Se trata de un súper alimento "ancestral" con grandes atributos ¿Por qué hoy es tendencia y cuáles son los beneficios que ofrece?.

En los últimos años, distintas corrientes de alimentación saludable nos enseñaron a tener una mayor conciencia sobre nuestras prácticas alimentarias. La pandemia no hizo más que potenciar el cambio de hábito hacia una alimentación más saludable, como “caballito de batalla” para fortalecer un sistema inmune capaz de ganar varias contiendas.

Según un estudio realizado por la consultora Youniversal, 7 de cada 10 argentinos declararon que la pandemia les enseñó a valorar más la salud, por lo que estarán de ahora en adelante “más atentos” a los factores que la integran. Así es como, de consumir alimentos ultraprocesados con ingredientes que -seamos honestos- la mayoría desconocemos, emerge una tendencia cada vez más creciente dirigida hacia lo opuesto: alimentos con menos ingredientes y más nutrientes.

Con ese espíritu nació hace unos años la corriente llamada “Real Fooding”, un término que acuñó el nutricionista e influencer español Carlos Ríos (autor del libro “Come Comida Real”) y que, al parecer, llegó para quedarse también en nuestro país. Este estilo de vida promueve el consumo de alimentos sin procesar, sin azúcares añadidos, sin harinas de trigo y/o aceites refinados y con pocos ingredientes (no más de 3, sugiere Ríos). La premisa básicamente es, “si la etiqueta del alimento es fácil de leer, es mejor para comer.”

En palabras de Carlos, esta corriente, que supo entender (y despertar) a consumidores que durante muchos años confundieron productos con alimentos, “no prohíbe nada, sino que te hace consciente, para que uno elija”. Dicha aclaración recobra aún más significado de cara a una próxima Ley de Etiquetado Frontal en nuestro país que busca combatir la contrainformación presente en los envases y que sin dudas cambiará las reglas de juego en las góndolas y de aquello que llevan los argentinos a sus mesas.

Si bien la corriente de consumo que promueve esta “comida real” no es necesariamente nueva, sí lo son algunos de los productos alternativos y ultranutritivos que están empezando a pisar fuerte, como es el caso de los lácteos a base de leche de búfala que, al parecer, le vienen ganando varias pulseadas nutricionales a nuestros conocidos lácteos vacunos.

La producción de leche de búfala fue creciendo en Argentina en los últimos años, pero en otras regiones representa, en verdad, una de sus principales actividades económicas. Tal es así que, a nivel mundial, la leche de búfala ocupa el segundo lugar en volumen producido luego de la leche de vaca, seguido por la de cabra y oveja, que ocupan el tercer y cuarto lugar respectivamente. En Argentina hay búfalas distribuidas, en gran parte, en el litoral del país: en las provincias de Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Formosa y Chaco, pero también en Santiago del Estero, San Luis, Salta, Tucumán, y hasta en Buenos Aires.

En línea con ello, la leche de búfala y sus derivados supieron ganarse poco a poco su espacio en el paladar de los argentinos y así lo afirma, Carlos Noguera, de Lácteos la Delfina, única empresa en el país dedicada a la producción de lácteos realizados 100% con leche de búfala A2, sin conservantes, libre de gluten y 100% naturales. La planta ubicada en La Flores, Provincia de Buenos Aires, lleva adelante toda la cadena productiva que va desde la producción de los alimentos de sus animales, pasando por la cría y la recría, hasta el tambo y la planta donde se elaboran productos lácteos de forma artesanal. Respecto a los motivos por lo cuáles este tipo de leche y sus derivados sigue conquistando los paladares argentinos, Noguera afirma que son básicamente tres:

Para empezar, la leche de búfala es una excelente solución para quienes no toleran la betacaceina A1 (proteína de la leche de vaca). Como es más fácil de digerir, la hace ser más tolerable produciendo menos sensibilidades y alergias. No produce inflamación intestinal, con lo cual está recomendada para celíacos, y personas con enfermedades autoinmunes como el Chron o la colitis ulcerosa. Incluso es recomendable para la dieta de los niños con autismo (TEA).

En segundo lugar, porque es un alimento súper nutritivo. A la leche de búfala también se la llama leche A2, que es el tipo de leche más antiguo y el más parecido en composición a la leche materna. La leche de búfala (y sus derivados), cuenta con un alto nivel de calcio, ácido linoleico conjugado (CLA), y antioxidantes naturales (tocoferoles y peroxidasas), que ayudan a mantenerse joven. Es rica en omega 3, magnesio y fósforo, y baja en colesterol.

Por último, y, en tercer lugar, se trata de una leche cuyas prácticas de producción son sustentables. Las búfalas son criadas a campo abierto, permitiendo que sean libres y con una alimentación a base de pasturas, lo que garantiza no sólo una mejor vida para los animales, reduciendo todo tipo de estrés calórico y respetando sus tiempos biológicos, sino también una materia prima de mejor calidad. Adicional a ello, tratan los purines (desechos) generados por el tambo transformándolos en abono y se convierten los afluentes de la planta en agua reutilizable.

Además de los contrastes nutricionales, otra de las diferencias entre la leche de búfala y la vacuna es que la primera cuenta con el doble de sólidos, lo que permite aprovechar este tipo de leche, por ejemplo, para la producción de yogures con más estructura, sin la necesidad de agregarle solidos extras como pasa en el caso de los que se hacen con leche vacuna. “Prueba de nuestra producción sustentable con un producto final ultranatural son nuestros yogures, unicos en argentina hecho solamente con leche de bufala y fermento”, concluyó Noguera.

En resumen, la leche de búfala es más saludable, más nutritiva, más tolerable (algunos hasta podrán sumar, “y más rica”), y cumple con la premisa principal del Real Fooding: Menos ingredientes y más nutrientes, con el agregado de que estás contribuyendo con el bienestar animal y el medioambiente.

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