismo año, La Serenísima dio un salto cualitativo en sus productos con la incorporación de los análisis de tenor graso y de la acidez de la leche. De esta manera, se dio inicio a una metodología constante en la empresa que se caracterizó por un estricto control de la calidad de sus productos.

Un emprendimiento que nunca se detuvo

La década siguiente fue un espiral ascendente en la historia de La Serenísima. Pascual Mastellone, continuando con la tradición familiar, le dio un impulso a la compañía, no sólo a través de la incorporación de nuevos productos, sino también ampliando las medidas de control de calidad en búsqueda de la excelencia.

El primero de estos avances ocurrió en los primeros días de 1961 cuando La Serenísima comenzó a distribuir la leche pasteurizada que fue recibida con los brazos abiertos por el consumidor. La pausterización resolvía dos problemas principales: la falta de líquido vital en invierno y evitar que se cortara en verano.

Aquel año, también, se lanzaron al mercado las primeras botellas de leche. Seis años más tarde, la misma comenzó a venderse con el logo de la firma impreso. Un año después, en 1968, para evitar la adulteración, La Serenísima comenzó a utilizar el sachet como envase para sus lácteos.

A lo largo de los años 60 y 70, la empresa creció exponencialmente incorporando nuevos productos, de la misma calidad que sus leches y quesos: dulce de leche, leche en polvo, manteca, quesos cremosos. Asimismo, y atendiendo a las necesidades específicas de cada público, comenzaron a elaborarse diferentes leches especializadas como leche sin lactosa, con probióticos o leche con agregado de hierro.

La historia de La Serenísima nunca se detuvo. El esfuerzo y empeño con el que Antonino Mastellone comenzó su primer emprendimiento, se complementó con su lema: tener un trato honesto y transparente con los proveedores y los clientes. Ese fue el legado transmitido que permitió a Pascual hacer de La Serenísima una de las empresas lácteas más confiables del mercado argentino.

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