En un establecimiento ubicado entre Treviso y Venecia, Julio Borga produce energía con los residuos de un establecimiento lechero; cobra entre 120.000 y 130.000 euros de subsidios de la Unión Europea.

Con Julio Borga hay poco tiempo para conocer lo que hace: una hora exacta, no más. El grupo de argentinos que arribó en una gira de Agco Argentina hasta su establecimiento lo espera, ansioso. Sucede que, apenas se llega al lugar, se divisan unos imponentes viñedos para el Prosecco [el reconocido vino espumoso al que los productores destacan por su denominación de origen] y tanques de una bodega. Sonriente, con un inconfundible saludo de buenas tardes en italiano, aparece el anfitrión. Aclara que en el establecimiento hay dos sociedades con algunos miembros de la familia que están para la bodega (Borga tiene 130 hectáreas de viñedos) y otros, en su caso, para un tambo.

Y ahí empieza el relato de una historia apasionante, de números y hasta en algún punto envidiable para los productores argentinos por la realidad sobre cómo se dan las cosas aquí. Borga factura 450.000 euros al año por la venta de energía que hace con los residuos del tambo (tiene un biodigestor para 300 KW/hora), recibe anualmente entre 120.000 y 130.000 euros de ayuda de la Unión Europea por tener estos animales en el campo y cobra por la leche unos 60 centavos de la divisa por litro. Un negocio que genera ingresos por distintos lados.

En esta localidad, ubicada entre Treviso y Venecia, se ven establecimientos a metros de poblados en un clima que parece de armonía, aunque seguido de controles del Estado. A modo de ejemplo, hoy Borga no podría ampliar el tambo sin un permiso oficial que evalúe diversos aspectos ligados al ambiente.

Esta firma empezó con 20 vacas lecheras y ahora posee 1000, 500 para el ordeñe y otros 500 animales para la recría. Las vacas están en confinamiento. En tanto, la empresa siembra 400 hectáreas con trigo, maíz y pasturas para el tambo. Recurre al alquiler para las pasturas porque no le alcanza con la producción propia.

“Producimos el 80% de la alimentación”, explica el productor. Hay que darles de comer a vacas que producen de 32 a 35 litros de leche. Vacas para las que, además, se busca brindar un bienestar con ventiladores y que son bañadas los días de altas temperaturas en el verano.

El tambo no tiene robots para ordeñe automático, pero sí dos líneas de bajadas para el sistema mecánico con 20 posiciones a cada lado. Ordeña de 120 a 130 animales por hora.

El ordeñe con robots, no obstante, se va acelerando en Europa. Y sorprende cómo los mismos jóvenes ven a la tecnología como una aliada para seguir en la actividad considerando lo extenuante de su rutina. En rigor, en un campo de la UniLaSalle visitado al norte de París, en Francia, Frank, un estudiante, decía sobre un robot de un tambo en el lugar: “Ven al robot como una solución para disminuir el trabajo”. Según su visión, se gana en producción y flexibilidad. “Se respeta los fines de semana”, contaba aunque aclarando que se hace un seguimiento de lo que ocurre. Esa casa de estudios, que tiene 163 años, es privada, está ligada a la iglesia y estudiar allí para ingeniería agronómica, con un plan a cinco años, ronda un costo anual de 10.000 euros.

Si bien no tiene el robot, Borga apunta a sumar cada vez más opciones de tecnología. Las vacas tienen collares electrónicos que monitorean lo que comen, si tienen calor y cuánto rumean.

A Borga haber invertido para generar energía con el tambo fue desembolsar 1,6 millones de euros recuperados al tercer año del desembolso. Según señaló, se recolectan para luego hacer biogás 90 metros cúbicos por día del excremento del tambo. La limpieza del residuo se hace automática. Le pagan de 20-23 centavos el KW la energía que entrega para la distribución, mientras a él la red se la vende a 49 centavos. El desbalance se generó tras la invasión de Rusia a Ucrania y excede a que la producción esté subsidiada. Aún con la brecha de números entre lo que vende y compra, gana plata con la producción que realiza.

En este contexto, para recordar lo visto en el campo de la UniLaSalle allí un robot hacía la tarea de retirar el desecho de tres a cuatro veces por día. Además de la producción de la energía propia con los residuos, algo que también tiene en ensayo la casa de estudio francesa, en el paisaje productivo europeo se observa desde las rutas estiercoleras en los lotes para la aplicación como nutriente.

Un punto no menor en la región son las condiciones que se tienen para producir. Según detalló Borga, hay contratos de alquiler a 5 años y se paga 1200 euros por hectárea. Otro esquema usado es un comodato anual donde quien produce cede, en el marco del trato, un subsidio que ronda los 100 euros.

Por tener los animales en el campo, Borga cobra de la política europea de ayuda a los productores de 120.000 a 130.000 euros al año. Incluye conceptos como el aporte al medio ambiente y si hay contaminación o no. Se trata de un monto que se viene reduciendo. Hace tres años esa contribución era de 150.000 euros. El mismo Estado es riguroso con el monitoreo ambiental: sin permiso gubernamental no se puede ampliar.

La cuestión de la reducción de los subsidios es un tema no menor para los productores. “Están preocupados”, indica Andrea Demaldé, del concesionario Agri Ravagnolo, de la zona de Pasiano di Pordenone, a 73 kilómetros de Venecia. La invasión de Rusia a Ucrania elevó inicialmente los costos para producir y es algo que se monitorea.

“Viene cayendo el subsidio fijo”, agrega Demaldé, que también explica que la sociedad en general respalda que los productores tengan ayudas. Un panorama que contrasta con la Argentina, donde en lugar de recibir algo el Estado extrae vía retenciones fondos que podrían quedar en la actividad. “Lo ven positivo para sostener nuestro sector, nuestra agricultura”, señala sobre el apoyo europeo.

“La familia se queda en el campo. Tienen el campo y abren alguna tienda, un restaurante”, precisa Demaldé. Los hijos, que suelen irse a vivir a otros lugares para sus estudios, regresan cuando concluyen. Hay casas cercanas a los campos y la aplicación de fitosanitarios en el lugar está permitida.

Así como están los estímulos que vienen por el lado de los subsidios, directos e indirectos, también se encuentran beneficios para la inversión: al que compra un tractor a los 10 años se le devuelve el 40% del valor por impuesto a las Ganancias.

En esta región de viñedos donde se encuentra el concesionario, una hectárea sin viña vale de 40.000 a 50.000 euros. Unas 14 hectáreas es el promedio de la finca aquí y trepa a 60 hectáreas más al norte. En explotaciones de 60 hectáreas suele haber cuatro tractores. Si bien el número sorprende, tiene su explicación en el uso para remoción del suelo y pulverización, además de otras tareas en la finca. El viñedo aquí ocupa el primer lugar de explotación, seguido de la soja, el maíz y el trigo. Otra diferencia con la Argentina: en los granos se cobra por lo que vale en el mundo, sin intervenciones.

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