Dicen que el verdadero queso viaja clandestinamente.
En 2019, un turista argentino regresó desde París con una pieza de Comté de 24 meses escondida en su valija.
Cuando aterrizó en Córdoba, el intenso aroma del queso atrajo la atención de todos en el aeropuerto.
La anécdota —que circula en ferias y encuentros queseros— terminó convirtiéndose en un símbolo de pasión por los sabores auténticos.
Lo curioso es que, al probarlo días después, el queso había cambiado su perfil de sabor.
El recorrido, las variaciones de temperatura y el movimiento del viaje habían generado un efecto similar a una “afinación post-maduración”.
Algunos productores artesanales locales comenzaron a replicar la experiencia, dejando que ciertos quesos “viajen” para ver cómo evoluciona su textura y aroma.
“El queso es un ser vivo; se adapta, respira y cambia con el entorno”, explican desde la feria Sabores del Terruño en Santa Fe, donde varios afinadores experimentan con microclimas y transporte controlado.
Hoy, esos quesos “viajeros” se venden con orgullo en pequeñas queserías de Buenos Aires, Córdoba y Rosario.
Sus etiquetas dicen “vino de viaje” o “versión vuelo”, y su sabor —más intenso y cremoso— recuerda que el alma del queso también se mueve.
Fuente: Excelencias Gourmet – Curiosidades sobre el queso y su maduración