Como era tan pequeña y no podían tomarme las venas, tuvieron que raparme un costado de la cabeza para pasarme sueros de hidratación.

1978 fue el año de mi nacimiento y también el año en que casi muero, con unos pocos días de nacida, por deshidratación o, más bien, intoxicación. Fue en junio, cuando la distribución en toda Cuba de un lote de leche evaporada en mal estado terminó en tragedia.

El producto, que venía enlatado, era un sustituto de la leche materna y se distribuía por la red de comercio normado, pues ya desde la década anterior la producción de leche había comenzado a decrecer tras el fiasco de la zafra de los 10 millones y el entonces incipiente exterminio de la ganadería cubana.

Yo tendría unos dos meses de nacida, tal vez menos, y estaba al cuidado de mi abuela materna, mientras mi madre se presentaba a exámenes finales del segundo año de la carrera en Santiago de Cuba, a 200 kilómetros de mi natal Holguín. En mi caso, la desgracia de mis abuelos fue mi salvación.

Salvada por la desgracia

Su nombre era Maribel y fue la primera hija, nieta y sobrina en la familia. Tenía un año de nacida cuando murió por deshidratación hacia finales de los años 40. La medicina de entonces, no tan avanzada como la de ahora, poco pudo hacer para salvarla.

La muerte de la niña dejó a la familia devastada y acarreó un trauma para sus padres, disfrazado de silencio. El dolor les hizo enterrar toda mención a la difunta bebé en un cofrecillo que, hasta día de hoy, atesora una foto en blanco y negro de la pequeña, que debió ser tomada días antes de su muerte, y una hebra de cabello.

30 años más tarde, los padres de Maribel, ahora en su condición de abuelos, se enfrentarían a un escenario similar. Su nieta, también primogénita, se debatía entre la vida y la muerte a pocos días de nacida, por la misma causa. Como en el caso de Maribel, en 1978 la ciencia tampoco podría arrebatar de los brazos de la muerte a cientos de niños. Yo fui una de las sobrevivientes.

Siempre he pensado que la muerte de la tía que no conocí permitió que mi abuela actuara con tal rapidez y tino. Lo que para otra abuela bien pudo haber sido una indigestión, para la mía tenía el rostro familiar de una pérdida irreparable.

Un pediatra vecino, al que me llevaron inmediatamente, me remitió de urgencia para el hospital infantil donde ya morían niños por la misma causa todos los días.

Como era tan pequeña y no podían tomarme las venas, tuvieron que raparme un costado de la cabeza para pasarme sueros de hidratación. Una foto tomada poco después del alta médica, a los tres meses y medio de nacida, deja grabada la huella de mi calvicie inducida, a pesar de una cinta que pretendía disimularla.

Fui dichosa. Solo estuve unos pocos días reportada grave, mientras mi abuela y mi madre (ya de regreso en Holguín) veían salir cadáveres diminutos día tras día de terapia intensiva.

La estela de muertes como resultado de una negligencia administrativa no dejaría huellas en los medios de difusión. Eso sí, a partir de aquel año se crearon y ampliaron Servicios de Gastroenterología Pediátrica en varias provincias del país. Sin embargo, en la memoria de algunos el 78 ha quedado como el peor año de la gastroenterología en Cuba.

Los números

Al triunfar la revolución cubana la gastroenteritis era considerada como la primera causa de muerte infantil en Cuba, situación que se mantuvo hasta entrados los años 60, cuando el 30% de la ocupación hospitalaria recaía en enfermedades diarreicas agudas.

Ante las cifras alarmantes, en 1962 se creó el Programa de lucha contra la gastroenteritis y a partir de 1972 se concibió la Gastroenterología como una subdisciplina en la isla.

A finales de la década se inauguró el primer Servicio de Gastro en el Hospital Pediátrico Universitario “William Soler”, hasta convertirse en especialidad y extenderse en Villa Clara, Camagüey y Holguín, generalizándose en los años 80, época de oro de los fondos del Kremlin a La Habana.

Habría que revisar en hemerotecas para determinar si realmente el hecho existió para la prensa oficial. Las personas contactadas que vivieron el fiasco de la leche en mal estado en 1978 no recuerdan haber sido entrevistadas ni haber leído o visto en televisión cobertura alguna por la intoxicación fatal en infantes, producto de la distribución de leche vencida.

Tampoco hay rastro en las estadísticas oficiales que indiquen la crisis de gastroenterología del 78. De lo que sí hay constancia es de que a principios de la década del 70 las enfermedades diarreicas agudas o gastroenteritis estaban consideradas la segunda causa de muerte en el país, con 1,308 defunciones para una tasa de 5,5 muertes por cada mil nacidos vivos en el grupo de niños de 0 a 1 año.

De acuerdo al Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana de 1982, esta tasa se reduciría a 1,0 por cada mil nacidos vivos en 1979, para una disminución dramática en la totalidad de las edades infantiles “de 17,7 a 3,7 por 100 000 habitantes, con una reducción del 79% en el decenio”.

De acuerdo con estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), una de cada tres muertes de niños menores de cinco años se debe a enfermedades diarreicas, fundamentalmente asociadas a enfermedades infecciosas y trastornos nutricionales. Sin embargo, en Cuba, ya no es una de las principales causas de la mortalidad en estas edades en la actualidad.

A partir de 1992 Cuba se unió a la iniciativa de la OMS de 1980 de fomentar la lactancia materna a través del Programa Mundial de Control de las Enfermedades Diarreicas (EDA) para “reducir la morbilidad y la mortalidad por estas enfermedades y la desnutrición acompañante”.

En esos años, mientras Cuba atravesaba por una de sus peores crisis en décadas, el Estado distribuía leche licuada a granel para los lactantes, que también provocaba problemas digestivos, y no estaba entronizado el uso y comercialización de fórmulas lácteas para bebés, por tanto, la lactancia y su pronta obligatoriedad en el país, vendría como anillo al dedo ante la incapacidad del Estado de proveer una alimentación adecuada para su población en general.

La historia se repite

Como si de una maldición familiar se tratara, 22 años después le llegó el turno a mi hijo de enfermarse con vómitos y diarreas a la edad de 7 meses. Ocurrió en el 2000, cuando recién había comenzado a tomar “leche de punto”, una leche licuada sin sellar de cuestionable calidad que distribuían entonces a los niños de 0 a 7 años, a precios subvencionados en la red de comercio normada.

Tras seis meses de lactancia materna, comencé a introducir en su dieta la leche que le garantizaba el Estado y mis problemas, que un día habían sido los de mi abuela y luego los de mi madre, comenzaron.

Alarmada por la salud de mi hijo, decidí llevarlo a que lo viera el médico que me atendió 22 años atrás. Fue entonces cuando supe la magnitud de la tragedia del 78. Le dije que mi hijo se estaba deshidratando, que yo casi muero cuando nací y que le traía a mi hijo porque “usted fue el médico que me salvó la vida”. Prefiero reservarme el nombre del doctor que aún vive y no me dejará mentir.

“¿En qué año tú naciste?”, me preguntó y cuando le respondí, su semblante cambió: “El 78 ha sido el peor año de la gastroenterología en Cuba”, dijo con pesar y agregó que muchos niños murieron entonces en todo el país. Cientos.

La disminución de la calidad de un producto de vital importancia para el crecimiento en edad pediátrica es palpable. En cuestión de cuatro décadas, lo niños cubanos han pasado de consumir leche evaporada, licuada y sin sellar, hasta llegar a leche descremada en la actualidad que está afectando su sistema digestivo en los primeros meses de vida.

Recientemente un grupo de madres llevaron sus demandas al gobierno municipal en Holguín para que este resolviera, entre otros, los problemas de la leche normada de sus hijos menores de edad, ahora descremada; y una doctora advertía las nefastas consecuencias que su consumo puede traer para el normal desarrollo de los niños por la falta de nutrientes y vitaminas del producto lácteo y la imposibilidad de adquirirlo en la red de comercio. Las autoridades respondieron con nuevos racionamientos y viejas excusas.

Hasta el momento, la prensa oficial ni el Ministerio de Salud Pública se han hecho eco de la mala leche -nunca mejor dicho- del gobierno cubano para los infantes. No es de extrañar: para el discurso oficial, las muertes de niños en 1978 por intoxicación con leche en mal estado tampoco existieron.

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