La intolerancia a la lactosa o incapacidad del intestino para digerir la lactosa se origina cuando el organismo no produce suficiente cantidad de lactasa, la enzima que descompone la lactosa en otros azúcares más simples. Los síntomas más comunes, que aparecen entre treinta minutos y dos horas después de la ingestión, son dolor e hinchazón abdominal, diarrea, flatulencias, retortijones, vómitos y náuseas. Suelen desaparecer entre tres y seis horas más tarde. “Si los síntomas están provocados por otra patología, esta debe ser diagnosticada y tratada por un especialista”, ha manifestado.
Por otro lado, no toda la población con problemas para descomponer la lactosa experimenta el mismo grado de intolerancia, pues algunas personas pueden presentar síntomas tras ingerir pequeñas cantidades de leche y, en cambio, otras necesitan tomar una gran cantidad para sufrir los mismos efectos.
“Es el especialista quien debe realizar las pruebas pertinentes para diagnosticar la enfermedad y el nivel de intolerancia de cada paciente. Luego, prescribirá el tratamiento adecuado a su caso, que suele consistir en la exclusión parcial o total de los lácteos de la dieta”, explica Goñi.
En todos los casos, la exclusión de la lactosa ha de hacerse en función del grado de intolerancia del paciente y ser compensada con la inclusión en la dieta de otros alimentos ricos en calcio. Entre ellos, la experta de Cinfa aconseja “verduras como las espinacas, la acelga o el brócoli; legumbres como las judías blancas, las lentejas y los garbanzos, y pescados como la sardina, el salmón y el lenguado. También las gambas, las yemas de huevo y todos los frutos secos, a excepción de la castaña, constituyen excelentes fuentes naturales de calcio”.
Por último, la experta recuerda las pautas de alimentación para prevenir y mitigar la aparición de este problema, como conocer qué alimentos incorporan lactosa, ya que, además de en la leche, este azúcar también está presente en algunos productos industriales elaborados, y se puede encontrar lactosa en alimentos tan dispares como salchichas, patés, margarinas, helados, salsas, algunos fiambres y embutidos, cereales enriquecidos, sopas instantáneas y comidas preparadas; aprender a leer las etiquetas de los envasados, que servirán de guía para comprobar si un alimento lleva o no lactosa, ya que la legislación vigente obliga a los fabricantes a incluir en ellas de forma clara la información sobre alérgenos. En concreto, deben tomarse precauciones con los que contengan azúcares y grasas de la leche, lactitol (E966), cuajo, suero lácteo o en polvo. Advertencias como “puede contener trazas de leche” también deben tenerse en cuenta.
Asimiso, la experta recomienda el consumo de los lácteos sin lactosa, así como complementar la dieta con otros alimentos ricos en calcio, vitamina D, riboflavina y proteínas. También aconseja consultar al farmacéutico sobre complementos nutricionales de lactasa o probióticos.
y prestar atención a los medicamentos, ya que alrededor del 20 por ciento de los medicamentos con receta y gran parte de los fármacos de venta libre contienen lactosa como excipiente.