Mucho antes de despuntar el alba, por las carreteras del país avanzan 411 vehículos entre camiones, carros de acopio y autos sencillos que tienen que ver con la operación de Alpina.
En su tránsito diario, una buena parte de estos llevan las cantidades de leche acopiadas en las fincas de donde se obtiene uno de los productos básicos con los que esta firma elabora las 80 marcas y 650 referencias que hacen parte de su oferta.
En un par de meses completarán 75 años de actividad. Y muchas son las aventuras que hay en sus memorias, desde que los suizos Max Bänziger y Walter Göggel llegaron al país, se asentaron en Sopó, municipio de Cundinamarca, y desde allí empezaron a introducir lo que para los colombianos de ese entonces eran unos quesos raros (parmesano, emmental y gruyer), pero de muy buen sabor, que pronto se fueron volviendo famosos.
Ernesto Fajardo es desde hace más de 6 años el encargado de presidir la operación, que se cubre con 5.000 empleos directos de ‘alpinistas’, como les llama a los trabajadores de la empresa.
Esta evolución no se dio de manera repentina. “Arrancamos con los quesos, después entraron los yogures. Nos inventamos productos como el Bon Yurt que hoy ya se ve como algo cotidiano, pero en su momento fue revolucionario”. Precisamente, esta bebida láctea que nació hace 32 años, se convirtió en la insignia de Alpina. Tanto así que en el país se venden cuatro cada segundo.
Como muchas otras empresas de la época, fundadas por inmigrantes, Alpina nació en medio de las angustias de los emprendedores. Se trataba de una pareja suiza que quiso salir de Europa para escabullirse del entorno de la Segunda Guerra Mundial.
Pusieron el foco en América Latina, inicialmente en Ecuador, país en el que encontraron tropiezos por los cuales, finalmente, aterrizaron en Colombia. Después de varios recorridos por zonas de la Sabana para encontrar un lugar en el que pudieran juntar la cría de ganado con la producción de lo que sabían hacer: quesos, y a la vez acceder a los mercados para vender, decidieron anclar en Sopó, sede de la primera cabaña de Alpina que hoy es un sitio famoso y clave para el turismo.
Apoyo a los campesinos
Esas experiencias iniciales son también el reflejo de lo que hoy es la compañía, cuyos productos se han extendido en todo el territorio nacional. “Hay zonas como en La Guajira en las que hay agua, papel higiénico y algún producto de Alpina”, manifiesta Fajardo.
El presidente de la compañía cuenta que la necesidad de mover leche por todo el país es el derrotero del engranaje que han dispuesto para armar este negocio. “Hemos trabajado la asociatividad con pequeños ganaderos, porque en el Cauca, por ejemplo, no tienen la capacidad para tener cada uno su tanque de almacenamiento de leche. Les financiamos para que acopien en su propio tanque y el camión de Alpina recoge todo para llevarlo al centro de recepción Guayacal (Nariño)”.
La red se ha ido tejiendo y hoy, de acuerdo con Fajardo, tienen 3.900 ganaderos, a los que les reciben leche todos los días.
Algo similar hacen con los campesinos. Para cubrir la necesidad de otro de sus insumos, las frutas, establecieron alianzas con los agricultores. La planta de Chinchiná, en Caldas –una de las ocho que tienen, entre nacionales e internacionales– se especializa en fruta. “Tenemos allí un acopio. Desarrollamos asociaciones con madres cabeza de familia que se encargan de preparar la fresa y la mora para elaborar los refrescos y yogures”.
Los volúmenes necesarios para la producción son tan altos que ya son el segundo comprador de fresa y el primero de mora en Colombia. “El 95 por ciento de nuestro producto es comprado en el país. Competimos desde hace mucho con productos importados”.
Nadie mejor que esta compañía, que durante el año pasado requirió de 1’100.000 litros de leche diarios, sabe del reto que implica transportar un producto en el país. Más aún, cuando algún acontecimiento imprevisto altera la rutina.
El año pasado, según recuerda Fajardo, cuando la minga indígena se tomó la carretera Panamericana, experimentaron las falencias del transporte en Colombia.
“Nuestros conductores buscaron una vía distinta para poder llegar a recoger la leche y evitar así las pérdidas económicas. La ruta alterna, por el invierno, también estaba en estado de deterioro. Decidieron intentar por Buenaventura, donde buscaron la forma de subir los camiones en unas barcazas para dar la vuelta a Tumaco. En el puerto, la marea sube y baja. Cuando llegaron los camiones estaba baja y terminaron atascados en la arena”.
Innovación en transporte
Después vino la faena del remolque, en medio del riesgo de inseguridad de un puerto en el que ya empezaba a anochecer.
Pero en lo que sí pueden controlar no escatiman esfuerzos. El año pasado, según expresa Fajardo, invirtieron “2.800 millones de pesos probando varios tipos de transporte. Hay camiones que pueden ser con electricidad, con gas”.
Con ello, agrega, “hemos logrado ahorrar, a través de estos camiones de última generación, alrededor del 16 por ciento en combustibles en la línea primaria, que son los que van desde las plantas hasta los centros de distribución”.
La innovación, en la que invierten más de 7.000 millones de pesos por año, no es solamente para introducir nuevos productos, como los dos que han lanzado en el 2020: gelatina con colágeno y mousse de chocolate fitness. “En el último año disminuimos el consumo de energía en 9 por ciento, lo que equivale a la energía que consume la población de Sopó durante 14 meses”.
Las ventas externas son otro de los fuertes de Alpina. Durante el 2019, en los 18 países a los que llegan, facturaron 5.480 millones de pesos. Inclusive en Venezuela, con todo y el éxodo de ciudadanos hacia otras naciones, han logrado sostenerse y tienen una de las dos plantas de producción en el exterior (la otra está en Ecuador).
Es por eso que, al borde de cumplir los 75 años, Fajardo concluye: “Esperamos que haya Alpina para 75 años y más”.