Frente a los riesgos del colesterol, un nuevo trabajo relaciona los lácteos grasos con la prevención de la hipertensión y la diabetes.

Dentro de la lista de alimentos ‘prohibidos’ -o por lo menos, reservados para el consumo ocasional- a partir de la mediana edad, los lácteos grasos, que abarcan de la leche entera al queso curado y, en lo alto del escalafón, la mantequilla, ocupan un lugar destacado. El principal motivo es su relación con el LDL, el denominado ‘colesterol malo’ y los depósitos grasos que se forman en las arterias, estrechando el riego e incrementando el riesgo de infarto.
En realidad, no hay que dar el propio consumo de lácteos una vez superado la fase de crecimiento tan sentado como podemos pensar. No es la única fuente alimentaria de la que obtener calcio y vitamina D, y se asocian a algunos perjuicios como puede ser la intolerancia a la lactosa e incluso el acné. Por otro lado, un yogur natural es una excelente fuente de probióticos, relacionados con una mejora del microbioma intestinal, y en consecuencia, de la salud y la longevidad general. Eso sí, vigilando que no oculten azúcar añadido.
Este juego de pros y contras viene a complicarse según los resultados de un amplio estudio internacional que publica la revista BMJ Open Diabetes Research & Care. Según el trabajo, tomar por lo menos dos raciones diarias de lácteos conllevaría una reducción de riesgo de sufrir diabetes, síndrome metabólico e hipertensión. Lo llamativo del caso es que serían los productos lácteos ‘enteros’, es decir, grasos, los que demostrarían una mayor acción protectora del metabolismo.
Los autores parten reconociendo un sesgo: la investigación sobre el consumo de lácteos se ha realizado principalmente con participantes de América del Norte y Europa, mientras que estos alimentos se consumen en todo el planeta. Para averiguar si los resultados eran consistentes en otras poblaciones y grupos genéticos, recurrieron a los resultados del estudio epidemiológico PURE (las siglas del Prospective Urban Rural Epidemiology).
Los participantes tenían entre 35 y 70 años, y procedían de 21 países: Argentina, Bangladesh, Brasil, Canadá, Chile, China, Colombia, India, Irán, Malasia, Palestina, Pakistán, Filipinas, Polonia, Sudáfrica, Arabia Saudí, Suecia, Tanzania, Turquía, Emiratos Árabes Unidos y Zimbabue. Los hábitos dietéticos se evaluaron mediante cuestionarios de Frecuencia Alimentaria en los 12 meses precedentes.
Entre los alimentos contemplados para el estudio, se clasificaron la leche, los yogures, los yogures para beber y determinados platos preparados con lácteos. La mantequilla y la nata, precisan los autores, se separaron en una clasificación aparte, ya que por tradición y hábitos no se suelen consumir en varios de los países reseñados.
Los productos que sí pasaron el corte se dividieron en ‘desnatados’ (1% de grasa) o ‘enteros’ (2%). Los participantes también proporcionaron su historial médico e información sobre medicaciones, su nivel sociocultural, tabaquismo, peso, altura, circunferencia de cintura, presión arterial y glucosa en sangre en ayunas.
Así, se identificaron cinco marcadores para el síndrome metabólico en 113.000 personas. Son los siguientes: una presión arterial por encima de 130-85 mmHg; una circunferencia de cintura superior a los 80 centímetros; bajos niveles de HDL o ‘colesterol bueno’, por debajo de 1-1,3 mmol/l; triglicéridos por encima de 1,7 mmol/dl; y niveles de glucosa en sangre en ayunas de 5,5 mmol/l o más. El consumo medio de lácteos se estableció en 179 gramos, con los productos enteros duplicando a los desnatados en cantidad.
Para 46.667 participantes se diagnosticó síndrome metabólico al presentar al menos 3 de los 5 componentes anteriormente mencionados. Tomar al menos dos raciones de lácteos diarios se asoció con un 24% menos de probabilidades de sufrir estos síntomas en comparación con su ausencia en la dieta, un riesgo que descendía al 28% si eran concretamente lácteos enteros.
La salud de cerca de 190.000 participantes fue seguida durante nueve años, un periodo en el que 13.640 de ellos sufrieron hipertensión y 5.351, diabetes. El consumo de dos raciones de lácteos se relacionó con un riesgo un 11-12% menor de sufrir cualquiera de las dos dolencias, que ascendía al 13-14% si eran tres raciones y de lácteos enteros.
“Si se confirma en estudios lo bastante grandes y largos, incrementar el consumo de lácteos puede ser un modo factible y barato de reducir la incidencia del síndrome metabólico, la hipertensión, la diabetes y otros problemas cardiovasculates en todo el mundo”, concluyen los autores.
Sin embargo, su trabajo no incluye la variable del colesterol, por lo que estos efectos cardioprotectores pueden terminar siendo contraproducentes. Algunos patrones dietéticos, como la dieta mediterránea o la DASH, permiten ‘malabares’ equilibrados entre pros y contras.

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