Hace dos décadas, el silo de maíz empezó como "reserva forrajera". Este año salva la producción de carne y leche. Es la base de la nueva ganadería.

La chica de tapa de esta edición de Clarín Rural es la ganadería vacuna. Es un año signado por una tremenda sequía, que se llevó un tercio de la cosecha fina, pero que también impactó en la producción de pasto. Y nos disparó este pensamiento: si este invierno prácticamente sin lluvias se hubiera desatado hace dos décadas, hubiera quedado el tendal. No solo en la producción de carne, sino también en la de la leche.

La Segunda Revolución de las Pampas no se expresa solo en el aumento de la producción agrícola, basada en expansión de la superficie y el rendimiento de los cultivos. Tiene su correlato en la ganadería, donde se mantuvo el stock a pesar de haber cedido unos 10 millones de hectáreas a la agricultura. En esta huida hacia el futuro hubo un jalón fundamental. Silo de maíz, voy a evocarte.

El sábado pasado fui invitado por Luis Marcenaro a un encuentro con quienes conformaron, 44 años atrás, el primer gran grupo de extensión privado del país. Marcenaro le llevó a don Pascual Mastellone la idea de armar un sistema de transferencia de tecnología para incrementar la producción de los tamberos remitentes a La Serenísima.

Recordó Luis que hacía falta leche en invierno, pero la producción acompañaba la curva del pasto. Empezaron entonces promoviendo la suplementación con balanceados, pagando el 50% del gasto. La mejora de productividad fue enorme, porque cada kilo de grano se convertía en más de un litro de leche.

Pero el verdadero salto se produjo con la llegada del silo de maíz, a principio de los 80. Marcenaro tuvo la delicadeza de invitar a algunos de los pioneros de esta saga, como Mario Ledesma Arocena y Luis Domenech. El primero, nutricionista de Cargill que ya los había asesorado en la suplementación con balanceados, fue un gran impulsor de la revolución del silo.

Domenech, un catalán que se vino a vivir a Pergamino hace 50 años, estuvo al frente de La Montonera (Carmen de Areco), el primer tambo que encerró todas las vacas y basó su alimentación en silo de maíz. El tercer invitado fue el que suscribe estas líneas, como “relator militante” de una historia de éxitos.

Es impresionante lo que ocurrió. Prácticamente, no había picadoras en el país. Los Firpo, en La Danesa (Canals), habían traído una picadora automotriz Fox de tres hileras, y con ello le daban de comer a su extraordinaria fila de toros. Se cansaron de sacar grandes campeones en Palermo. Mainero se animó a fabricar picadoras de arrastre de uno y dos surcos, con poco éxito, a fines de los 70.

De pronto, despegó. Hoy, no hay tambo que no se base, o al menos se apoye, en el silo de maíz picado fino. Y la mayor parte de los feedlots, tanto los comerciales como los corrales de chacras y estancias, se basan en él. Fue clave la llegada de híbridos de mucho mayor potencial de rendimiento, los maíces especiales para silo, y por supuesto la introducción de las picadoras automotrices, de la mano de otro líder fundamental como Hernán Pueyo.

Hernán revistaba en una cooperativa de SanCor (Integral Insumos) que también abastecía de alimentos a sus remitentes. “Vio” el tema del silo y se fue a Alemania a hablar con don Helmuth Claas. Lo convenció, trajeron las primeras Jaguar.

Apoyaron el desarrollo de algunos contratistas que, en poco tiempo, se convertirían en grandes empresarios del servicio de forrajes. Algunos de ellos, ex técnicos del equipo de Marcenaro, como Raúl Acotto.

Los contratistas forrajeros han formado una cámara ejemplar, funcionando en red no solo para defender su negocio, sino para capacitarse y estar al día con todas las innovaciones. Algunas, como el sistema “shredlage” (molienda agresiva del grano sin picar tanto la chala) se impusieron antes en la Argentina que en el resto del mundo.

Cambió la historia. El silo de maíz empezó como “reserva forrajera”. Hoy es, indiscutiblemente, la base de la nueva ganadería.

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