Los chicos llegaban a la escuela y se quedaban dormidos sobre los pupitres porque no habían desayunado y tal vez tampoco habían cenado la noche anterior. La triste imagen fue una constante en el Neuquén de principios de 1920.
Entra en escena un personaje conocido de la historia de la ciudad. Estamos ubicados en mayo de 1926, el doctor Eduardo Castro Rendón había llegado hacía seis meses para hacerse cargo del sistema de salud. Se encontró con una población paupérrima al recorrer las dos escuelas, 2 y 61. Y así nació la copa de leche.
Desde la cooperativa Conrado Villegas, se organizaron rifas y kermeses para recolectar dinero con el cual luego se compraron cinco vacas. La primera parte del problema esta resuelta, pero faltaba mucho. Había que encontrar alguien que las cuidara, las alimentara y ordeñar. El doctor logró que los presos de la U9 se encargaran de esas tareas a cambio de dinero y leche.
Listo. Siguiente paso: conseguir un espacio donde funcionara un comedor. Se logró transformar el viejo galpón que funcionaba en la intersección de las actuales Yrigoyen, Juan B. Justo y diagonal Alvear (esquina emblemática de la capital).
Con la leche y las donaciones de vecinos se abrió el comedor al que concurrían 49 niños en edad escolar para tomar la copa de leche.
Los presos se encargaron también, desde ese momento de elaborar los almuerzos. Pasó el tiempo y el comedor llegó a recibir 200 niños, entonces fue necesario aumentar el abastecimiento. La cooperativa continuó trabajando duro y logró comprar 90 vacas, las que eran faenadas gratuitamente en el matadero de los hermanos Rosa. La carne iba al comedor y una parte a los presos para sustento propio.
El hambre infantil ya estaba dejando de ser un problema. Como acostumbrada a decir el doctor Castro Rendón, “el hambre es una enfermedad que requiere tratamiento”.
El comedor de la Conrado Villegas funcionó en dos turnos, mañana y tarde, durante 16 años.