Los asuntos públicos tienen su germen en las disputas que propone el activismo, que dispara los sistemas de creencias que finalmente generan regulaciones; perdemos la autonomía, y es cuando ya no tenemos la oportunidad de elegir, sino que se nos imponen los qué y los cómo.

Si bien todavía la mayoría de las personas se sienten cómodas y felices con el consumo de leche y otros productos de origen animal, los grupos detractores amplifican su mensaje con argumentos espurios que van echando raíces en el sistema de creencias de unos cuantos, suficientes para modificar las agendas que rigen la vida de todos.

Cada uno puede hacer lo que quiera, pero no se puede mediante embustes, coaccionar a través de los gobiernos para entorpecer la producción de alimentos accesibles para toda la humanidad, que por primera vez en la historia y dentro de los últimos veinte años supo lo que era disponer de más alimentos de los que podía consumir, a los valores más bajos jamás alcanzados.

Siempre hablamos de que, si trabajamos en informar mejor a la comunidad sobre un campo que trabaja responsablemente en la producción de alimentos inocuos, cuidando el medio ambiente y atendiendo al bienestar animal, podríamos contrarrestar los efectos de la desinformación. Sin embargo, no para todos un mejor conocimiento es suficiente para que acepten los métodos agropecuarios en su sistema de principios y valores. Y no debiera ser un grupo al que haya que resistir o insistir en informar, sino más bien debería ser visto como un mercado abierto a recibir propuestas alternativas, y a pagar por ellas y que en todo caso sería inteligente aprovechar. 

Suena bien ¿verdad? Pero allí donde se puede sacar provecho de algo, no falta el que toma una ventaja apalancado en la inquietud de los que confían en las falacias que profieren estos “mercaderes del temor”.

 El lobby de los alimentos “anti animales” hoy se vale del argumento del clima para impulsar su agenda, dejando atrás el caballito de batalla de los derechos de los animales, ahora la cuestión climática resulta más efectiva. Ya no sufren las vacas en los tambos, ahora son responsables del calentamiento global.

Es momento de perder la inocencia en la mirada sobre estos temas. Son poderosos los grupos que se embanderan tras el discurso popularizante de que la agricultura y la ganadería envenenan el agua, el aire, contaminan el suelo, nos asperjan con químicos que nos reducen la expectativa de vida y la habitabilidad del planeta. No importa si es falso lo que dicen, porque ya no estamos dirigidos por la ciencia y por los hechos.

Los asuntos públicos tienen su germen en las disputas que propone el activismo, que dispara los sistemas de creencias que finalmente generan regulaciones; perdemos la autonomía, y es cuando ya no tenemos la oportunidad de elegir, sino que se nos imponen los qué y los cómo.

Está claro que el calentamiento global existe, y que es responsabilidad de todos contribuir a la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero. También está claro, o debería estarlo, que la incidencia de la cría de ganado es mínima al lado de otras situaciones que es capital resolver para que tengan sentido las acciones que se tomen, cómo lo es el uso de combustibles fósiles, para la generación de energía, el transporte y la industria. 

Sin embargo, el activismo logró que gobiernos serios como los europeos tomen decisiones tales como en Holanda, que le exigirá a sus productores reducir las emisiones en un 40%, lo que significa la eliminación del 30% del ganado. Las alternativas que les ofrece a sus productores son cerrar, reubicarse o volverse más “sostenibles” virando sus negocios hacia el turismo rural, o el cultivo de proteínas vegetales bajo sistemas agroecológicos. No, no es broma.

Nada se ha aprendido de las lecciones del fracaso en Sri Lanka, que se abrazó a la adorable agroecología y no tardó en sumirse en una gravísima crisis alimentaria. ¡Ah, pero serán saludables hacia el 2030!

¿Para quiénes gobiernan los gobiernos que fogonean una opinión pública adversa hacia el campo, tanto que lo incluyen en sus películas y su material educativo? La difamación al sector productivo está organizada, es oficial, y es mundial ¿Podría decirse que gobiernan para sí mismos? Si se ataca al campo porque es opositor natural de políticas socialistas, porque podría financiar una oposición verdadera que le dificulte las cosas a los fanáticos de la intervención estatal, podríamos volver al principio y preguntar quién financia a los activistas.

¿Para quiénes gobierna el poder político que apoya la producción agrícola y ganadera de subsistencia bajo el manto de la bondad de cuidar el medio ambiente y ayudar a las personas a progresar? La máquina de fabricar pobres, desnutridos y bobos funciona a la perfección y el ingrediente secreto es tenerlos convencidos que es por su bien. Mientras en el otro extremo de la cadena, nace y crece el negocio de los bonos de carbono.

Gobiernos como el de NZ legislan para gravar impositivamente las emisiones de la agricultura y la ganadería. Cada sector y cada individuo tiene la responsabilidad de reducir sus emisiones y el agropecuario no puede permanecer ajeno a eso, pero ¿por qué no se reconoce el metano emitido por el ganado como un gas de vida corta, perteneciente a un ciclo biogénico, no equiparable al fósil que se apila en la atmósfera por mil años, y no se hace esa discriminación en los cálculos para el secuestro de carbono? Las decisiones de este tipo deben basarse en la ciencia y no en demagógicas agendas.

Diga lo que diga el activismo y la política, el consumo de productos lácteos crecerá a nivel mundial, y Nueva Zelanda y la Unión Europea, los principales proveedores, no podrán ponerse a la altura de la demanda porque están limitando su capacidad.

A la presión de los compromisos ambientales en los países más desarrollados, se suma el cimbronazo de la pandemia y la guerra. América Latina tiene en este contexto una oportunidad única, dado que los niveles de intensificación de los sistemas de producción lechera que predominan en la región están aún muy lejos de ser alcanzados por las regulaciones internacionales concernientes a las emisiones de gases de efecto invernadero.

Que la política y el activismo no nos haga perder la oportunidad. Consumir lácteos hace bien, y producirlos es una grandiosa y noble tarea. 

Vos ¿Ya tomaste tu vaso de leche hoy?

 

Valeria Guzmán Hamann

EDAIRYNEWS

 

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