Con la subida de los costes de producción, los ganaderos optan por deshacerse de ganado para no sumar más pérdidas

En 2014, con 26 años, Pau Barnés dio un tumbo a su vida: dejó el trabajo de lutier para seguir la estrella de las dos generaciones anteriores y ser labrador. Sus padres le traspasaron la granja familiar, Can Gimferrer, en Caldes de Malavella, con un centenar de vacas lecheras. Pero su proyecto ilusionante y alentador muy pronto se convirtió en una pesadilla por el aumento de los costes de producción. Primero fueron los cereales –que empezaron a subir hace un año y se han disparado por la guerra de Ucrania, que es uno de los productores principales de Europa– y después siguieron la luz, el gasóleo y los fertilizantes –que se han incrementado también por el conflicto bélico: Rusia es uno de los mayores exportadores.

“Mi padre toda la vida peleándose para cobrar más por la leche y nunca lo consiguió, y ahora continuamos allí mismo”, lamenta el joven, que muestra el archivo donde guarda todos los números de la explotación. “Entre 2015 y 2020 cobramos el mismo precio por la leche que a finales de la década de los 90, y lo hacíamos con los costes disparados. Hace años que arrastramos carencias. Después de un 2020 y un 2021 jodidos por la pandemia, ahora el 2022, con la guerra, ya nos ha acabado de hundir en un pozo bien hondo”, lamenta.

Uno de los quebraderos de cabeza más grandes de los ganaderos es el precio de los cereales que alimentan al ganado. En su finca, los Barnés tienen campos de forraje, pero no tienen suficiente, porque las vacas productoras también necesitan pienso para mantener el nivel de producción que hace sostenible la explotación. “Si comieran solo forraje, harían menos litros de leche y entonces sí que sería del todo inviable”, admite.

Actualmente, tienen unas 130 vacas, de las cuales 58 son productivas. Cada día se gasta, solo en comida, 570 euros, más los costes de la luz, los seguros, el agua, la cuota de autónomos, los créditos y las amortizaciones. “Sumando todos los gastos, me cuesta 43 céntimos producir un litro de leche y me lo pagan a 37. Y hacemos una media de 39 litros al día”, calcula. Ante la acumulación de pérdidas, este 2022 ha tenido que sacrificar una decena de vacas, que se suman a la cincuentena de finales del año pasado. “Si pudiera comprar comida a precios normales, no lo habría hecho, porque he perdido el 15% del rebaño productivo, pero gastaban más de lo que producían en leche y me daban más por la carne. Nuestra situación es tan insostenible que, para capitalizarnos, tenemos que matar ganado y esto quiere decir que hipotecamos nuestro futuro”, advierte.

Barnés, que también es miembro de Unión de Labradores, recuerda que Catalunya es deficitaria en producción de leche y que todavía lo será más porque “están estrangulando al sector”. “Aquí hay unos culpables y son los grandes supermercados como Mercadona y Bon Preu, que compran la leche por debajo del precio de coste. Ellos cada año suman millones de beneficios, mientras que nosotros no paramos de sumar pérdidas y cierres”, afirma este ganadero.

Dos granjas más clausuradas

Los lecheros son los ganaderos que más afectados, pero también los productores de carne empiezan a tambalear por el encarecimiento de los cereales. Esmeralda Rourera, ganadera de Lleida, acaba de cerrar dos granjas, con 100 y 150 terneros que ha tenido que sacrificar. “Entre el alquiler, el seguro de la retirada de los cadáveres, los medicamentos, los impuestos, la luz, el agua y la alimentación estábamos perdiendo entre 100 y 150 euros por ternero. Arrastrábamos una mochila muy pesada y con la guerra de Ucrania se ha agravado”, expone.

La ganadera proviene del mundo sanitario, pero en 2013 se unió a su marido para coger el relevo de sus suegros en la explotación familiar, de unos 900 terneros y un millar de cerdos, y poco después cogieron las dos granjas que han tenido que clausurar. “Tengo miedo, porque no sé hasta dónde llegaré”, reconoce Rourera, que sufre por si tampoco pueden mantener las instalaciones de la familia. Cada semana, solo en alimentación, se gasta entre 3.000 y 4.000 euros por tanque, y necesita unos ocho meses de engorde antes de llevar a los terneros al matadero. “Hay animales que tenemos que sacrificar más que nada para poder pagar las facturas, porque, si no, es inviable, no podemos asumir este aumento de costes”, dice la ganadera, que también es la presidenta de los Jóvenes Agricultores y Ganaderos de Catalunya en Lleida.

Repercusiones en la cadena alimentaria

Los ganaderos son la primera pieza de la cadena alimentaria y, como en el dominó, si ellos caen, otros van detrás suyo. Las fábricas de pienso han empezado a notar que hay clientes que no pueden pagar y otros que optan por cerrar. “Si no aguantáramos los pagos a 30 o 90 o más días, la mayoría de clientes ya habrían cerrado. Los ganaderos tienen miedo, porque hay una incertidumbre tan grande y una subida tan brusca que no saben qué hacer, porque cada vez pierden más dinero”, señala Joan Roca Trull, de Bio Nutri Natura, una fábrica de pienso para vacas de Santa Eulàlia de Ronçana (Vallès Occidental).

El director de la cárnica Grup Viñas, Josep Viñas, añade que están muy preocupados porque hay labradores que no continuarán. “Los precios de los cereales son espantosos y muchos dicen que dejarán de entrar nuevos terneros, porque son explotaciones pequeñas y no pueden asumir estos costes. Estamos en manos de especuladores y no sabemos cómo puede acabar esto, porque tampoco vemos que los gobiernos hagan nada”, lamenta. El responsable de este matadero de Vic, como el resto de los entrevistados, reclama a las administraciones medidas para salvar al sector. Todos aseguran que el abastecimiento a corto y medio plazo está garantizado, pero alertan que, si la sangría no se para, podrían desaparecer el grueso de las explotaciones catalanas.

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