Dentro de este, la lechería no sabe si quiere que aumente el dólar para no participar de un naufragio de un barco que hace agua por todos lados, pero – sobre todo – no te lleva a ningún lugar. Es lógico. No hay timonel. Vamos a la deriva. Sus tripulantes, en cambio, hacen las tareas como si fueran a descubrir América. Detestan las retenciones aunque amortigüen el encarecimiento del balanceado.
Pero no están ni quietos ni cómodos. Aunque el país está estancado en alrededor de los 10.000 millones de litros desde hace 20 años, cae la cantidad de vacas y sobre todo la cantidad de tambos dejando una selección de tamberos que se supera día a día. Mucho mérito para el país de la antimeritocracia. Las producciones por vaca, aumentan todos los años, la eficiencia reproductiva, también, y todas las inversiones que garantizan la competitividad dejan a los empresarios lecheros sin posibilidades de disponer de su renta. Usted produzca y gane dinero que nunca podrá sacarlo de allí.
Extractores de pezoneras, lavado automático, guachera colectiva, collares con aceleradores, una bajada más, un cuarto para el ayudante y por qué no, un robot. Si. Ya hay unos cuantos en el país. Ya no nos preguntamos qué pedir. No sabríamos que ni a quien. Estamos solos. Si. Solos en la madrugada. Y con frío. Esa helada soledad que te nubla la vista y el pensamiento. ¿Esperando un aumento? ¿Qué significa? No. Esperamos hablar de lechería, de objetivos, de negocio y de futuro próspero. ¿Estable? No. La estabilidad de los 15 centavos de dólar libre o los 25 centavos oficiales no sirven más que para envidiar a la mayoría de los países que cobra el doble y el triple también.
Entonces ¿Qué es hablar de lechería? Es un hablar de un proyecto viable, sustentable que no deje a la industria sin proveedores de materia prima. ¿Tiene sentido? ¿Nuestra cadena láctea hace un esfuerzo en el país del sálvese quien pueda?
Hablar de lechería es hablar de personas, de arraigo y de capacitación. De equipos de trabajo que quieren meter goles y ser mejor retribuidos en plata y en calidad de vida. ¿Nuestros impuestos se traducen en caminos? ¿En escuelas? ¿En obras hidráulicas? ¿Cómo hablar del precio en un sector que tributa la mitad de lo que cobra sin recibir nada por ello?
Cuando el precio no alcanza, revisamos las estadísticas para confirmar su deterioro relativo. No sabemos a quién echarle la culpa. A los mercados que no funcionan como es debido, al Gobierno, al resto de la cadena o a los costos y obstáculos que nos impone una estructura burocrática en lo administrativo, amortizada en la infraestructura y sin objetivos por alcanzar. Un laberinto sin salida.
El autor es asesor del CREA Luján