El empresario Jesús Lence, uno de los referentes del sector lácteo gallego, falleció este viernes por la noche en el hospital Polusa tras luchar con una grave enfermedad que apenas pudo apartarlo del trabajo en sus empresas. El dueño de Leche Río y Leyma, o lo que es lo mismo, del mayor grupo lácteo de capital gallego, fue ingresado en el centro lucense al deteriorarse su estado de salud y feneció la noche del viernes.
Deja tras de sí una empresa que factura más de 120 millones y que se complementa con la otra pata del negocio familiar, los carburantes, a través de la matriz del grupo, Lence Torres. En el holding constituyó Jesús Lence a comienzos de este año un consejo de administración con directivos próximos a él, dando puesto en el consejo a Jesús García, con más de una década de trabajo en su hoja de servicios para Leche Río; y a Aida Canto Veiga, también con años de trabajo en la administración del grupo. En el consejo están presentes dos de sus tres hijos: Jesús, María del Carmen y María Jesús.
El movimiento estaba encaminado a asegurar la continuidad de Leche Río, aunque el empresario de Castroverde lo explicaba a su manera: “Es que lo hacen mejor que yo”, aseguraba a Economía Digital el pasado febrero. Estaba fuera de Galicia, en busca de sol y terreno llano para pasear por recomendación de los médicos, pero el día anterior había estado trabajando a jornada completa. En ningún momento dejó de estar al frente de sus empresas.
El legado de Jesús Lence
Lence deja a sus empresas por el buen camino. El negocio de carburantes –Complejo San Cristóbal y Lence Torres– siempre fue rentable. Leche Río tuvo que reenfocar su operativa, reduciendo la producción en unos 200.000 litros, pero mejorando sustancialmente la rentabilidad. Ganó 7,1 millones en 2017, 6,8 millones en 2016 y 4,6 millones en 2015.
El resto del conglomerado lo conforman Transleche, la flota de transporte, y diversas inversiones como Euroespes o Ebro Puleva.
El empresario, batallador y temperamental, dedicó duras palabras a los sindicatos lácteos y amenazó en varias ocasiones con dejar Galicia para llevarse la empresa a otros territorios. Acabó rechazando ofertas de compra, dejando un grupo saneado y unas relaciones normalizadas con los ganaderos. No hay contradicción mejor para explicar el carácter de Jesús Lence, que ni rehuía discusiones, aunque fueran a gritos, ni se negaba a ayudar a nadie, aunque le costara dinero.