La cooperativa neozelandesa Fonterra es responsable de procesar el 81% del volumen total de leche de Nueva Zelanda, y cuenta con más de 10.000 productores que a la vez son accionistas, garantizando, así, no solo su posición dominante en el mercado lácteo local, sino que además le permite a la empresa establecer (literalmente en todo el país), el precio de compra de leche al tambero.
En enero de 2022, e impulsado por la crisis en el suministro de productos lácteos en el mundo, el precio de la leche pagado al lechero rompió su máximo histórico en Nueva Zelanda, alcanzando 9,20 dólares neozelandeses por kilo de sólido lácteo, lo cual significa 0,44 dólares por litro crudo.
Este precio, si bien es el más alto de la historia para el país y para el productor lácteo representa, sin embargo, el valor de equilibrio entre el aumento del precio de los insumos y el consiguiente aumento del costo de producción.
Según el informe del Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA), el valor del diésel, la urea, las semillas, el salario de los empleados por la baja oferta de mano de obra, el precio de los alimentos (cebada, trigo y maíz), la electricidad y los servicios se ha incrementado dramáticamente durante los dos últimos años de la pandemia del Covid-19.
Es decir, «este mecanismo de protección de cadenas practicado por Fonterra es exclusivo del sistema de Nueva Zelanda, no siendo la normalidad que se encuentra en otros países, por lo que no se puede comparar con otras realidades, como la brasileña».
Lo bueno de esta situación es que el monopolio que tiene Fonterra le permite a todos los productores accionistas estar, por decirlo de alguna manera, en los dos lados del mostrador, compensando parcialmente sus costos de producción elevando el precio pagado en la compra de la leche cruda.
La mala de esto podría ser que Fonterra imponga un precio por debajo de los costos de producción, algo que no sucedería en un momento de oferta mundial corta, pero que sí podría ser una situación en caso de sobreoferta mundial.