Sus puertas cerraron a mediados de los noventa cuando la industria argentina estaba inmersa en una dura crisis… Cuando se habla de dulce de leche, los esperancinos saben de que se trata y aún queda en la memoria ese aroma y sabor de un manjar único y de una marca, Chelita que es parte del sentimiento popular esperancino.
La inolvidable fábrica que aún ahonda en los recuerdos de una gran generación fue fundada en octubre de 1944. En aquella época el profesor de Física Alejandro Nicolás Balboni había sido convocado por el doctor Horacio Cursack para desempeñarse en el área de Bromatología dentro de la Municipalidad de Esperanza. En su flamante trabajo una y otra vez comentaba qué buena idea sería levantar una fábrica de dulce de leche en la ciudad, solo estaba La Angelita como empresa mantequera, el que más escuchaba aquel deseo en la oficina era don Eduardo Fontanetto. Aquel joven entusiasta Balboni agigantaba su sueño pero la falta de dinero lo bañaba en una realidad que de un cachetazo lo bajaba a tierra en cuestión de segundos.
Una mañana el mismo Fontanetto le comentó que conocía a una persona que podía llegar a interesarse en la idea y así se lo presentó a don José Schaller, uno de los primeros alumnos de la Escuela Técnica de Esperanza que después se convirtió en maestro, aunque su actividad siempre fue la de comerciante de innumerables rubros principalmente a los hombres de campo. Balboni y Schaller rápidamente se pusieron de acuerdo para hacer realidad el sueño de fabricar dulce de leche y más allá de aquel inicio de una sociedad, fue necesaria la intervención de más personas que acercaran capital y fue allí donde apareció el nombre de Gaspar Gadda, un farmacéutico que tenía su local en calle San Martín entre Castelli y Cullen.
Su buen pasar económico para la época le permitió ingresar a innumerables empresas que se abrían y fundaban como accionista y no lo hacía solo. Cada vez que se sumaba a una sociedad con capital traía junto a dos personas, su cuñada, María Thompson, la esposa del Capitán de Fragata Ingeniero Carlos Gadda y al doctor Thompson.
Aquellos primeros pasos fueron las de una empresa chica y esos socios capitalistas con el paso del tiempo fueron vendiendo sus acciones para que continúen adelante Balboni y Shaller. El primer edificio de la industria láctea estuvo en la esquina de Sarmiento y Doctor Gálvez, frente al ferrocarril. Allí había un gran edificio donde por mucho tiempo funcionó la Jabonería Santiago.
Por esos tiempos en San Carlos Centro la firma Lerithier que hasta ese momento fabricaba dulce de leche, quería dedicarse exclusivamente a la producción de caramelos desprendiéndose de la producción láctea vendiendo máquinas y hasta recetas a los nuevos emprendedores que así obtenían a su primer cliente, la misma firma Lerithier a quiénes les venderían el dulce de leche que ellos fabricarían. De San Carlos se trajeron una caldera, dos pailas y una escueta receta donde se indicaba la cantidad de azúcar, leche y algún que otro derivado según el tiempo y proporciones.
El sueño se puso en marcha y aún se recuerdan los primeros empleados que se sumaron a la loca aventura, Máximo Cini y Enzo Simonetto, quiénes desde el primer día junto a Schaller y Balboni se pusieron la camiseta de lo que luego sería Chelita.
Aquellas primeras producciones de dulce de leche salían en envases de 5 y 10 kilos retornables de lata o en los mismos tachos donde se recolectaba la leche. La carga se cruzaba en un carro hasta el ferrocarril y en tren salía para San Carlos donde quedaba gran parte de la producción y otro tanto, a través de Santa Fe, se mandaba a los primeros clientes que aparecían desde Buenos Aires. Esperanza también comenzaba a saborear aquel manjar en almacenes que tímidamente lo vendían suelto.
Chelita, una marca
Cuentan quiénes peinan canas que en el ferrocarril prácticamente terminaba la ciudad y allí en la esquina de Sarmiento y Gálvez la caldera de la nueva industria láctea ardía sin parar con los pedazos de leña que se tiraban para una producción que no paraba de crecer. Con la compra de una importante cantidad de elementos a la firma Lerithier habían venido juntos una serie de envases de cartón con la marca de caramelos “Kirikiki” que además era utilizada en San Carlos para el dulce de leche y por unos meses hasta que los envases se terminaron el dulce de leche que fabricaban Balboni y Shaller salía con la marca “Kirikiki”.
La pequeña industria láctea de la ciudad crecía y llegó el momento de generar la propia marca y así los propietarios de la sociedad se contactaron con un estudio en Buenos Aires a quiénes les sugirieron una serie de nombres pero ya todos de alguna forma estaban siendo utilizados o registrados.
Semanas más tarde desde el estudio jurídico y contable, ubicado en calle Córdoba 1432 de Capital Federal, se comunicaron con Shaller y Balboni para anunciar que una empresa alimenticia denominada Chelita cerraba sus puertas y la marca quedaba disponible para la venta. Además de ese nombre había otras más en la lista pero gustó Chelita y fue la elegida. Aquel estudio capitalino acompañó a la empresa esperancina durante toda su vida comercial incluso desde allí, luego de la creación en los pasillos de la empresa, salieron activas las marcas Lechelita, Formayito y Kerubín.
Un 11 de octubre de 1944 en Esperanza nacía Chelita que por décadas hizo el dulce de leche más rico del mundo.
La ciudad de Esperanza crecía de la mano de sus industrias y en uno de los accesos a una pujante comunidad de colonos se encontraba el viejo Molino Pittier, ruta 6 y 70. Fue en 1946 cuando Shaller y Balboni decidieron mudarse a ese antiguo edificio. Un apasionado Balboni por el dibujo técnico fue quien ideó los planos para los nuevos trabajos y comenzar así una serie de reformas y obras dentro de las instalaciones para mudarse al nuevo local que llegó a tener un área especial para la fabricación del dulce de leche que llego a contar con 10 pailas y enfriadores entre otros elementos de primer nivel para respetar la calidad del producto.
La nueva fábrica contaba con diversas áreas y entre ellas flamantes cámaras y sótanos porque con la mudanza ya estaba en la cabeza de ambos la ampliación de productos y serían los quesos las nuevas figuras que aparecerían en la industria. También por aquellos años en un sector, donde luego estuvieron las oficinas de administración, estaba el área de fabricación de helados perteneciente a la misma firma Schaller y Balboni SRL. Eran obleas heladas las que salían de allí buscadas por heladores ambulantes que recorrían la ciudad. El rubro helados tiempo después sería vendido a lo que fue por años Helados Caupi.
Al dulce de leche se le sumó la crema que se vendía en cantidad a las heladerías de la zona y la caseína, una proteína que quedaba en el suero y era comercializada a Buenos Aires. Luego apareció la fabricación de quesos de la mano de un maestro quesero suizo que vivía en San Jerónimo Norte y llegó a Esperanza a organizar la producción.
Crecimiento
Los años fueron pasando y aquel sueño que se inició frente al ferrocarril donde tímidamente se fabricaba un exquisito dulce obtenido de algunos litros de leche que se compraban a la Cooperativa Milkaut era una firme realidad que ya en 1968 llegó a tener unos cien empleados trabajando exclusivamente con dulce de leche, crema y leche en polvo dejando atrás por un tiempo la fabricación de quesos. La leche en polvo se generaba por unas máquinas que se habían adquirido pero estaban perdiendo vigencia y tiempo después se dejó de fabricar.
Los productos que salían eran marca Chelita. La industria alfajorera de la Costa Atlántica desde mediados de los sesenta comenzó a optar por el dulce de leche que se hacía en Esperanza y el comentario de la calidad del mismo recorrió el país y rápidamente se arrancó a comercializar a Salta, San Juan, Mendoza, Santiago del Estero y así, diversos rincones en tiempos donde no abundaban las autopistas y muchas veces se complicaba llegar a destino con el pedido. En Buenos Aires Chelita entró y no se fue más y desde finales de los sesenta alfajores como Jorgito, Fantoche, Capitán del Espacio entre tantas golosinas llevaban el mejor dulce de leche del mundo en sus recetas.
A los mayoristas que estaban por el país, Chelita armó su propia red de venta llegando a lugares donde otros comerciantes no lo hacían. A la crema y dulce de leche repostero y familiar se le sumó el heladero y alfajorero según las variedades y salían en latas herméticas principalmente para los productos que viajaban al sur del país. El crecimiento fue tan importante que Schaller y Balboni crearon una sucursal de Chelita en Buenos Aires que era utilizada como centro de distribución para tener un mejor control de sus propios productos evitando inconvenientes que muchas veces se generaban con los mayoristas.
Si bien por un tiempo largo se dejó de lado al queso y solo se producía dulce de leche y crema, cuando hubo posibilidades de aumentar el caudal de leche se volvió a la producción de quesos en barra, de rallar y cáscara colorada. Las investigaciones seguían adelante para perfeccionar los productos y sumar nuevas ideas. Si bien los primeros salían en hormas y barras fueron pioneros en la fabricación de quesos en trozos así salían a la venta con la marca y el cliente los retiraba directamente de la góndola conociendo a Chelita. Eran tiempos donde el marketing e imagen de la empresa se resolvía en una oficina entre Schaller y Balboni y luego con el acompañamiento de la familia. Con el paso del tiempo ingresó el hijo de Balboni, Luis, además del yerno de Schaller, Joaquín Cursack que se convirtió en uno de los gerentes de la empresa. Con el correr del tiempo ingresarían otros familiares para aportar ideas y sumar al éxito de la marca.
Eran épocas de grandes producciones, de una fábrica que trabajaba de lunes a lunes y pailas que no sabían de descanso. Desde Rosario llegaba La Montevideana para llevarse enormes cantidades de crema y dulce de leche una vez por semana. Aparecieron nuevas máquinas que modernizaban la producción y diseños de etiquetas que fueron marcando cada una de las épocas de Chelita. Se traían modelos que muchas veces eran modificadas por Ermín Schneider como aquella para envasar dulce de leche en frascos de vidrio. Alguna vez Nestlé compró un predio en ruta 70 para instalar una planta láctea en la ciudad y al ver lo que generaba Chelita decidieron irse, instalando la misma en Nogoyá, Entre Ríos donde Chelita por muchos años le vendió leche fluída.
Una marca registrada
Así como todas las heladerías de Rosario llegaron a comprar el dulce de leche Chelita, la marca y sus productos recorrieron todo el país. Era común ingresar a una panadería en el rincón más lejano de la Argentina y ver un envase de cartón en la cuadra del comercio. Si hasta hubo un cliente en Los Antiguos, Santa Cruz, al límite con Chile donde un panadero se las ingeniaba para que le llegara el dulce de leche que le enviaba un mayorista desde Comodoro Rivadavia. En la administración de la fábrica había un enorme mapa político del país donde se marcaba a dónde llegaban los productos y entre ventas y ventas aprendían geografía entre risas gracias a los llamados pidiendo dulce de leche Chelita.
En aquella primera época hubo intentos de exportación que fueron en vano. Los tiempos cambiaron y las tecnologías también y hoy es más fácil hacerlo. Pero en aquellas décadas el problema más grande del dulce de leche era el azucaramiento. Eso generaba serios inconvenientes y no se podían mandar tantos kilos y que lleguen a Europa azucarados. Se hicieron pruebas pero nunca prosperaron hasta finales de los ochenta que se logró enviar a España y otros puntos. A veces los mismos esperancinos que vivían en el exterior pedían ser revendedores de la marca como alguna vez llegó un pedido desde Canadá, pero por lo general esos intentos de negocios quedaban en dolores de cabeza para la empresa.
A las variedades de dulce de leche, crema, ricota y quesos se les fueron sumando otras ideas y así alguna vez nació el inolvidable queso para untar “Formayito”. En Buenos Aires se conocía el Mendicrim como queso fundido. En la zona, Cenci hacía ese tipo de productos que era como un pan más blando que la manteca pero con el mismo envoltorio. La familia Mendizabal en Buenos Aires crea ese queso fundido Mendicrim que venía en un frasco de vidrio. Uno de los gerentes de Chelita lo vio en un viaje realizado a Capital Federal y quedó impactado.
Le gustó la idea, el formato y lo compró para traerlo a la fábrica y mostrarlo. Chelita consultaba muchas cosas al ingeniero Molinari y le fueron con la idea del queso fundido que hasta el momento nadie lo hacía, convencidos que eso iba a funcionar. Balboni diseñó un envase y la marca. Entre Balboni hijo y Simonetto llamaban a los quesos dentro de la fábrica como los formaggio y al ser un producto pequeño lo llamó “Formayito”. Balboni recuerda que aquel diseño del envase jamás le gustó. El clásico era a rayas verde y blanca y otro con pimienta, rojo y blanco. El producto era espectacular y se vendió por todas partes. El último empujón para el éxito total lo dio Organización Miguelito que al probarlo en sus fiestas fueron a la planta a pedirles que le fabriquen a granel y así se los comenzaron a envasar en tarros de cartón de dulce de leche.
La empresa era grande y vendía al país. Todos los productos eran industriales pero el esperancino no conocía los mismos porque los elaborados se vendían a granel. Schaller y Balboni eran reacios a los grandes cambios pero llegó un momento que aceptaron algunos que tuvieron enorme aceptación y cambiaron el rumbo de la marca más allá del éxito industrial. Una mañana llegó a la fábrica María Amelia Schaller con la idea de envasar dulce de leche repostero en tarros de un kilo para que el ama de casa pudiese tener la comodidad de utilizar el dulce sin la necesidad de comprar el cartón de diez o más kilos.
Se hizo la prueba en envases de medio y un kilogramo y fue un éxito la aceptación del público. Esas primeras muestras se ofrecieron en el autoservicio Superal que estaba en la esquina de Belgrano y Aufranc donde atendía la “Negra” Bertotti. Ese éxito llevó a envasar ricota y crema en pequeñas cantidades y así el público comenzó a conocer la marca y los productos. Se compraron camiones y se pusieron vendedores propios de la empresa para hacer la línea de venta en la ciudad, la región y en Santa Fe una promotora recorría los supermercados mostrando la marca y los productos. Eso dio otra trascendencia a la fábrica en el mercado y Chelita se convirtió en la primera empresa del país en envasar dulce de leche repostero en potes de medio y un kilogramo.
Schaller y Balboni no eran fáciles para los cambios pero una vez convencidos tiraban el carro para adelante y celebraban los nuevos logros, tampoco entendían la importancia de la publicidad, eran reacios pero cuando aceptaron comenzar a promocionar la marca en diversos lugares quedaron sorprendidos por las respuestas. Así alguna vez a través de “Lucho” Catania y su agencia de publicidad armaron un corto publicitario donde aparecían chicos comiendo dulce de leche y fue el paso previo a desembarcar en el viejo Canal 13 de Santa Fe y auspiciar el espacio de Cristina Buchara, la cocinera que marcó una era en la televisión santafesina, dentro del programa Entre Mate y Mate.
El programa se terminaba de emitir y esa tarde en los almacenes se vendían los productos que se habían presentado con esa receta. Se la llamaba los días sábados cuando ella ya tenía preparadas las recetas de toda la semana, les pasaba los productos que iba a necesitar y el lunes el repartidor dejaba en su casa todos los elementos necesarios donde abundaban los quesos y el famoso dulce de leche. Eran comienzos de los ochenta, era una empresa conocida pero no había una presencia de marca para la familia porque los productos tenían destino industrial y con la aparición de pequeños envases y campañas publicitarias Chelita y sus derivados saltaron a la fama de inmediato.
En esa época Horacio Varela hacía su aparición en el automovilismo grande de la Argentina con un Fiat 128, luego un Renault 18 y posteriormente una Fuego en el TC2000, en todas con la publicidad de Chelita en sus laterales. Nadie entendía por qué los días de carreras lo enfocaban tanto si estaba atrás en clasificación, nadie sabía que los días previos a cada competencia pasaba por la fábrica buscando varios potes de dulce de leche que los repartía entre los camarógrafos de ATC quiénes luego se encargaban se mostrarlo.
Los últimos suspiros de Chelita fueron en 1996. Cerrando así una época dorada para la industria láctea esperancina. A lo largo de sus años grandes firmas lácteas intentaron comprar la planta, así preguntó Vacalín o la propia Milkaut entre otras, pero en reuniones de directorio estaban los que querían y quiénes se oponían y las conversaciones se cerraban con un «no». Esperanza por años tuvo un dulce de leche tan rico que hasta no supo de límites y cruzó fronteras llegando a mercados internacionales impensados para la época.
Sus puertas cerraron a mediados de los noventa cuando la industria argentina estaba inmersa en una dura crisis… Cuando se habla de dulce de leche, los esperancinos saben de qué se trata y aún queda en la memoria ese aroma y sabor de un manjar único y de una marca, Chelita que son parte del sentimiento popular esperancino.