En las historias de la vida en el norte neuquino muchas veces el decir y el hacer también han sido cosas de mujeres. Tal vez muchas veces en silencio, pero con firmeza, dedicación y profundo respeto por la familia que con los años lograron construir en lugares donde faltaba de todo y no sobraba nada. Es el caso de doña Filomena López , una mujer que no le esquivó a ningún trabajo y que logró convertirse en un emblema del paraje Butalón Norte y que deja un legado a sus nueve hijos, a sus nietos y bisnietos y que hoy la vida la premia con la llegada a sus 80 años con todo el empuje y las ganas intactas de seguir soñando. Hoy es conocida por sus exquisitos quesos de cabra que prepara y que son una leyenda en el norte neuquino.
“Estoy agradecida a Dios ya la vida de llegar a esta edad que nunca pensé llegar. Estoy bien de salud, me siento acompañada de toda mi familia y quiero seguir haciendo cosas ”, dijo a LM Neuquén doña Filomena minutos antes de soplar las velas de su torta de cumpleaños en los festejos que le prepararon en la localidad de Huinganco.
Doña Filomena permanece en esa localidad al cuidado de Heraldo, uno de sus hijos mayores. A toda la familia ya todos aquellos que la conocen les maravilla la vitalidad, la belleza y esa eterna picardía que siempre la acompaña y que es uno de sus sellos distintivos.
En el norte neuquino supo hacerse conocer como una de las mejores hacedoras de quesos caseros. Fueron 35 años a los que dedicó sus mayores esfuerzos a esta actividad y que desarrolló con el convencimiento de que era un sustento económico que reforzaba la actividad de criancero que su compañero de ruta, Ananía Retamal desarrollaba a la par. Juntos supieron hacer grande a Butalón en sus primeros años.
El legado de la fabricación de quesos
La historia de Filomena ya se ha transformado en una leyenda en la región, como la de tantas mujeres que dejaron los mejores años de su vida en el trabajo del campo, en este caso por la fabricación de quesos. Su hijo Heraldo es el encargado de transmitir la historia y trayectoria de su madre a las nuevas generaciones de la familia.
“Ella se destacó en la quesería por más de 30 años. Yo me acuerdo que cuando se casó una prima que vivía en la casa, que era la que hacía los quesos, mamá tomó esa posta e hizo quesos hasta el año 2009. Yo acompañé a mamá cuando estaba embarazada de mi hermana Eloísa a seguir a los carneros en el campo, en el tiempo que pasaban los piños para que no se juntaran. Eloísa nació en mayo y en abril era cuando pasaban los piños. Me acuerdo que una yegua se escapó y se llevó una potranca que era de papá y con ella salimos a seguirla, yo era muy chico, servía poco, ella me llevaba más que nada para no ir sola”.
Uno de los tesoros que hilvanó doña Filomena a lo largo de su vida fue dar todo sin esperar nada a cambio. Siempre se le reconoció ese corazón dadivoso. En la época de esplendor de la fabricación de quesos, al que llegaba de visita a su casa le daba un queso, aunque no lo conociera. Cuando se retiró de esos quehaceres le hizo muy mal porque sintió que no tenía que dar. Afortunadamente doña Filomena hoy goza de una pensión y se siente en libertad de darle rienda suelta a su solidaridad.
Los golpes de la vida
La vida para doña Filomena se presentó dura desde su infancia, atravesados por una pobreza extrema. La llevó a tener que hacer tareas domésticas y lavar la ropa de familias con mejor posición económica, a cambio de azúcar o yerba. “Me pagaban en vicios”, solía decir la mujer. Ya siendo madre de tres de sus hijos, enfrentó el duro golpe de la pérdida de su mamá quien se quitó la vida un 16 de noviembre de 1969, cuando se arrojó a las aguas del arroyo Butalón.
“Entre lágrimas, cansancio y arrepentimiento de dejar solos a sus pequeños hijos, ella corrió arroyo abajo con la última esperanza de rescatarla con vida, esperanza que fue desapareciendo y terminando en un profundo dolor de no saber por largo tiempo donde estaría el cuerpo. Finalmente, en febrero del año siguiente “en vuelta de agua” aparecieron sus restos. A ella aún le duele esa parte de su historia”, relató Heraldo.
Lo primero siempre fue su familia
Doña Filomena siempre trabajó duro, lavaba ropa a mano, cocinaba, acarreaba leña, sacaba canales, cortaba y acarreaba el pasto, carneaba, hacia el ñaco molido a piedra, hizo queso, hacia el pan, ayudaba con los animales, acompañaba en la trashumancia hacia el Cajón de los Chenques, un paraje ubicado en cercanías de las nacientes del río Neuquén. Para llegar a ese lugar había que andar a caballo por cinco o seis días, hasta llegar a destino llevando a sus dos hijos pequeños uno por delante y el otro al anca del equino.
Había inviernos en que la visión se le borraba por el humo de la cocina a fogón, no por ello dejaba de cumplir con sus cientos de quehaceres, además de que su trabajo era siete días de la semana y los 365 días del año, fue pilar fundamental para sacar la familia adelante.
De los nueve embarazos solo dos partos fueron atendidos en el hospital, nunca supo de cuidados por estar embarazada, ni controles médicos y cuidados post partos, ella supo trabajar duro toda su vida, nunca sintió miedo. Su vida transcurrió simplemente entre esfuerzo y sacrificio por ver siempre bien y mejor a los demás. Un ejemplo de mujer que deja una huella en pleno norte neuquino.