Siete de cada diez litros de leche producidos en Galicia proceden de ganaderías que cuentan con algún tipo de certificación de bienestar animal. En este sentido, la práctica totalidad de las granjas de mayor tamaño, aquellas que producen más de dos mil toneladas anuales, cumplen con los requisitos básicos que aseguran que su cabaña ganadera disfruta de los máximos cuidados. Otro tanto sucede con el 60 % de las que alcanzan un volumen de entregas anuales próximas al millón de litros -alrededor de un millar de explotaciones- y con una de cada tres de las que se mueven en el entorno de las 500 toneladas. Sensiblemente menores son los porcentajes que se registran entre aquellas granjas menos dimensionadas y, por tanto, con menor vocación de continuidad.
Se trata de estimaciones procedentes del propio sector -los procesos de auditoría acostumbran a impulsarlos las propias industrias lácteas- dado que no existen registros oficiales sobre el número de explotaciones certificadas ni sobre los protocolos de inspección que se han aplicado a cada una de ellas.
En cualquier caso, lo que sí resulta constatable es el creciente interés de los consumidores por productos que procedan de granjas que destaquen por el cuidado de sus animales. De hecho, tal y como se recoge en un estudio elaborado por una de las mayores empresas de distribución alimentaria que opera en Galicia, un 25 % de los consumidores españoles reconocen que este aspecto es ya uno de los que mayor peso tiene a la hora de decidir su compra. Un porcentaje que en otras zonas de Europa como Noruega, Suecia, Hungría o Italia se eleva por encima del 80 %.
En todos ellos, el protocolo mayoritario a la hora de certificar el bienestar animal de las granjas es el denominado Welfare Quality, promovido por más de una veintena de instituciones de 13 países diferentes. Un sistema que en España está impulsado por el Instituto de Investigación y Tecnología Alimentarias (IRTA) y que vigila más de un centenar de parámetros diferentes que se agrupan en cuatro principios básicos: buena alimentación, buen alojamiento, buena salud y comportamiento apropiado. En este sentido, las granjas gallegas distinguidas con el sello de bienestar animal no solo destacan por el buen estado físico y sanitario de su rebaño -se analiza la morfología de cada una de las reses y la ausencia de heridas, enfermedades o dolor-, sino también por unas instalaciones cómodas y funcionales que permitan una buena movilidad de la vaca tanto para acceder a la comida y bebida como hacia sus zonas de descanso. Tanto es así que no deben pasar más de cinco segundos entre que el animal inicia la maniobra y acaba acostándose en su cubículo. Igualmente se presta especial atención a la temperatura y humedad del establo así como a otros aspectos que puedan provocar lo que se denomina estrés térmico, una circunstancia que genera gran sufrimiento entre las reses.
El protocolo Welfare Quality también incide de forma significativa en el comportamiento de los miembros del rebaño, tanto entre sí como con el ser humano o el entorno. Las interactuaciones entre los animales se miden en función del número de cabezadas, peleas o persecuciones por el establo que se produzcan, mientras que para evaluar su relación con el ganadero se analiza la denominada «distancia evitacional» o, lo que es lo mismo, los metros a los que la vaca empieza a recular al encontrarse con una persona.