La mujer, que carga con un nombre voluptuoso, pomposo y que hasta parece patricio, fue junto a su familia dueña de varios cientos de hectáreas en esa zona campera, rodeada de enormes árboles y verde por doquier cercana a Brandsen, momento en que su padre manejaba un establecimiento lechero de envergadura, pero los herederos fueron muchos y terminaron convirtiéndose todos ellos en poseedores de no tantas hectáreas.
A Rosario le quedaron 165 propias que no le alcanzan, y por eso le alquila otras 190 hectáreas a alguna de sus hermanas. Allí tiene a sus 165 vacas en ordeñe más la recría de vaquillonas. Espera tener 200 en ordeñe hacia fin de año.
El padre de Rosario se dedicaba a los tambos desde hace años, y ella, desde 1998 se sumo y se hizo cargo de la “Guachera”, (el ternero que se le saca a la madre): “Para poder incorporar una vaca al tambo tienen que parir primero, entonces cría unos poquitos días a su ternero y después nos encargamos nosotros, por eso se le dice guacho, el ternero sin madre”, contó con precisión la empoderada emprendedora en diálogo con MI Radio por AM550 y 24/7 Noticias.
“No es tan fácil ser tambero industrial, y siempre bastante sola en las tareas diarias, en las responsabilidades, pero hace tres años se incorporó a trabajar una de mis hijas, para mi grata sorpresa”, dijo con orgullo.
“En un momento pensé que mi hijas no se iban a involucrar, porque desde que nacieron vieron lo que era mi trabajo, muy sacrificado, salir muy temprano de casa y llegar tarde, embarrada a veces y muerta de frío, entonces no era una vida que las animara a compartir”, relató la mujer.
Sin embargo, Consuelo, una de las tres hijas de Rosario, que se había ido a estudiar a Buenos Aires una carrera totalmente diferente al rubro del campo, se recibió, viajo por diferentes países durante unos 11 años, volvió y me propuso sumarse y trabajar conmigo: “Ahí emocionada, la metí pata con el tema de la fabrica para darle un puesto a ella y lograr de esa manera canalizar yo el deseo que tuve toda la vida”.
Las primeras elecciones de sus hijas, coincide con las suyas. En su juventud, aunque estudió veterinaria en La Plata, Rosario confesó que al principio le escapó a la actividad lechera que caracterizaba a su familia. “Me resistía a la empresa familiar. Creía que el vínculo se terminaba lastimando cuando se mezcla el negocio con la familia”, admite. Luego reconoce que vivió un buen tiempo equivocada, porque “afortunadamente hoy mis hijas están muy involucradas conmigo en la empresa familiar”.
Mujeres con empuje y dispuestas a enfrentar el desafío de una actividad muy dura en Argentina, (la producción y la industrialización de la leche), dejan en claro que no hay tarea difícil si se ejerce con compromiso y pasión.