El oeste bonaerense solía tener cientos de tambos de diferentes escalas productivas. Pero en la actualidad la mayor parte son medianos y grandes. La gran inundación de 2017 provocó el cierre de muchos establecimientos.

Los Carello, padre e hijo, Rubén y Darío, son la excepción, porque creen, aun siendo pequeños productores, que vale la pena seguir en la actividad. “Cuando fundaron la cooperativa en 1944 se llegaban a juntar hasta 30 tambos en un circulo de 10 kilómetros. De hecho el equipo de Fútbol Club Bunge es denominado el plantel del Tambero, hasta que luego empezaron las idas y venidas con la política”, afirma Rubén Carello, en alusión a las sucesivas macroeonómicas que golpearon al negocio lechero.
Los Carello, pequeños productores que se instalaron en Bunge allá por 1905, siempre tuvieron tambo, hasta que en 2017 una gran inundación tapó todo de agua y los obligó a cerrar después de 110 años en la actividad. Cuando se fueron las aguas, un año y medio atrás, volvieron al campo familiar para reabrir la unidad lechera.
Tal como sucede en Oceanía, el renacido tambo de los Carello se sostiene gracias a que trabajan ellos mismos junto con un empleado. Si tuvieran que pagar más sueldos, sosrtienen, perderían plata en su establecimiento de 250 hectáreas.
“Antes era otra época, se trabajaba más, pero ahora se perdió hasta la cultura del laburo y cuesta encontrar personal para el tambo. Si encontrás uno tenés que cuidarlo”, dice Rubén, quien asegura que el tambo y el campo son su lugar en el mundo. “Pienso que me voy a morir acá”, reflexiona.
Su hijo Darío (38) fue el que le dio el empujón que necesitaba para reabrir el tambo. Antes de la inundación, producían unos 7000 litros diarios, mientras que actualmente están en torno a los 2000 litros.

Darío vive en el pueblo de Bunge. Los caminos de tierra para llegar hasta el campo se encuentran en estado calamitoso, la señal de celular es muy mala y no se han hecho obras que puedan llegar a evitar otra gran inundación como la de 2017. Pero ellos siguen: llevan la lechería bien adentro en el corazón.
Para Darío “el tambo es arraigo y su manejo es muy diferente del de otras actividades”. En sus recuerdos de la inundación de 2017 cuenta que “fue una lucha, cargando vacas, metiéndolas en una lomita, para venderlas y también alquilarlas”. El joven tambero declara que si tuviera que buscar un culpable por la inundación, sin dudas sería “la falta de obras: no podemos echar culpas de una provincia a otra”.
Si bien en los últimos meses el poder de compra de la leche que recibe el tambero perdió mucho, Darío dice que “al menos todos los meses tenés una moneda y la vas peleando”.
“Hay una gran brecha entre el valor de lo pagado en góndola y lo que le queda al productor”, se lamenta. Darío cree que “no deberíamos tener tanta carga impositiva; es terrible lo que pagamos en impuestos, una guasada de plata; si eso, en cambio, nos quedara en el bolsillo, seguro lo invertiríamos”.

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