Algo está pasando. Los analistas advierten hace rato que la tensión social asociada a la caída de ingresos es alta aunque no estalle: está ahí. La inflación vuela ya a niveles proyectados en el 78% para el año.
Hay sectores, como esparcimiento y turismo, que viven un veranito casi inexplicable, con un Daddy Yankee agotando en 30 minutos entradas cuyo costo equivale a media jubilación mínima. Pero el consumo masivo en los supermercados no repunta y hay indicadores que asimilan este escenario al de los peores momentos post-2001.
Las promesas de recuperar poder de compra no surten efecto, los bonos estatales y los aumentos de los beneficios sociales no alcanzan, los márgenes de aprobación del Gobierno están por el suelo y lo peor es que nunca hubo tantos argentinos escépticos y pesimistas sobre el futuro.
Según una encuesta de Poliarquía, el 53% de la población cree que los precios subirán fuertemente en los próximos meses. Ese valor es el más alto desde 2002. El 55% evalúa negativamente la situación del país, superando el peor registro que la encuestadora tenía hasta ahora y que databa del año 2009, durante el primer gobierno de Cristina Fernández.
Pero el dato más dramático es lo que la gente cree a futuro: el 40% considera que en tres años la situación económica estará peor. Es el peor valor de la serie de 15 años de la encuestadora.
Es como si la posibilidad de comprar cosas –o la promesa del consumo– hubiera perdido el poder ansiolítico, como señala el analista Guillermo Olivetto, que tuvo en el pasado. La anestesia del consumo pierde frente a la magnitud de la inflación: la nominalidad es alta, es decir, todos los precios ya hoy están seguidos de muchos ceros. Los mil pesos, el billete más alto de la moneda argentina, no alcanzan para comprar siquiera un kilo de carne.
Y recién acaba de empezar la aceleración de las paritarias, con salarios ajustando en promedio al 5% mensual. Todo eso irá a precios y en breve, los salarios se quedarán cortos otra vez, con lo cual seguiremos teniendo muchos ceros en los precios.
Veamos los números. Según Osvaldo del Río, titular de la consultora Scentia, el consumo masivo –es decir, todo lo que está empaquetado y con código de barras que se canaliza a través de grandes, medianas y pequeñas superficies– está hoy, en volumen, en el mismo nivel de 2003.
“Nosotros tomamos base cero en 1996 y el peor momento desde entonces había sido el año 2003, no 2002 ni 2001″, rememora Del Río. “Pero hoy estamos peor que en el 2003 porque si bien en el volumen de productos vendidos los niveles de consumo están parecidos, hay que agregarle el crecimiento de la población, que desde 2003 fue del 21%, entonces todo lo que lleves al consumo per capita te da menos, y eso ocurre porque somos más pobres”, remarca.
El punto es que para mantener el mismo nivel de consumo, a las familias no les basta con sumar más pesos: necesitan sumar más trabajo. Y es difícil para la mayoría, especialmente los independientes, sacarle más ingresos al mismo trabajo.
La carrera paritaria a la que ya asistimos –la semana pasada hubo varias negociaciones con aumentos en torno del 60 por ciento anual– abarca apenas al 40% de los trabajadores, los que tienen empleo en relación de dependencia.
FALTA SUELDO
Esta carrera desigual entre ingresos y precios se explica por tres cosas. Una, obvia, es la inflación: en diciembre de 2019, antes de la pandemia, la canasta total mínima para una familia de cuatro personas estaba en 38.960 pesos y el ingreso medio de los argentinos, en 16.485.
Es decir que con 2,3 ingresos medios una familia cubría sus gastos. Hoy esa canasta voló hasta los 89.690 pesos y el ingreso promedio está en 32.192 pesos, con lo que hacen falta 2,8 ingresos para cubrirla. Lo que falta es algo así como “medio sueldo” más por familia. Y como es probable que ese sueldo extra no se consiga, ése es el consumo que tarde o temprano se recorta.
Lo segundo es que el salario, medido en dólares, vale menos de la mitad que hace apenas cinco años. Al punto más alto del salario medio argentino, medido en dólares, se lo encuentra en noviembre del 2017, con 1.318 dólares. Hoy está en 588 dólares, 55% abajo. Es otra manera de mirar las consecuencias de la inflación.
Esta muchos bienes que están ligados al dólar se volvieron inalcanzables. Y no se trata sólo del viaje aspiracional de la quinceañera a Miami: una cubierta para el auto cuesta hoy cerca de 100 mil pesos.
CAMBIO DE SENTIDO
Lo tercero que hay que comprender es que el significado del consumo en la pospandemia inflacionaria argentina es totalmente diferente.
“Es una mezcla rara lo que pasa, un momento muy único que no se puede entender sin comprender lo que significó la pandemia”, dice Olivetto. “Es que la ‘prestación social’ que te está dando este nivel de consumo está muy por debajo de lo que espera la gente, es como que ahora se aprieta ese botón para mejorar las posibilidades de compra y con eso ya no logra mejorarse el humor social”, agrega.
Es cierto, los fines de semana largos explotan el turismo y los restaurantes, los boliches están llenos y los teatros trabajan a full: perdura todavía la revancha por el encierro que durante mucho tiempo impuso la pandemia. También es cierto que para alguna parte de la población los pesos queman y hay que gastarlos.
“Pero todo es raro”, advierte Olivetto. “Gasto los pesos que tengo, trato de pasarla bien con la mirada de no futuro, vivo el hoy, canto, grito y salto… pero nada me gratifica en el fondo. Me meto en ese consumo de fuga, de huir de la opresión de la cotidianidad y de la incertidumbre, pero después hay que volver y te agarra el malestar, porque la calle raspa, está filosa”, grafica el consultor.
¿Es porque la inflación pulveriza todo enseguida? ¿Es porque toda plata es poca?
El bono anunciado la semana pasada por el presidente Alberto Fernández y el ministro Martín Guzmán –popularizado como IFE 2022– es de 18 mil pesos en dos cuotas por pagar en mayo y junio. El anuncio sorprendió porque nadie lo esperaba, pero traducidos en bienes esos pesos equivalen a 10 kilos de carne y cuatro kilos de yerba.
Si se tiene en cuenta la inflación, deberían haber sido 21.700 para repetir los 10 mil pesos del IFE 2020.
¿Es porque la dirigencia política está demostrando, una vez más, que no está a la altura de las demandas sociales y sigue encerrada en su rosca, peleando por una silla en el Consejo de la Magistratura, por ejemplo? ¿Es porque hay una decepción profunda, casi irreversible?
Olivetto es tajante: el consumo ha perdido ese poder ansiolítico, esa especie de axioma indiscutible al que la Argentina se asomó con la estabilidad de los ‘90 y al que se aferró tras la debacle del 2001.
“Yo llamo a esto una crisis de sentido: ya no es porqué, sino para qué. Es una crisis que se está produciendo a nivel global por el impacto emocional de la pandemia, pero en Argentina tiene el doble clic de salir de la pandemia y conectarte con un nivel de inflación que la gente no tiene idea de cómo gestionar porque nunca la vivió en estas condiciones. Hay que considerar que hoy muchos argentinos no han tenido la experiencia de una híper”, señala.
LO QUE VIENE
Más allá de que una suba de ingresos hoy no tiene el mismo poder “de cura” que en otros momentos, peor sería si el salario no se moviera y los precios siguieran subiendo al ritmo del primer trimestre.
“En los años de elecciones el salario mejora en parte, pero éste no es el caso. Los primeros meses del año son mejores porque operan los acuerdos paritarios, pero estas negociaciones van a hacer rodar la rueda, y si bien en el consumo tarda unos dos meses en sentirse, este fenómeno va a generar un proceso inflacionario más alto, porque si no generás inversiones tendremos lo mismo repartido en precios más altos”, sentencia Del Río.
“Están todas las paritarias negociando hacia adelante con una aceleración importante, comercio tiene tres cuotas de 6% y después tiene cuotas bimestrales de 10% cada una, con lo cual se está convalidando un ritmo de suba de salarios del 5% mensual; si la rueda viene girando muy rápido y todos quieren ganarle, la rueda va a ir más rápido”, señala la economista Marina Dal Poggetto, directora de la consultora EcoGo.
“Yo no veo un parate significativo del consumo, sí más bien un problema más de oferta que de demanda. No veo al empresario preocupado porque se le haya caído la demanda, sino más bien preocupado en arrebatarle los dólares al Banco Central para poder importar insumos y abastecer ese nivel de demanda”, agrega.
“Una indexación muy rápida te presagia una inflación alta”, advierte el economista Andrés Borenstein, director de Econviews.
“La situación es frágil y en los conurbanos de las ciudades la gente la está pasando mal. La clase media está colgada del travesaño y aunque no soy optimista de cara al año y medio que viene, tampoco soy tremendista en que se viene una hecatombe, creo que es poco probable una híper recesión o una híper inflación”, dice.
¿Aguanta la economía así hasta el 2023? ¿Puede seguir el consumo en caída, las familias en constante ajuste sin que nada detone?. “En términos objetivos te diría que sí, que hay margen porque el mundo demanda lo que vos producís, los precios de lo que vos producís son altísimos y tenés la tecnología para aumentar la oferta, pero después le agregás el nivel de delirio que es Argentina, donde se matan por una silla en el Consejo de la Magistratura y ya no lo sé”, dice Dal Poggetto.