Oriunda de Los Cisnes, tiene 57 años, y durante sus últimos 37 fue tambera junto a su esposo en una pequeña explotación familiar. La sequía de los últimos meses los obligó a alquilar el tambo a terceros, ante los la imposibilidad de seguir afrontando los gastos que implica el mantenimiento de los animales.
Pero Adriana aclara una y otra vez que es “por tres años”, y confía en que transcurrido ese tiempo las vacas vuelvan a su campo y retomar de nuevo la actividad lechera.
Es este oficio uno de los más sacrificados y duros del campo. No hay fines de semanas, feriados, ni suspensiones por días de lluvia o tormenta. Pero para Adriana tanto sacrificio tuvo su recompensa: logró que sus dos hijos pudieran estudiar una carrera universitaria y hoy son profesionales.
La historia de Adriana Quevedo inspiró el cortometraje “Amanecer de tambo”, realizado por el carlotense Rodrigo del Canto, en 2020 y proyectado ayer en el marco del “II Festival de Cine de Llanura”, que se desarrolló en un campo de Los Cisnes.
Así también este film participó de varios encuentros internacionales y obtuvo reconocimiento a nivel provincial de la Agencia Córdoba Cultura y el Polo Audiovisual de Córdoba, a principios de este año.
Toda una vida trabajando
Con tono pausado y tranquilo, Adriana entabla el diálogo con Puntal y cuenta de su vida, dedicada casi por entero a la actividad en el campo, como tambera y trabajando a la par de su marido Luis Massón.
Adriana Quevedo se casó a los 19 años, y a los 20 empezó a aprender el oficio de tambera. “Fueron 37 años de trabajo, pero estoy orgullosa, pude hacer estudiar a mis hijos”. Por la sequía y la crisis decidieron hace pocos meses alquilar el tambo. “Me encuentro rara porque nunca dejé de trabajar, era todos los días”. Adriana Quevedo se casó a los 19 años, y a los 20 empezó a aprender el oficio de tambera. “Fueron 37 años de trabajo, pero estoy orgullosa, pude hacer estudiar a mis hijos”. Por la sequía y la crisis decidieron hace pocos meses alquilar el tambo. “Me encuentro rara porque nunca dejé de trabajar, era todos los días”.
“Yo viví con mis abuelos hasta los 12 años en el campo y después ellos se vinieron al pueblo, acá en Los Cisnes. A los 19 años me casé, y vivimos un tiempo con mis suegros en el campo. Pero no daba para mantenernos todo”, detalla.
Fue así que con una vaca que le prestó su suegro comenzó a ordeñarla y vender la leche a vecinos. Y comenzó a conocer el oficio.
“Pasamos una situación difícil y nos quedamos sin nada. Tampoco en esa época había trabajo para mujeres por acá. Un señor que estaba muy enfermo y no podía atender su tambo me dijo que nos daba sus vacas para ordenar y le teníamos que devolver los terneros en aquella época”.
A pesar de su corta edad y a la par de su marido comenzaron el tambo en un pequeño campo ubicado a 2 kilómetros al noroeste de Los Cisnes, donde aún hoy viven. El lugar se llama “Julio Antonio”.
“Cuando empezamos no había nada, ni paredes para ordeñar, ni fosa, nada de nada. Así que empezamos de a poco. Terminábamos de hacer el tambo y nos poníamos a armar paredes”, cuenta Adriana.
En medio, nacieron los hijos que se criaron acompañando a sus padres en el trajinar del corral y entre los animales.
Largas jornadas
A las 3 de la madrugada la actividad comenzaba y recién a las 8 volvía a entrar a su casa, para seguir con los quehaceres del hogar, o hasta ir a vender algunos litros de leche o queso al pueblo “para juntar unos pesos más. Yo pensando siempre que mis hijos estudiaran. Y tengo la satisfacción de decir que pudieron hacerlo. Son los dos profesionales. Yo siempre les dije que el capital del campo, que aunque es chico (30 hectáreas) siempre va a estar, también los animales. Pero con un título se podían defender mejor”, reflexiona la mujer.
Así, en tiempos en que sus hijos estudiaban debía llevarlos al pueblo a diario. Luego en el secundario el varón lo hizo en el colegio de San Ambrosio, y su hija en La Carlota.
Orgullosa menciona Adriana que Melania estudió en Villa María y se recibió de Ingeniera Química y hoy trabaja para una reconocida firma. “Tiene mellizas de 10 años, así que ya soy abuela”.
Y su hijo Matías es ingeniero agrónomo recibido en la UNRC.
Para Adriana ningún trabajo es imposible de hacer. Desde manejar el tractor, alimentar el ganado, ayudar a una vaca en parición o alimentar a los terneros.
Al tiempo que menciona que la producción de leche no es valorada, aun cuando se trata de un producto de primera necesidad. “La leche se vende a un precio muy bajo, y cuesta mucho llevar adelante el tambo. Cuidar las vacas, los terneros, tener todo en orden en cuanto a sanidad. Y te pagan 60 pesos el litro (las cooperativas o empresas lácteas). Qué hay hoy en el mercado a ese precio”, interroga.
El tema planteado por Adriana es el reclamo de todos los tamberos desde hace años.
Llegó la hora de descansar
“Nosotros hace unos meses y por la sequía decidimos alquilar el tambo y los animales los llevaron a otro lugar. No podemos afrontar tantos gastos y la ganancia es poca. Lo que pasa ahora es parecido a lo del 2000 cuando muchos tambos cerraron. Después veremos si volvemos. Estamos grandes”, dice Adriana.
Aunque fue difícil tomar la decisión dice: “Mi marido dijo, ‘no debemos nada a nadie, pero tampoco nos vamos a endeudar para seguir manteniendo las vacas’. Así que vimos esta posibilidad de alquilar y sacarlo de acá, pero es por tres años”.
“Los primeros días me fue difícil, el no levantarme temprano, ver las vaquitas. Ahora con mi marido pensamos que es hora de que disfrutemos un poco más, que podamos ir a ver a mis nietas. O a mi madre que hace 4 años no veo”.
Es que la familia en tiempos de tambo no tenía día de descanso.
“En el campo nos quedaron algunas vaquillonas y terneros. Seguimos ordeñando unas poquitas, pero solo para vender a alguna gente y consumo nuestro”.
Su trabajo ha dejado huellas en su cuerpo. En una oportunidad sufrió un golpe en la cadera y en mayo de este año en una rodilla. “Me caí a la fosa, me empujó una vaca”.
Tarea no valorada
Por último, Adriana Quevedo dice que la experiencia, aunque dura, la moldeó y aprendió que nada es imposible. Pero reitera: “Nadie valoriza el trabajo de la mujer en el campo, conozco chicas guacheras (que cuidan de los terneros), inseminadoras, parteras, mujeres veterinarias que a pesar de tener un título no se lo reconocen como debería”.
Y recuerda que cuando joven e iba a negociar el precio de la leche, por ser mujer siempre le ofrecían menos.
Por estos meses disfruta del merecido descanso después de dedicar más de la mitad de su vida al tambo. “Hemos sido bendecidos. Hemos podido hacer muchas cosas en el campo, tenemos una fosa, pudimos poner la tecnología, hay agua tibia y hasta enfriadora. Todo invertido por nosotros sin ayuda de nadie”.
Con ganas de estudiar
Consultada por Puntal si le hubiese gustado estudiar otra carrera dice: “Yo terminé el secundario ahora de grande, en el de adultos, porque cuando era chica en Los Cisnes no había ese nivel y mis abuelos ni me podían mandar a La Carlota. Siempre me gustó el profesorado de Historia.
Ahora en el pueblo se dictan carreras. Me anoté para Higiene y Seguridad, pero hice 6 meses virtual y no pude seguir. Ahora no sé, le dije a mi marido que capaz el año que viene me anoté para estudiar algo”.
En todo momento aclara que no reniega del oficio de tambera que, aunque duro le dio muchas satisfacciones. Hizo cursos de capacitación, siempre pensando en mejorar la producción. “Trabajamos con las Buenas Prácticas Agrícolas. Y hasta nos premiaron por la higiene y la sanidad de los animales”, menciona.
Finalizando, Adriana dice que el capital logrado es para sus hijos quienes también aprendieron el oficio, pero pudieron estudiar otras carreras. “Yo siempre les dije que con un título es más fácil”.