La deshabitada isla de Gruinard, conocida como “la isla del ántrax” o “la isla de la muerte” por los lugareños, fue declarada segura en 1990, pero la vida en este antaño santuario de aves, situado a menos de una milla de la costa escocesa, nunca ha vuelto a la normalidad.
Todo comenzó a finales de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial. Ese año, ante la amenaza de una posible invasión alemana y el temor de que los nazis hubieran desarrollado una bomba biológica, un desesperado primer ministro británico Winston Churchill ordenó a los científicos de una instalación inglesa de alto secreto llamada Porton Down que pensaran en algún arma para lanzar contra los alemanes.
Tras unos meses de investigación, el equipo de este emplazamiento militar, establecido originalmente para estudiar el gas venenoso en la Primera Guerra Mundial, encontró una forma de utilizar una cepa virulenta de bacillus anthracis -conocida también como ántrax- contra la población alemana.
Había nacido la Operación Vegetariana.
En opinión de Paul Fildes, director de biología del laboratorio secreto del Ministerio de Defensa, si Reino Unido lanzaba sobre Alemania balas de pienso y forraje rellenos de ántrax, el suministro de carne y productos lácteos quedaría prácticamente erradicado y probablemente también se produciría un brote masivo entre la población humana, provocando el pánico.
Entusiasmadas con la idea, en 1942 las autoridades militares británicas querían poner a prueba el plan con urgencia, pero ¿dónde y cómo? Tenían que encontrar un lugar de pruebas remoto, deshabitado y aislado, pero accesible desde tierra firme.
La remota isla de Gruinard, a mitad de camino entre Gairloch y Ullapool y de apenas 2 kilómetros cuadrados, fue estudiada rápidamente por el Ministerio de Defensa en 1942.
Finalmente, las autoridades decidieron comprarla por 500 libras esterlinas (US$607) a sus propietarios, Molly Dunphie y su marido, el coronel Peter Dunphie, un estrecho confidente de Churchill en tiempos de guerra. Es así como una hermosa y deshabitada isla se convirtió en testigo del desarrollo de un arma de destrucción masiva.
El experimento
Lo que realmente sucedió en la isla de Gruinard fue una fuente de misterio y rumores hasta que se desclasificó en 1997 un extraordinario video del Ministerio de Defensa donde se puede ver con todo detalle y en tecnicolor la prueba que llevaron a cabo.
“Querían probar la viabilidad del ántrax como arma y probar los efectos”, explica a BBC Mundo el historiador escocés Rory Scothorne.
Los científicos de Porton Down guardaron cuidadosamente las bombas de ántrax y se dirigieron al norte. Una vez allí, transportaron hasta la isla 80 ovejas, las pusieron en fila metidas en cajas individuales para asegurarse de que recibieran la nube tóxica y las bombardearon con una nube de ántrax.
La cepa elegida era tan virulenta que todas las ovejas murieron en tres días.
“Vi una nube que corría por encima de la tierra y se acercaba a estos animales, que estaban atados en fila… era ántrax”, recuerda un testigo ocular en declaraciones hechas 20 años después a la BBC y recogidas en el reciente documental de la BBC “The Mystery of Anthrax Island” de John MacLaverty.
“En el experimento vieron que el ántrax era muy efectivo contra ovejas por lo que lo calificaron de exitoso. Sin embargo, después del test decidieron que el ántrax no era un arma efectiva contra la población humana. Si bien potencialmente podía verse como un arma económica porque podía afectar la tierra y la agricultura, había armas biológicas más efectivas para ser usadas contra personas”, indica Scothorne. El ántrax es una bacteria letal, especialmente cuando se inhala, y resulta mortal en casi todos los casos, incluso con tratamiento médico.
“La bacteria forma esporas. Si están en el aire y las respiras y entran en tu sistema respiratorio, llegan a tus pulmones y las pequeñas semillas germinan en bacterias, las bacterias empiezan a crecer y te causa la muerte. Es bastante letal”, explica la microbiologista Clare Taylor en el documental de la BBC.
Además, el ántrax puede permanecer durante años en la tierra. “Las esporas pueden existir entre 40 y 50 años, pero bajo algunas condiciones, pueden seguir siendo viables después de 200 años”, detalla la científica.
Consecuencias
Los científicos no calcularon el alcance de exponer a los animales al ántrax en una isla tan cerca de la costa escocesa. Tras hacer varias pruebas, comprobaron que la mayor parte del suelo de la isla estaba contaminado e incluso se había traspasado a zonas de la costa de Escocia.
Seis meses después del experimento, entre 30 y 50 ovejas, siete vacas, dos caballos y tes gatos murieron. Sin embargo, el Gobierno se afanó en taparlo.
“Enviaron agentes al norte para analizar todo y pagaron compensaciones a los granjeros, pero tenían una tapadera para lo sucedido. Les dijeron que las compensaciones venían del gobierno griego, porque el ántrax procedía de un barco griego que pasó cerca de ahí y que infectó la zona, en lugar de decir que fue un experimento del gobierno británico. De esta manera podían eludir la responsabilidad por lo sucedido”, señala Scothorne.
En 1944, prohibieron terminantemente el acceso a la isla, ya que era propiedad del gobierno. No fue hasta 24 años después del experimento que los carteles de prohibido el paso incluyeron la advertencia del ántrax.
Gruinard, recubierto de una cepa altamente contagiosa, se convirtió así en uno de los lugares más peligrosos de la tierra y fue puesto bajo una estricta cuarentena.
Generaciones de escoceses de las Tierras Altas (highlanders) crecieron bajo la sombra de la isla prohibida. Nadie sabía exactamente lo que había sucedido allí, pero todos sabían que no debían poner un pie en la “isla de la muerte”. Sabían que había sido utilizada por el Ministerio de Defensa para algún misterioso experimento.
Todo permaneció oculto a la opinión pública durante décadas.
Destapan la historia
“La gente sabía que la isla estaba contaminada, pero no se contaba en los medios. Hubo un momento en el que el gobierno se planteó descontaminar la isla. Fue en 1971 y lo investigaron, pero llegaron a la conclusión de que era demasiado caro descontaminarla y no había suficiente presión para que lo hicieran”, recuerda Scothorne.
Eso cambió en 1981, cuando una célula clandestina autodenominada “Dark Harvest Commandos” envió tierra contaminada sacada de la isla de Gruinard a las instalaciones de Porton Down. La célula asuminó la responsabilidad en una carta enviada a los periódicos en la que afirmó que tenía 300 libras (136 kg) de tierra listas para ser enviadas a otros objetivos.
Los científicos analizaron la tierra y confirmaron que estaba contaminada con ántrax y que provenía de la isla escocesa.
La demanda del grupo era sencilla: limpiar Gruinard.
“Lo que querían hacer era exponer al gobierno británico por haber infectado tierra firme escocesa”, detalla Scothorne. “Expusieron uno de los mayores secretos de la historia del siglo XX. Expusieron que el gobierno había estado probando armas químicas en tierra escocesa y lo hicieron de una manera que pudieron herir a gente”.
Para demostrar que iban en serio, efectuaron un segundo envío, esta vez al congreso del Partido Conservador en Blackpool, en el norte de Liverpool, lo que desató el pánico nacional y la historia alcanzó los medios internacionales. Sin embargo, el segundo envío no contenía tierra contaminada como demostró su análisis.
“La persecución policial del grupo nunca produjo una detención, pero poco después de los incidentes el gobierno envió a científicos a la isla para que examinaran la posibilidad de hacer que Gruinard volviera a ser apto para ser habitado por animales y seres humanos”, explica el historiador.
Descontaminación
Científicos del gobierno y funcionarios del Ministerio de Defensa habían visitado la isla periódicamente para analizar el suelo entre 1943 y 1981, siempre con el mismo resultado. Todavía había una cantidad mortal de ántrax en el suelo.
Un análisis del Ministerio de Defensa a mediados de los 70 concluyó que cualquier operación de limpieza costaría decenas de millones de libras y que sería más rentable mantener la isla en cuarentena. Sin embargo, tras la aparición de Dark Harvest vieron que con los avances tecnológicos se podía realizar la limpieza por tan sólo 500.000 libras (US$ 607.000) y se pusieron manos a la obra.
La tierra de la isla de Gruinard fue tratada con una solución de agua salada y el compuesto químico formaldehído y se enviaron numerosas muestras de tierra a Porton Down para analizarlas. La evidencia demostró que la isla estaba descontaminada y el 24 de abril de 1990 el Ministerio de Defensa declaró la isla libre de ántrax.
La sorpresa llegó cuando el comando informó en su último comunicado que la tierra no procedía en realidad de la isla, sino de la costa justo enfrente de la isla.
“Todavía a día de hoy no sabemos si la tierra provino de la isla o de tierra firme. Los científicos que la analizaron dijeron que coincidía con tierra de la isla, pero la tierra de la isla también podría ser tierra de tierra firme.
“La operación de Dark Harvest en su declaración final dijo que la tierra era de hecho de tierra firme. Pero no lo sabemos. Podemos creerlos o no. No lo sabemos a ciencia cierta. Si la tomaron de tierra firme, eso significaría que la tierra de tierra firme estaba contaminada”, dice Scothorne.
“No sabemos quién lo hizo. No sabemos quiénes eran los miembros de Dark Harvest hasta día de hoy y el gobierno nunca analizó la tierra de tierra firme, a pesar de que el propio gobierno sabía que era posible que estuviera contaminada la tierra de la costa escocesa”, agrega.
En una comunicación interna fechada en diciembre de 1981 y desclasificada en 1996, el entonces director de Porton Down, Rex Watson, escribió:
“Al menos en una ocasión la prueba fue realizada cuando la dirección del viento estaba en el límite de lo seguro, por lo que es posible que una o más nubes de ántrax llegaran a tierra firme”. Sin embargo, en otro documento del Ministerio de Defensa de mayo de 1982 dejan claro que “sería extraordinariamente caro analizar toda la zona que podría estar infectada”. La historia de la isla, ahora estéril, quedará, como llevan años apuntando muchos, como recordatorio permanente de los estragos que puede causar la guerra química y biológica.