El cruce de sanciones y embargos adoptados en 2014 le han sentado bien a la industria quesera del país
RUSIA QUESO
"Durante la última década las empresas rusas han afinado de una forma asombrosa el arte de elaborar sus propios quesos europeos."
Los caminos de la geopolítica son inescrutables. A Rusia por ejemplo la está convirtiendo en una consumada fabricante de quesos galos e italianos, variedades que hasta hace no tanto —antes de la anexión de Crimea de 2014— importaba del extranjero. Quizás suene raro, pero entre las decisiones diplomáticas que se toman en los despachos de Bruselas o el Kremlin y la habilidad de las empresas rusas a la hora de elaborar sus propias cuñas de parmesano o mozzarella hay un vínculo estrecho que acaba de ponerse de manifiesto durante una feria de Moscú.

Nos explicamos.

Parmesano “made in Moscú”. Hace unas semanas la agencia EFE publicó una crónica peculiar sobre una feria de quesos celebrada en la región de Moscú. Y lo de peculiar no es por dónde, cómo o cuándo se organizó el festival, sino más bien por la realidad que reflejaba: durante la última década las empresas rusas han afinado de una forma asombrosa el arte de elaborar sus propios quesos europeos.

En el festival se mostraron ruedas de parmesano y barras de gouda, chédar o camembert, variedades que en cualquier otro mercado del mundo se esperaría que procediesen de las granjas tradicionales de Francia o Italia; pero que en Moscú son ya productos locales. Allí los queseros que exponían su trabajo procedían de de regiones de la propia federación rusa, como Krasnodar, Briansk o Vorónezh.

“Nos salen bastante bien”. Alexandr Mólotov es un ejemplo claro del despertar quesero de Rusia. Durante la feria de Moscú contó a EFE que, aunque su granja de la región de Kursk tiene alrededor de dos siglos de historia, no decidió apostar de forma clara por la producción de quesos hasta hace apenas una década.

Su caso no es único. Mijaíl, representante de otra fábrica de lácteos situada en Dzhankói, relata cómo hace unos años la industria rusa se lanzó a la fabricación burrata, mozzarella o camembert, entre otras variedades. “Decidimos aprender a hacerlos y nos están saliendo bastante bien”, celebra. Hay quien está recurriendo a fermentos extranjeros para mejorar sus productos. Y hay incluso emprendedores italianos que, en vez de montar su granja en regiones queseras tradicionales, como Apulia o Calabria, han decidido hacerlo en pleno Klin, al noroeste de Moscú.

Pero… ¿Por qué? Ahí es donde entra en juego la geopolítica. La fiebre quesera rusa se explica por el complejo escenario internacional que se abrió después de que en 2014 Rusia se anexionase de forma ilegal Crimea y Sebastopol: a raíz de aquel episodio los países occidentales adoptaron una serie de sanciones que llevaron a Moscú, a su vez, a responder con un “embargo total” a ciertas importaciones de alimentos de EEUU, la UE, Australia, Canadá y Noruega. El veto afectó a las carnes, frutas, verduras… y al queso, entre otros productos lácteos.

Una década después. La medida se anunció hace justo diez años, en agosto de 2014, después de que el Consejo Europeo (CE) aprobase sus propias sanciones a la Federación de Rusia limitando las importaciones y exportaciones de determinadas mercancías y tecnología. Ha pasado de aquello una década, pero, con la invasión de Ucrania de por medio, las relaciones entre Occidente y Moscú son hoy incluso más tirantes. El veto de la UE se mantiene prorrogado hasta al menos junio de 2025. Y en sentido opuesto la situación tampoco ha vuelto a la normalidad.

A pesar de que inicialmente Rusia aprobó su veto para un año y no tardó en recortar la lista de alimentos prohibidos, el Ministerio de Agricultura de España explica en una ficha de 2024 que “sigue en vigor la prohibición de importación de alimentos desde la UE establecida en 2014 y prorrogada hasta el 21 de diciembre de 2024”. Hace solo unos días la web Agro Diario publicaba de hecho un análisis de cómo ha afectado la década de veto ruso al sector de la fruta y el porcino.

“Profunda reverencia”. En su crónica sobre la feria de Moscú, EFE habló con profesionales del sector que no dudan en relacionar la situación actual con el cruce de sanciones y embargos de agosto de 2014. “Justo este año celebramos el décimo aniversario de ese magnífico suceso que impulsó el desarrollo de los granjeros de Rusia. Una profunda reverencia a quienes adoptaron las contrasanciones”, asume Mólotov, quien tras dos siglos de tradición familiar granjera en la provincia de Kursk decidió enfrascarse en la producción de quesos hace una década.

Mijaíl, representante de una fábrica de Dzjankói, coincide en que las sanciones de junio de 2014 obligaron al país a “buscar soluciones”. “Y eso estimuló determinado crecimiento y desarrollo”, reflexiona: “Resultó que ciertos tipos de quesos, como el camembert, burrata o mozarella, dejaron de suministrarse al país y muchos productores locales, incluidos nosotros, decidimos aprender a hacerlos”.

“Nos favoreció. Las sanciones nos impulsaron”, reconoce. El impulso a la economía nacional forma de hecho parte del argumentario esgrimido en su día por Vladimir Putin para justificar los embargos a las importaciones de Occidente.

Un ejemplo elocuente. El embargo comercial de Moscú no se limitó al papel. Prueba de que en el Kremlin se tomaron el veto en serio es que desde entonces se han aplicado sonadas incautaciones. Ya en agosto de 2015 la policía rusa arrestó a seis personas que dirigían una red de contrabando de queso extranjero por valor de 30 millones de dólares. Durante la operación se confiscaron 470 toneladas.

Por esas mismas fechas las autoridades mostraron cómo destrozaban con ayuda de una apisonadora nueve toneladas de queso occidental en la región de Belgorod. Y justo antes de la pandemia, en julio de 2019, el servicio de aduanas confiscó y destrozó un cargamento de casi dos toneladas de melocotones españoles.

“Las sanciones nos han ayudado”. Ese firme blindaje comercial alentó a empresas rusas del sector como la que entrevistó en 2018 Radio Free Europe: la firma llevaba dedicándose a la elaboración de queso desde la época soviética, pero en 2015, con el nuevo escenario geopolítico, decidió reorientar su producción hacia variedades europeas como la mozzarella, emmental o parmesano. Sus operarios incluso viajaron a Italia y Francia para aprender in situ y a preparar los quesos.

“Las sanciones nos han ayudado”, admitía sin medias tintas el responsable de la factoría, que en 2018 empleaba a 380 personas, producía 30 variedades distintas de quesos y productos lácteos y estaba en cifras récord de producción.

¿Y qué dicen las cifras? Los datos son dispersos, pero ayudan a hacerse una idea más exacta de cómo se ha trasladado el nuevo escenario político a la realidad rusa. Según las tablas de Rosstat recabadas por US News, en 2016, solo dos años después del embargo aplicado a EEUU o la UE, las empresas rusas producían un 17,5% más de carne de vacuno que en 2014, un 30,6% más de carne de cerdo, un 11,9% de carne de aves de corral, un 31,6% de verduras congeladas, un 5,8% de leche… y alrededor de un 20,2% de queso, un crecimiento considerable.

Dairy News Today asegura que la asociación rusa Soyuzmoloko calcula que la producción de queso en el país se multiplicó por 2,3 en cuestión de una década, entre 2013 y 2023, hasta situarse a finales del año pasado en 801.000 toneladas.

“El embargo fue un gran incentivo para nosotros porque significó que podríamos producir más”, aseguraba Andrei Danilenko, de la asociación rusa de lácteos. No todo el hueco dejado por las importaciones se cubría con mercancía propia. Otro suministrador importante era Bielorrusia. O Turquía, en el caso de la fruta.

Una realidad con matices. No todo han sido bondades para la economía y el comercio ruso. En 2022 Aljzeera publicó un amplio reportaje en el que explicaba cómo, más allá de las imágenes de las apisonadoras rusas destruyendo ruedas de queso europeo y las cifras de aumento de producción, el esfuerzo de Moscú por sustituir las importaciones de occidente ha tenido también sus sombras.

Según sus datos, entre 2013 y 2019 los productos lácteos de origen extranjero seguían dominando en las estanterías de los supermercados y, en general, en el sector de la alimentación, el veto a las importaciones dedujo la competencia e hizo subir los precios. IndexMundi mostraba por ejemplo que en 2022 la carne de vacuno era considerablemente más cara que en 2014, antes del embargo.

“El aumento de la producción interna de algunos productos agrícolas en Rusia no puede considerarse realmente una sustitución de importaciones exitosa, ya que los consumidores rusos ya han pagado y siguen pagando un precio significativo por esa política”, explicaba Denis Daydov, profesor de la Universidad de Vaasa.

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