Si hay algo que entusiasma al empresario Sergio Lifschitz es emprender. De hecho, en su haber tiene más de 25 actividades que desarrolló a lo largo de su vida. Sus primeros pasos fueron a los 18 años, cuando junto a su hermano se hizo cargo de un corralón de madera que les dejó su padre recién fallecido. Luego lo convirtieron en uno de materiales de construcción. Al tiempo llegaron las empresas de logística, los cementerios privados, las compañías de planes de ahorro, entre muchas otras tantas.
Pero años atrás, este entrerriano decidió diversificar aun más su espectro empresarial y compró un campo de 2000 hectáreas sobre la ruta 12, en Santa Elena, cerca de La Paz, que tenía dos tambos chiquitos y familiares. Como siempre, al no ser del palo, buscó rodearse de buenos asesores y genetistas para mejorar la performance de la producción lechera en el tambo La Vigilancia: el elegido fue Aldo Lutri.
Al fallecer en 2009 el renombrado asesor, llegó a oídos del empresario el nombre de Horacio “Hacho” Larrea, un genetista que andaba con un tema novedoso, aun poco conocido en el ambiente, que estaba irrumpiendo en el mundo: marcadores genómicos para selección de genética lechera.
“Estados Unidos y Canadá, principales países de la genética del mundo, empezaron con esta tecnología que predice el mérito genético, antes que tengas performance propia. Con un 80% de confiabilidad de la información, pronto iba a ser un boom. La genómica no tiene más de 20 años de vida”, cuenta Larrea a LA NACION.
Fue así que, con 1200 vacas en ordeñe, La Vigilancia, con un nuevo modelo productivo, se convirtió en el primer establecimiento comercial con un proyecto de mejoramiento genético bajo un sistema pastoril con suplementación.
“Era y es un tambo comercial que desarrolla un programa muy agresivo a través de trasplante embrionario. El principal objetivo es producir leche. Básicamente, comenzamos con toros de genética más identificados, con mucha funcionalidad y adaptación al ambiente, ya que en esta zona de Entre Ríos se necesita rusticidad, funcionalidad y adaptación. Luego, se identificaron por genoma a las mejores hembras que se multiplicaron por trasplante. Así comenzó el proyecto. Aunque hoy en día muchos rodeos de carne lo llevan adelante, empezó antes en rodeos de leche”, explica.
Según describe, sin afectar el normal funcionamiento del tambo, la evolución positiva fue vertiginosa, generando una unidad de negocios separada de la leche. En los últimos años, “el 75% de las mejores hembras en los ranking nacionales por mérito genético pertenecen a La Vigilancia”.
Estos resultados ilusionaron muy rápidamente a Lifschitz, quien se enamoró de la actividad tambera. “El tema de la genómica era el futuro y estaba en nuestras manos. Me gustó la idea de poner este desafío por delante. Hoy podemos decir que estamos satisfechos por lo que se ha logrado pero hay que seguir en esto, metiéndole”, asegura el empresario.
Pasaba el tiempo y los cambios eran sorprendentes. A medida que lideraba los rankings del país, se comenzó a correr la noticia en los tambos y centros de inseminación sobre los animales de elite que poseía la cabaña entrerriana; no tardaron en querer comprar su genética.
Entre sus logros, “hay una vaca nacida en el campo y vendida a la cabaña La Luisa de Minetti tres años atrás que ostenta el récord de 23.500 litros en una lactancia en 365 días”. Además, han batido sucesivos récords de precios de sus animales. Por ejemplo, el año pasado se pagó un macho genómico $5,9 millones y en 2021, se pagó una hembra genómica $3,1 millones.
“Hoy la cabaña es la principal proveedora de genética de los centros de inseminación del país y la principal productora de genética lechera de la Argentina y Latinoamérica, lidera el ranking de Indice de Desempeño Total (GTPI) y el Índice de Mérito Neto (NM$), que predice la ganancia esperada durante toda la vida productiva de una hembra, comparada con la base de la raza, determinando directamente el ingreso que un animal puede generar durante su vida”, explica Larrea.
En los años que han pasado, siempre la empresa láctea mantuvo una línea: no competir con ejemplares en exposiciones y mantener en el campo una estructura de tambo. “Son dos caminos que van separados: en una exposición se ve la belleza del animal pero no se sabe qué trasmite, qué es lo que van a dar a sus crías. En esto, la genómica es un gran aporte a la lechería del país, donde en la actualidad generar recursos del mismo tambo es difícil”, describe Lifschitz.
Los que saben dicen que observar de afuera cualquier tambo es ver un sentimiento permanente de ida y vuelta. “Es un ping-pong, es un partido de tenis, donde la pelota, te vuelve tan rápido que, sí te equivocaste lo notás.
Entonces, estos caminos nuevos, esta modernización, este desafío tecnológico que emprendieron en La Vigilancia hace que cuando encuentra el fruto, el fruto tiene otro sabor, que no es el mismo sabor que el fruto de una exposición: es el sabor de un animal que todavía no parió, que no tiene ubre, que no tiene nada y los números están diciendo que hiciste bien las cosas. Es tan rápido lo del genoma que cuando uno entra y se prende en ese juego, todos los demás caminos parecen lentos”, afirman.
Este próximo lunes, a las 18, en el marco de la 135º Exposición Rural de Palermo, realizarán un remate estrella por streaming y por televisión donde pondrán a la venta cinco reproductores machos y cinco hembras donantes, detrás del cual hay grandes expectativas en el sector.
Lo que más le gusta al empresario de la actividad es el trabajo diario que nunca para, donde la labor mancomunada de equipo “24/7″ hace a que todo funcione a pleno. Una vez a la semana, deja la ciudad de Paraná, donde desarrolla el resto de sus ocupaciones y va al tambo.
“No te podés quedar quieto, las otras actividades son más pasivas pero acá hay un gran dinamismo que me atrapa. Los desafíos son a diario, donde nunca faltan las ganas. Es una pasión que a lo largo de los años me ha traído muchas satisfacciones”, finaliza.