Desde Urdinarrain–Entre Ríos–, Alexiana Wagner encabeza junto a su familia Lácteos La Pequeña, una pyme que elaboró el mejor dulce de leche del país. Su historia es la de un regreso al ruedo después de años de pausa, marcada por el esfuerzo, la resiliencia y el legado de una familia de tamberos.
En 2023, Lácteos La Pequeña se presentó por primera vez al Concurso Nacional de Queso, Manteca y Dulce de Leche, que tuvo lugar en Villa María, Córdoba. La idea original de Alexiana y Riqui, su esposo, era sólo conocer en qué lugar estaban posicionados y recibir un informe que les permitiera mejorar su producción.
“Mandamos la muestra sin muchas expectativas, porque pensábamos: ‘¿vamos a ganar nosotros?’”, recordó la emprendedora. Pero la sorpresa llegó cuando, pasadas las 11 de la noche, recibieron una foto enviada por algunos proveedores que estaban en el hotel donde se realizaba la premiación. En la pantalla gigante apareció el nombre de Lácteos La Pequeña como ganadora de la medalla de oro al mejor dulce de leche repostero del país.
“Empezamos a los gritos, llamé al dulcero que estaba en otra ciudad y se vino esa misma noche. Fuimos a festejar, sacamos fotos en el obelisco de Urdinarrain con nuestro dulce de leche. La gente tocaba bocina sin entender nada, fue una explosión de alegría”, relató con emoción Alexiana.
El reconocimiento abrió las puertas a pedidos de todo el país. Al año siguiente, gracias a ese premio, la provincia de Entre Ríos los invitó a participar con un stand en Todo Láctea, la feria lechera más importante del país.
Lejos de achicarse ante la competencia, defendieron con orgullo su medalla y su producto. “Le dimos a probar el dulce de leche a la gente que pasaba, conversamos con clientes y participamos del concurso que se desarrollaba en la feria. Los concursos son súper fiables, no se conoce la marca y son completamente transparentes. Conocimos a muchos jurados, fue como estar con las estrellas de Hollywood para nosotros”, comentó Wagner.
En esa oportunidad, se quedaron a la ceremonia de premiación y volvieron a ganar el oro. “Yo estaba embarazada de mi hija más chica y fue un esfuerzo enorme estar tantas horas parada, vendiendo y promocionando. Pero lo pasamos increíble. Ya estábamos felices con solo participar y terminamos ganando la medalla”, agregó la entrerriana.
Para Alexiana, consagrarse nuevamente ganadores significó mucho más que un reconocimiento. Explicó que son uno de los mejores dulces de leche del país y que cosecharon clientes muy prestigiosos. Su dulce está presente en helados y alfajores famosos, un dato poco conocido, pero que para ellos representa un enorme orgullo. También, Alexiana señaló que dicho premio los posicionó de otra manera, generando más confianza. También sumaron queso y yogur.
La receta del éxito empezó en 1990
Alexiana Wagner creció escuchando que 1990 fue el año en que todo comenzó. No lo recuerda —porque apenas era una beba—, pero sabe que ese fue el punto de partida de Lácteos La Pequeña, la marca que hoy lleva adelante junto a su familia y que nació de la mano de su padre y su tío, en un pequeño tambo de Urdinarrain.
A comienzos de esa década, el precio de la leche cayó a niveles insostenibles. Su abuelo, tambero de toda la vida, vio cómo el esfuerzo diario en el campo no se traducía en ingresos. En paralelo, la familia atravesaba un momento especial: Alexiana y su prima –hijas de dos hermanos que trabajaban con su padre– habían nacido con apenas seis meses de diferencia. “Había nuevas necesidades, más bocas que alimentar, y cero independencia económica para mi papá y mi tío, que trabajaban para el abuelo”, recordó la emprendedora.
La solución surgió de transformar la materia prima en productos elaborados. “Se sumó una persona que sabía hacer queso. Con unos ahorros compraron maquinaria usada de una quesería, y con leche que les daba mi abuelo, empezaron a producir”, afirmó Alexiana.
El trabajo se organizó de manera casi artesanal: quesos duros en invierno, cuartirolo cubierto con maicena para conservarlo, ventas directas en camioneta por los caminos rurales. “Mi papá siempre fue el comerciante: salía con la conservadora y recorría todos los aledaños, ofreciendo y comentando la marca. Era algo innovador para la zona: no había queserías en muchos kilómetros”, rememoró Wagner.
Con el tiempo, el negocio creció, se sumaron nuevos puntos de venta y comenzaron a comprar leche a tambos vecinos. Llegaron a tener gran escala, con planta propia, personal y, más adelante, un nuevo producto: el dulce de leche.
Un paréntesis forzado
El impulso inicial se interrumpió por un cambio en la estructura familiar. El tío de Alexiana decidió salir del negocio lácteo. “Es una actividad hermosa para mí, pero requiere estar encima todo el tiempo. Si no te apasiona, pesa”, explicó.
Su padre continuó solo hasta que optó por alquilar la fábrica. “Quería una vida más tranquila, dedicarse a su pasión por los tractores y la siembra. El alquiler fue por diez años, con marca incluida. Al principio funcionó, pero luego el inquilino no fue bueno: cayó la reputación y hubo mal manejo e incumplimientos”, relató la emprendedora.
Cuando el contrato llegó a su fin, en 2018, la fábrica estaba deteriorada. Alexiana lo recuerda con nitidez: “Entré a la sala de elaboración después de muchos años y me largué a llorar. No era solo un edificio, era mi infancia. Verlo así me dolió”.
La vuelta de la nueva generación de Wagner
Para ese entonces, Alexiana vivía en Paraná y trabajaba como contadora pública. Su esposo, Riqui, oriundo de Rosario del Tala, era visitador médico. “Siempre tuve el espíritu emprendedor y sabía que quería recuperar la fábrica. Hablamos, renunciamos a nuestros trabajos y empezamos a ahorrar en dólares para invertir en insumos. No había indemnización, ni red de seguridad: todo fue a pulmón”, comentó la contadora.
Mientras el contrato de alquiler seguía vigente, montaron una “mini quesería experimental” en el lavadero de sus padres– el mismo estaba al lado de la fábrica–. El primer cliente llegó casi por azar: “Fue el comisario de Urdinarrain. Se iba de vacaciones, llegó tarde al horario de la fábrica, y nos encontró justo a nosotros. Se llevó quesitos”, recordó Alexiana.
Ese primer día de producción duró 24 horas. “Teníamos un tacho de 50 litros y una tina de 300 que calentábamos con un mechero a gas. Lo que con vapor demora una hora, nos llevó un día entero. La técnica fue mejorando, las cosas se fueron solucionando, y durante dos meses trabajamos así. Riqui elaboraba sus 300 litros y armábamos stock para la reapertura.”, confesó la emprendedora.
Finalmente, el 1 de enero recibieron la llave, firmaron contrato con su papá y abrieron nuevamente las puertas de Lácteos La Pequeña. El panorama no era alentador: “Estaba muy deteriorada. Nos llevó tres meses ponerla en funcionamiento. Contratamos dos o tres personas para limpieza, sacamos todas las ollas –muchas pinchadas– y mi hermano, hizo un trabajo espectacular reparando todo lo posible”.
En esos meses previos producían queso sardo. El 1 de marzo sumaron una pieza clave: Gabriel, su maestro quesero. “Creyó en nosotros. Nos enseñó a marcar ritmo y a organizarnos en la fábrica. Con él crecimos y empezamos a sumar ayudantes”, contó.
Gracias a ese equipo y al compromiso diario, la empresa comenzó a recuperar su prestigio y su producción se consolidó. Hoy, Lácteos La Pequeña es una marca prestigiosa a nivel nacional, reconocida especialmente por haber ganado dos años consecutivos la medalla de oro al mejor Dulce de Leche Repostero del país.