Juan Ignacio Gargiulo tiene 35 años y es oriundo de la localidad bonaerense de General Rodríguez. Pero en 2017 decidió dar un vuelco de 180 grados a su vida: estudiar y trabajar en Australia sobre el sector de la lechería, una actividad que tanto lo apasiona.
Juan se graduó de ingeniero agrónomo en la Universidad Nacional de Luján. Sus primeras experiencias laborales las adquirió trabajando en cultivos extensivos en un semillero. No obstante, su verdadera pasión siempre fue la lechería, por lo que buscó una oportunidad en Producir XXI de Luis Marcenaro y, posteriormente, en la empresa láctea La Serenísima, donde trabajó durante seis años. Allí se desempeñó como vínculo entre la empresa y los productores de leche, asesorándolos y negociando la compra de leche, lo que le permitió conocer a fondo toda la cadena láctea.
Más allá de que estaba establecido en la importante firma láctea, la idea de Juan fue siempre trabajar en el extranjero. “Mientras estudiaba, y después de graduarme, siempre intentaba comunicarme con personas que estuvieran trabajando en el extranjero para aprender más de sus experiencias”, indicó.
A la espera de su objetivo, y mientras trabajaba, realizó una especialización en lechería en la Universidad de Buenos Aires (UBA), lo que le permitió generar varios contactos que habían tenido experiencia en el sector a nivel internacional, especialmente en Australia.
Y a partir de ese momento, comenzó a interiorizarse y seguir el trabajo de profesionales que trabajaban en aquel país. Con uno de los primeros profesionales que se contactó fue con Sergio “Yani” García, reconocido investigador y profesor de lechería en la Universidad de Sídney, quien le propuso hacer una pasantía en esa institución en 2017.
En su primera aventura estuvo 4 meses y pegó la vuelta a la Argentina. Y un año más tarde, le ofrecieron hacer un doctorado tras haber aplicado una beca que ganó en Australia. Y no dudó ni un momento y volvió a preparar las valijas y se marchó nuevamente.
El doctorado que completo en la Universidad de Sídney a fines del 2021 tenía que ver con un proyecto de robotización de ordeñe en los tambos. El objetivo del proyecto, que fue financiado por el gobierno, productores y sector privado, era incrementar el uso de esta tecnología en Australia.
Mientras tanto, comenzó también a trabajar en el Departamento de Industrias Primarias de Nueva Gales del Sur, específicamente en el grupo de investigación y desarrollo de lechería, en ese entonces liderado por el también argentino Nicolás Lyons.
“Mi plan original nunca fue irme a Australia a vivir para siempre. Pensaba ir por un tiempo, capacitarme y después volver a la Argentina y una cosa te va llevando a la otra”, dijo.
“Cuando me fui, no estábamos tan mal como estamos ahora. Pero me fui fundamentalmente para seguir creciendo. Hay oportunidades en Argentina pero no son tantas y acá cuando empezás a trabajar, y cuando ven que le ponés garra, aparecen muchas oportunidades”, agregó sobre la situación de Argentina comparando con lo que sucede en el país que vive actualmente.
Juan adelantó que su objetivo es quedarse en Australia por un tiempo más, ya que está trabajando en varios proyectos interesantes, como el uso de satélites para el monitoreo de pasturas o explorando diferentes oportunidades para agregar valor a la leche y reducir desperdicio en los tambos.
Producción de leche en Australia
La producción de leche en Australia ronda los 9 mil millones de litros contra los 11 mil millones de litros que produce la Argentina. “En producción, ambos países son relativamente parecidos, pero la diferencia es que en Australia exporta el 35% a la producción y en Argentina ronda entre el 20 y 25%”, comparó.
El sistema de producción es bastante parecido entre Argentina y Australia. En el país oceánico la mayor parte de los tambos son pastoriles con suplementación de grano o concentrados, pero cada vez más productores se están yendo hacia sistemas más intensivos encerrando los animales en freestalls o compost barns.
En la zona centro-este del país predominan los sistemas de producción continua y algo más intensivos, especialmente para abastecer de leche fluida a grandes ciudades como Sídney. En cambio, más hacia el sur prevalecen los sistemas pastoriles y la producción es más estacional, principalmente orientada a la exportación de productos lácteos.
En este sentido, comentó que en uno de los proyectos están trabajando actualmente es el análisis productivo y económico en tambos estabulados.
“Desde que yo llegué hubo inundaciones sequías, incendios y muchos productores ven que la salida es estabular la producción para poder controlar más las variables”, afirmó.
El primer tambo con robots de ordeñe se incorporó en Australia en el 2001 y pese a que hubo mucha inversión en investigación y desarrollo en esta tecnología, la adopción hasta el momento no ha sido la esperada. “Ahora hay alrededor de 55 productores que tienen robots, pero observamos que el interés aumento notablemente después de la pandemia”, enfatizó
“Una de las cosas que siempre se dice que en sistemas pastoriles la tecnología no es rentable, por eso no hay tantos robots en funcionamiento. Sin embargo, encontramos que en rentabilidad son parecidos a los sistemas de ordeño tradicionales. Si bien tienen costos y una inversión de capital más alto, si el productor logra aumentar la eficiencia de la mano de obra, puede compensar esos costos”, explicó.
De todas maneras, admitió que los productores no solo adoptan esta tecnología por un tema de rentabilidad, sino que también por la flexibilidad que les da en el manejo del tiempo. Además, hace que el negocio se más atractivo para las nuevas generaciones, y es una forma de que los hijos se queden a trabajar en el negocio.
Según comentó, en la Argentina hay factores esenciales que todavía no se han resuelto, como la infraestructura de los caminos rurales para la recolección de la leche. “Cuando les mostraba los camiones cisterna entrando en caminos con barro acá, no lo podían creer. Es básico y una gran limitante para la producción Argentina”, dijo.
También comparó que en Australia hay diferencia en la transparencia de la cadena láctea, sobre todo en lo vinculado a la comercialización de la leche.
“Los acuerdos de comercialización entre la industria y los productores deben ser publicados por escrito y con anticipación. Por ejemplo, en los contratos deben establecerse claramente los requerimientos de calidad de leche, plazos de pago y precio, pero estas condiciones no pueden cambiarse unilateralmente”.
Asimismo, hizo referencia a que en Argentina históricamente el litro de leche se pagó por litro y no por sólidos, lo que hace que el tambero no ponga tanto énfasis en producir sólidos y se concentre más en el volumen.
“Pero en definitiva, la industria utiliza sólidos y no volumen. En Australia el precio se forma en base al porcentaje de grasa y proteína, y algunas empresas hasta aplican descuentos por volumen”, precisó.