“En estas circunstancias es imposible seguir, porque es un negocio que no es un negocio, y además no hay relevo generacional. El problema de la leche es que es muy barata porque han tirado los precios”, explica Gaspar Anabitarte, responsable del sector lácteo en la organización agraria COAG, que hace unos días, al llegar a la jubilación, se sumó a los más de 4.000 pequeños productores que han cerrado sus explotaciones. Son menos de 12.000 por primera vez en medio siglo, en un proceso de desmantelamiento que se ha intensificado con la crisis pandémica.
La leche es uno de los escasos productos agrarios, normalmente junto al aceite de oliva y los huevos y ocasionalmente con otros en algunas fases del año en función de la temporada, cuyo precio no suele duplicarse entre el campo, en este caso la granja, y el lineal del supermercado.
Eso se debe a que las empresas de distribución lo utilizan como producto ‘gancho’ para atraer clientes. “Si la gente ve barata la leche, el aceite, el pan y los huevos, compra el resto”, señala Anabitarte. Y eso, que aparentemente resulta beneficioso para el consumidor, tiene consecuencias perjudiciales para el productor.
Según el último IPOD de COAG, cerrado en febrero, el ganadero vendía el litro de leche a una media de 29 céntimos y el consumidor la compraba a 75, algo más de 2,5 veces más cara y con un margen de 46 por litro.
Sin embargo, esa estimación tiene matices. Las principales cadenas de supermercados, Alcampo, DIA, Mercadona y Carrefour, vendían esta semana la entera, la desnatada y la semidesnatada de sus ‘marcas blancas’ a entre 56 y 58 céntimos, un precio muy alejado, por debajo, del que ofrecían en Amazon Fresh compañías como Asturiana (74), Celta y Pascual (0,79) o Puleva (1,13 euros), que tienen su propio modelo de negocio al margen del volumen de ventas de las primeras aunque en el suministro de aquellas participan en ocasiones algunas de sus filiales y proveedores.
El negocio está en el queso
¿A qué se deben esos precios? “La leche la compra la industria láctea, pero quien controla el mercado es la distribución”, indica Anabitarte, que describe un sistema similar al que soportan los productores de aceite: los supermercados, y en menor medida las marcas punteras, marcan los precios finales, y a partir de ahí se van descontando márgenes hasta que el ganadero acaba cobrando el litro por debajo de los 30 céntimos.
“En 1990 la pagaban a 36 céntimos y ahora a 30 o 32. El litro iba a sesenta pesetas y va a cincuenta mientras los costes se disparan por el encarecimiento del maíz y la soja, y con unos planteamientos de calidad y de exigencia que son inasumibles”, anota.
No es esa la única particularidad del sector lácteo. Tiene otra que, según se mire, acaba saliéndole cara al consumidor o rentable a la industria, buena parte de la cual lleva décadas bajo control de compañías de origen francés.
España es deficitaria en leche y en productos lácteos, ya que consume en torno a diez millones de toneladas pero solo produce siete, aunque eso no impide que, según los datos del Ministerio de Agricultura, la industria exporte 1,5 millones, un tercio de ellos en leche y otro tanto como mantequilla, para que la cadena comercial importe tres, dos de ellos de queso.
Ahí está el negocio: las limitaciones a la producción desde el acceso a la UE (entonces Mercado Común) en 1986 convirtieron a España en el destino de parte de los excedentes de otros países, que llegan, junto con una parte del género local en un trayecto de ida y vuelta y gracias a un complejo tinglado empresarial consolidado a lo largo de más de tres décadas, en el formato de mayor precio de la gama de los productos lácteos.
Según la Encuesta de Presupuestos Familiares (https://ine.es/jaxiT3/Datos.htm?t=25169#!tabs-grafico ) del INE (Instituto Nacional de Estadística), los hogares compraron el queso en 2019 a un precio medio de 9,92 euros el kilo, lo que supone un encarecimiento de casi el 20% desde 2006, con tres cuartas partes de esa apreciación concentradas en los últimos cuatro años.
En ese mismo periodo, los precios de venta al público del resto de la gama permanecían congelados e incluso, en el caso del yogurt y de la leche, tanto entera como desnatada y semi, tendían ligeramente a la baja en consonancia con las cotizaciones del producto en las granjas.
Ocurría algo similar con el consumo doméstico de esos productos, que según los datos del Ministerio de Agricultura lleva años reduciéndose en el caso de las leches hasta caer en el entorno de los 70 litros per cápita, y que permanece estable alrededor de los diez kilos en el del yogurt.
Los efectos de la pandemia: contratos a la baja
También la demanda de queso permanecía estancada por debajo de los ocho kilos hasta el año pasado, cuando se disparó hasta los 8,75 (+12%), aunque ese aumento refleja en realidad un espejismo ya que se refiere a la demanda doméstica, que se vio incrementado en todos los productos lácteos (+ 6% en leche, 4,8% en yogurt) como consecuencia del desplazamiento a los hogares de una parte del consumo que se realizaba en la hostelería, tal y como ha ido ocurriendo con otros artículos como la cerveza y el vino.
En realidad, las restricciones y el desplome del turismo se sitúan, pese al aumento de casi un 5% en las exportaciones que supone unas 75.000 toneladas de leche y derivados, como las principales causas de la reducción del llamado “consumo aparente” de esos productos en unas 120.000 toneladas entre los meses de mayo de este año y el pasado.
Esa situación, junto con la incertidumbre sobre la recuperación de la demanda interna y la reactivación del flujo de turistas internacionales, ha empeorado la situación de los pequeños productores de leche, que se enfrentan a renegociaciones a la baja de sus contratos con las industrias a las que venden su producción.
Las macrogranjas arrastran al cierre a las explotaciones familiares
A esa tendencia a la baja de los contratos se les unen otras circunstancias como el hecho de que la mayoría de los contratos, que normalmente duran un año, se renegocien “en primavera, que es cuando hay más producción porque coincide con los partos, y no en otoño, que es cuando más cae”, explica el ganadero, y como el conflicto desatado en torno a la Ley de la Cadena Alimentaria, que ahora se encuentra en fase de reforma.
“Esa ley establece que debemos vender por encima del coste de producción, que un estudio del ministerio cifró en 36 céntimos por litro”, indica Anabitarte. “Pero la industria protestó -añade-, y un segundo estudio ha marcado una horquilla de 30 a 45. Protestaremos, pero no sé si nos van a hacer mucho caso”.
Junto con los precios, el principal enemigo al que se enfrentan los pequeños productores se llama industrialización: una proliferación de macrogranjas que, al igual que ocurre en sectores como el del porcino, están arrastrando al cierre a las explotaciones familiares.
“En el ministerio están asustados por el descenso tan potente que está habiendo en el número de productores”, anota Anabitarte, que destaca cómo “la producción está creciendo, pero a base de industrialización y de destruir empleos”.
“Si mil familias se van a la calle no es una catástrofe social”
Los datos oficiales corroboran esa lectura: en solo cuatro años, entre 2016 y 2020, cerraron en España 3.928 granjas de menos de cien vacas mientras abrían 283 que superaban esa cifra, en un periodo en el que la cabaña, hoy de 831.043 vacas (más 267.882 novillas en espera de producir), solo se reducía en un 3%.
Eso da idea del proceso de concentración que está sufriendo el sector lácteo, en el que la producción aumenta conforme se reduce el número de granjas. Según los datos de Agricultura, entre 2008 y 2020 el volumen de leche entregada por las granjas crecía de 5,8 a 7,4 millones de litros mientras la cifra de explotaciones se reducía casi a la mitad al caer de 23.727 a 12.479 y, paralelamente, el rendimiento medio de los animales aumentaba un 40% al pasar de 6.342 a 8.880 litros anuales mientras su número caía un 9,4%, de 919.905 a 833.917, en un proceso más acentuado conforme aumenta el tamaño de las explotaciones.
“Las mayores granjas de vacas de Europa están en España desde hace muchos años”, apunta Anabitarte, que sostiene que “ese tipo de cuadras, con miles de animales, destruyen cualquier posibilidad de desarrollo de otros sectores en sus zonas, además de provocar un enorme consumo de recursos como el agua y de generar montañas de residuos”.
“Con dos granjas como la de Noviercas se produce la misma leche que entre todas las de Cantabria”, señala, “pero sin con eso se van a la calle mil familias no es una catástrofe social. El modelo social y familiar de la agricultura se hunde”.