Saliendo de Zapala en dirección a Junín de los Andes, sobre campos que alguna vez pertenecieron al Ejército, funciona desde la década del 70 un tambo que marcó la historia productiva de la zona. Primero fue dirigido por Germán Sorzana y luego, en los años 90, por su hermano Juan Carlos. Hoy, ese legado continúa en manos de Guadalupe Sorzana, que decidió tomar el desafío familiar y sostener viva la actividad, aunque en una escala mucho más pequeña.
Zapala se encuentra a 183 kilómetros al sur de Neuquén capital y es el corazón geográfico de la provincia. Allí, sobre la ruta 22, la familia Sorzana desarrolló el tambo “La Travesía”, que llegó a ser un establecimiento modelo, con galpones para unas 100 vacas Holando Argentino, ordeñes diarios, piletas, manga y una producción que incluso se envasó en sachet para competir en las góndolas locales con grandes marcas nacionales.
El tambo llegó a contar con 15 colaboradores entre tamberos, repartidores y personal de limpieza. Fue una fuerte inversión que convirtió al establecimiento en proveedor clave de la zona. Juan Carlos Sorzana, además, fue una figura destacada del ámbito rural, con dos períodos como presidente de la Sociedad Rural de Neuquén.
Tras su fallecimiento en 2023, ese legado ya estaba en manos de Guadalupe. Pero la historia de su regreso comenzó antes, en 2016, cuando decidió volver al sur y empezar desde cero. Recién separada, con sus hijos pequeños, recibió de su padre el impulso decisivo: “Guada, yo te doy unas vacas y con eso arrancá”, le dijo.
El campo “Ojo de Agua”, sobre la margen izquierda de la ruta de salida de Zapala, es hoy el centro de su actividad. Allí comenzó con solo tres vacas. Luego su actual pareja, Manuel, sumó cinco más. Arrancaron ordeñando a mano junto a José, su primer colaborador. Después aparecieron más oportunidades: siete vacas provenientes de un productor de Aluminé, nuevas bajadas, más equipamiento y la incorporación de Jorgelina, que junto a José aprendió todo desde cero y hoy es parte clave del equipo.
“Los primeros 18 litros de leche que vendí fueron una gloria”, recuerda Guadalupe. Resume su actividad como un trabajo constante: todos los días ordeñar, producir, elaborar y vender. Un “kiosquito” que no se detiene.
Con el tiempo logró consolidar su pequeño plantel, criar a sus hijos, alquilar su casa y organizar su producción. Reconoce que el tambo es una actividad exigente, pero hoy puede equilibrar trabajo y vida personal gracias al acompañamiento de su equipo. “Si yo no estoy, ellos saben hacer todo”, asegura.
Del tambo salen leche, quesos, quesillo y dulce de leche, productos que reparte en Zapala y localidades vecinas como San Martín de los Andes, Cutral Co y también Neuquén capital. La venta comenzó de boca en boca, luego se fortaleció con redes sociales y hoy también suma presencia en ferias locales.
Bajo el nombre “Ojo de Agua”, los productos llevan un diseño creado por uno de sus hijos. Guadalupe celebra que el consumidor siga eligiendo lo artesanal. “Hay una movida de volver a lo menos procesado, a lo casero, y eso se valora mucho”, afirma.
Aunque sus hijos no sienten la misma pasión por el campo, ella se siente plenamente identificada con la actividad. “Cuando entro al lugar donde están las vacas es mi cable a tierra”, confiesa.
Convencida del potencial productivo de Neuquén, sostiene que la lechería artesanal puede crecer de la mano del turismo y el consumo local. “Hay muchas familias en este rubro y, bien trabajado, te da un buen ingreso”, asegura.
Fuente: Bichos de Campo






