El empresario sostiene que la actual administración debe tomar primero decisiones políticas, antes que económicas, para generar confianza.

El presidente de Manfrey asumirá la conducción de la entidad nacional que agrupa a las mayores empresas lácteas.
“Sorprendido”. Así tomó Ercole Felippa la decisión de sus colegas empresarios cuando lo eligieron para conducir el Centro de la Industria Lechera (CIL), la cámara nacional que tiene más de 100 años de vida y que agrupa a las empresas lácteas más grandes del país. “Es un lindo desafío”, asegura a La Voz el presidente de la cooperativa láctea Manfrey, quien asumirá formalmente en la entidad en los próximos días.
Con una amplia trayectoria en instituciones empresarias (fue presidente de la Unión Industrial de Córdoba y actualmente es vicepresidente primero) y una incursión por la política, cuando en la gestión de Mauricio Macri llegó a presidir la Fábrica Argentina de Aviones (Fadea), Felippa llega ahora a la conducción nacional del sector en el que acumula más de 30 años de experiencia.
–¿En qué momento se encuentra hoy industria láctea?
–Además del contexto en el que se desenvuelve, la industria tiene condimentos propios. Vista como cadena, padece de cuestiones estructurales desde hace tiempo que continúan sin resolverse. Hay que mirar al sector lechero como un todo, y no a la producción, la industria y el comercio como compartimentos estancos. En ese sentido, desde el punto de vista industrial, todos los ‘fierros’ que tenemos son para procesar leche, no sirven para otra cosa. Con lo cual, cuando se plantea la antinomia entre producción e industria, no tiene sentido, porque ambos eslabones se necesitan mutuamente. El productor necesita que la industria sea eficiente para que le pueda pagar el mayor precio posible por la leche.
–¿Al sector le está costando crecer?
–Si analizamos los últimos 30 años de la lechería nacional, hay un momento importante, cuando se produjo un quiebre, que fue en la primera mitad de la década de 1990. Hasta ese momento, Argentina tenía un nivel de producción de entre 4.500 y cinco mil millones de litros por año que alcanzaba para abastecer el mercado interno, con un pequeño saldo exportable y con una estacionalidad muy marcada. A partir de la estabilización de la moneda, con la convertibilidad, la producción se duplicó, a tal punto que llegó en 1999 a producir 11 mil millones de litros por año. En una década duplicó la producción, debido a un fuerte incremento en el consumo interno y a un aumento en las exportaciones, que dejó ser de ser un negocio de saldos estacionales y se convirtió en permanente. A partir de ese momento, la lechería vive un proceso de estancamiento. Hoy estamos con el mismo nivel de producción que en 1999.
–¿Por qué no crece?
–Una de las razones es porque la producción compite en el uso de la tierra con la actividad agrícola. Cuando se producen granos, de alguna manera se están produciendo dólares; en cambio, cuando se produce leche, se generan pesos. Ahí comienza a incidir cuestiones de la macroeconomía que ya son ajenas al sector. Por eso ha venido perdiendo en participación, más allá de que el sector se hizo eficiente en términos de indicadores productivos, con una duplicación de los litros producidos por hectárea.
Hoy producimos la misma cantidad, pero con menos de la mitad de los productores que teníamos hace 20 años.
–¿Cómo están los números del negocio?
–El principal insumo para hacer leche son el maíz y la soja, que representan el 40 por ciento del costo de producción, no sólo como medida en la alimentación, sino también como unidad de referencia para el pago de los alquileres. La mayor parte de la leche se produce en tierras alquiladas cuyo valor está relacionado al precio de la soja, muy vinculado con el dólar. Eso no se puede resolver. Pasamos por devaluaciones, en las que la lechería, a diferencia de la agricultura, siempre corre por detrás y pasan cuatro o cinco meses hasta que se equiparan. Además, hay una enorme brecha productiva; así como hay productores que producen más de 14 mil litros de leche por hectárea al año, hay otros que hacen 4.500 litros y ahí no hay precio que le alcance para cubrir esa ineficiencia. Lo mismo pasa en las empresas.
Hay en la industria láctea un alto grado de informalidad que no sólo genera competencia desleal, sino que distorsiona los mercados, en especial los quesos.
–¿Cómo influye el escenario macroeconómico?
–Hoy tenemos un dólar comercial que está en el orden de los 83 pesos, un dólar al que se exportan los productos lácteos a 68 pesos, con lo cual hay un desfasaje. Y ahí comienza las distorsiones que afectan el normal desenvolvimiento de cualquier cadena. A eso le tenemos que agregar que, desde noviembre hasta la fecha, los costos industriales subieron 25 por ciento la materia prima, 40 por ciento la mano de obra y el resto de los insumos, entre 30 y 35 por ciento. Mientras que los precios de los productos lácteos a salida de fábrica, sólo cinco por ciento dentro del esquema de Precios Máximos. Un tres por ciento que fue autorizado en julio y un dos por ciento recientemente. Todo esto hace que la actividad no sea previsible. Lo mismo le ocurre al productor, que hoy con el precio que recibe no cubre sus costos. Por eso, es probable que el año próximo estemos con niveles de producción de leche inferiores a los de este año.
–¿Qué se puede hacer para mejorar?
–Habría que incentivar la exportación para lograr sacar los excedentes, ya que estamos en una etapa del año de mayor producción. Una rebaja en las retenciones, como sucedió con la soja, también ayudaría a promover el comercio exterior, o a través de reintegros como incentivo. También a partir de un esquema de precios que tengan más que ver con la realidad para devolverles rentabilidad a los dos principales eslabones de la cadena: el productor y la industria.
–¿Cómo observa la marcha de la economía?
–Se habla mucho de la economía, y tenemos un problema muy serio, pero hubo cuestiones exógenas que contribuyeron a agravar el momento. La cuestión de la pandemia fue uno de ellas, y nadie lo tenía previsto. Por ahí es fácil críticas si el manejo fue bueno y malo, cuando en realidad estamos en una situación de prueba y error, y nadie tenía experiencia. Creo que eso también le pasó al Gobierno.
–¿Y la gestión?
–El problema que hoy tiene la economía nacional no pasa por un cambio de ministro, por ejemplo, sino que es de orden político y tiene que ver con la falta de confianza que hoy hay en el mercado. Las señales que está dando el Gobierno desalientan la inversión. Si analizamos que la piedra basal del sistema capitalista es la propiedad privada, y hoy es un derecho que está al menos puesto en duda, es difícil recrear confianza para los negocios. Hay que tomar una serie de decisiones políticas que van a tener su correlato en la economía.
Hoy hay señales políticas equivocadas, que están relacionadas con la injerencia en el Poder Judicial y la falta de un pronunciamiento concreto respecto a las usurpaciones. No ayudan para nada.
Se busca imponer, por ejemplo, un nuevo impuesto mal llamado “a la riqueza”, que lo único que hace es generar una doble imposición sobre los bienes, lo que desalienta la inversión.
–¿Cuál es la salida?
–Va a pasar lo de siempre. Nos vamos a pegar un porrazo y vamos a volver a salir. Lo que ocurre es que cada porrazo genera más pobres y nos alejamos cada vez más de ser una sociedad inclusiva.

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