Una vez más, el verano puso a prueba nuestros sistemas productivos basados en praderas.

Con mayor o menor intensidad, se trata de un fenómeno que de extraordinario ya pareciera tener poco y debería hacernos reflexionar en torno a la manera en que debemos enfrentarlo para sostener nuestra producción de leche.

La dramática sequía de 2015 -la más significativa de los últimos cien años según los especialistas- encendió las alarmas, pero el déficit de precipitaciones durante la época estival siguió manifestándose en las temporadas siguientes.

Al transformarse casi en un patrón de comportamiento, como organización gremial iniciamos un detallado análisis de lo que esta situación representaba para la producción de leche y llegamos a la conclusión de que factores climáticos como la sequía representaban una de las principales amenazas para la sustentabilidad de la producción de leche en sistemas pastoriles, incluso por sobre las condiciones adversas del mercado.

De ahí surgió nuestro proyecto “Mejoramiento de la gestión y eficiencia del riego en la producción primaria de leche de la Región de Los Ríos”, que nos permitió analizar en predios de nuestros asociados el comportamiento de la pluviometría y el crecimiento de praderas en secano y riego durante las temporadas 2012-2018.

La conclusión fue categórica y en aquellas lecherías donde se hacía uso de esta tecnología -en algunos casos durante casi una década- el diferencial de producción llegó en promedio a 3,5 toneladas de materia seca por hectárea, lo que justificaba técnica y económicamente la inversión en 5 de las 6 temporadas. Sólo el verano de 2017, que excepcionalmente fue lluvioso, no presentó grandes diferencias.

Sin embargo, conscientes de que esta tecnología requiere de una alta inversión y cumplir una serie de requisitos previos en términos de gestión productiva, en forma paralela desarrollamos otra iniciativa de alcance más general: “Nodo tecnológico para la gestión eficiente de los recursos forrajeros en el sector lechero”.

Allí pudimos transmitir a los productores la importancia y la necesidad de adoptar como herramienta permanente la “planificación forrajera”, a través de la cual se puede ir gestionando durante la temporada el balance oferta-demanda y de esa manera ajustar los requerimientos de alimentación en circunstancias “especiales” como lo ocurrido el último verano y, por ejemplo, salir a comprar forraje importado en forma oportuna.

Quienes por diversas razones no puedan acceder a riego, deberán evaluar un ajuste en sus sistemas productivos de acuerdo a estas “nuevas” condiciones climáticas veraniegas que, al parecer, llegaron para quedarse.

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