El argentino Javier Maciel dejó su carrera en logística y tecnología del transporte para invertir más de 20 millones de reales en una explotación lechera caprina. Se trata de Fazenda Capriana, con 89 hectáreas en Sapucaia (RJ), en la Serra Fluminense.
“No tenía ningún conocimiento, así que busqué el de la gente, veterinarios, empresarios del sector, productores. Tuve la oportunidad de visitar propiedades aquí en Brasil y hacer cursos”, dice.
“Para mí, nunca fue un hobby. Nunca lo he visto como unas cuantas cabras que pueden dar leche, siempre ha tenido el concepto de un plan de negocio, un plan de inversión y un retorno.”
Hacer planes siempre ha sido una seña de identidad del argentino. Cuando se trasladó a Brasil con su familia hace 15 años, ya tenía uno en mente: ampliar las actividades de la empresa que fundó en Argentina.
Con el tiempo y la familiaridad con el país, Javier decidió ir más allá y diversificar el negocio: invirtió en cabras
“Algunos pensaban que estaba de broma porque era muy diferente a todo lo que hacía, y el resto creo que me llamaron loco y se echaron a reír”, recuerda.
Javier empezó a poner en práctica su proyecto en 2015, con 50 cabras. Casi nueve años después, el rebaño supera ya los 1.000 animales de la raza Saanen, de origen suizo, la más utilizada en el mundo para la producción de leche.
La explotación de Javier obtuvo la calificación de explotación caprina lechera por parte del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAPA). En la práctica, esto significa que la única leche que se puede industrializar en la explotación es la que se produce desde la puerta de entrada.
Explotación sostenible 🍃
En la propiedad, todos los procesos están integrados. La energía que abastece el lugar procede de paneles solares. Y el agua procede de los manantiales de la finca, que tiene más de la mitad de su superficie de Mata Atlántica preservada.
“Lo tenemos todo, desde arar para producir alimentos para los animales hasta criar los animales, obtener la leche y transformar esa leche en productos”, dice Javier.
Y todo se aprovecha (o se reutiliza). Las 30 toneladas de estiércol que producen cada mes las cabras, por ejemplo, son transformadas por las lombrices en humus, un abono orgánico.
“Es del estiércol, que va al campo, del que se nutren nuestros cultivos forrajeros que servirán para alimentar a nuestras cabras y, una vez alimentadas, los residuos de éste vuelven al proceso de compostaje y vermicompostaje, y este ciclo no termina”, explica el agrónomo Kevin Tanure.
“Si no utilizáramos nuestros residuos todos los años, gastaríamos unos 100.000 reales en fertilizar nuestras zonas de producción de forraje”, continúa.
Del vivero a la producción lechera
Kevin y su compañera agrónoma Camila Arita llegaron a la propiedad en 2016 y desde entonces se encargan de la parte técnica de la explotación.
La rutina diaria de Kevin comienza casi siempre en la ajetreada maternidad de la granja. “Aquí recibimos tanto a las cabras que ya han parido como a las que nunca lo han hecho”, explica.
“Las que nunca han parido pasan un periodo más largo en la maternidad, 45 días, para que el animal pueda seguir creciendo y, al mismo tiempo, alimentar a sus crías. En cambio, las cabras que han parido ya han alcanzado su peso adulto y sólo pasan 30 días”, explica el agrónomo.
Las crías se llevan a la guardería, donde permanecen 120 días hasta que alcanzan los 22 kilos. Después se trasladan a establos, donde pasan el periodo de adolescencia hasta que alcanzan el peso y la edad ideales para la reproducción.
En esta fase, las cabras alcanzan los 35 kilos en 210 días. Después, se las somete a un procedimiento de inducción artificial del celo mediante una esponja impregnada de hormonas.
“Cuando alcanzan ese peso, esa edad, utilizamos estrategias de reproducción. Como estamos en temporada baja, hay que inducirlos hormonalmente para que se pongan a cubierto. Después de esta sincronización, pondremos cabras para cubrir a estos animales”, dice Camila.
“El objetivo es que estos animales paran en las épocas de menor producción de leche, para que podamos tener una producción de leche más homogénea a lo largo del año”, explica.
Pero no todas las cabras son reproductoras. Algunas, seleccionadas con el fin de mejorar genéticamente el rebaño, son inseminadas artificialmente mediante un método aplicado por estudiantes de la Universidad Federal Fluminense.
Tras cinco meses de gestación, las cabras empiezan a producir, lo que en la granja supone una media de 800 litros de leche al día.
La leche se extrae de la misma máquina de ordeño donde se realiza la inseminación artificial, con 30 hembras a la vez. José Sandro Severino da Silva, conocido como “Dé”, es el responsable de la operación.
Leche, quesos y dulces
El producto estrella de la empresa es el queso con mermelada de arándanos. El producto está en su fase final de pruebas y a punto de salir al mercado.
La leche sale de los pezones de las cabras a una temperatura de 36ºC y, en el tanque de refrigeración, desciende hasta los 15ºC. Se almacena durante cinco días. A continuación, la leche se pasteuriza a una temperatura superior a 70ºC y se traslada a otro tanque dentro de la quesería.
Con una combinación de levadura, cloruro cálcico, coagulante y, por supuesto, la habilidad de los empleados, con el tiempo empiezan a surgir joyas como el queso boursin. Es un queso de pasta fresca, el más producido en la granja.
De todos los quesos elaborados en la finca, el boursin es el que más tiempo tarda en “reposar” en el tanque: 18 horas. Hasta que está listo para el consumo, el queso sigue pasando por diversos procesos en manos del quesero Carlos Alves Quintino, “Carlão”.
La granja ya tiene siete productos autorizados: seis quesos y un dulce de leche. Actualmente abastecen a una cadena de supermercados de la ciudad de Río de Janeiro.
El producto estrella de la empresa es el queso con dulce de arándanos. El producto se encuentra en su fase final de pruebas y está a punto de salir al mercado.
Y esta experiencia gastronómica en el mundo del queso forma parte del itinerario de la granja. Además, los visitantes pueden divertirse en compañía de las cabras.
Según los planes de Javier, aún faltan seis años para que la granja sea rentable. Mientras tanto, sigue trabajando duro, al tiempo que disfruta del camino que ha elegido.
“La única fórmula es comprometerte, dedicarte, investigar, aprender, escuchar a gente que sabe más que tú e intentar conectar estas cosas. Lo que yo hice fue conectar a la gente. Capriana conectó a la gente”.