Gerardo Villosio es tercera generación de productores en su familia. Su abuelo Celestino fue quien en los años 50, con 130 hectáreas ubicadas en Las Varillas, una pequeña localidad cordobesa, construyó el tambo que hoy sigue funcionando, y está cerca de ser conocido a nivel internacional.
Una mejora genética fue la clave del desarrollo productivo. Gerardo junto a Mónica, su pareja, luego de varios análisis e investigaciones, decidieron cruzar la raza Sueca Roja con la Holando Argentino. Ambos son ingenieros, y con biometría aplicada a la producción y reproducción animal, lograron una leche “con más grasa y proteína, con un sabor dulce natural”.
“Somos muy apasionados en lo que hacemos”
“Como tiene más sólidos totales, la producción de dulce de leche necesita menos sintéticos y termina resultando naturalmente cremoso y suave”, detalló el ingeniero agrónomo en diálogo con TN.
Explicó que la incorporación y el posterior cruzamiento de razas se dieron porque observaron que la Sueco Roja “tiene menos problemas de infección, más rusticidad en enfermedades” y, como consecuencia, “durante su desarrollo el animal necesita menos antibióticos, antiinflamatorios”, y eso colabora en la producción de leche de calidad.
Junto a la formación académica de ambos, que tuvieron la posibilidad de doctorarse en Estados Unidos, la tecnología y el trabajo en equipo juegan un rol clave en el establecimiento. “Somos muy apasionados en lo que hacemos, y seleccionamos la leche en función de la temperatura y conductividad. Las luces del sistema automatizado de extracción nos alertan si la vaca tiene fiebre o hay indicios de alguna infección, y por supuesto que esos litros no se destinan a la producción de dulce de leche”, explicó Villosio.
Aunque este desarrollo genético, que es el resultado de “unos 12 años de trabajo”, hace posible que se genere un producto de calidad, Gerardo reconoce que conlleva ciertas desventajas. “Sin esto podríamos estar produciendo unos 45 litros de leche de vaca por día, y así producimos 30″, indicó.
“El producto que hacemos con unas 130 vacas de ordeñe roza lo artesanal, el valor agregado hace que el producto sea gourmet y por su calidad premium, tenemos la idea de exportar”, le contó el ingeniero a TN.
Gerardo aseguró que su presente se lo debe a su familia. “Mi abuelo Celestino era un hombre visionario. Mi papá Ignacio y mi mamá Olga siempre me apoyaron para que estudie, en una época en la que no era usual que los hijos vayan a la universidad en vez de trabajar en el campo”, relató.
En el tambo actualmente viven tres familias, y lograron “encontrar un equilibrio para que haya poca rotación de gente”. “Siento que es parte del legado de Celestino, que hacía mucho trabajo social y le importaba el bienestar de la gente”, dijo.
Mientras avanza con los planes de exportación, Gerardo asegura que el campo es su vida. “Me genera mucha pasión, y Celestino es mi ángel de la guarda. No sé qué sería si él no hubiese empezado con el tambo. Yo me debo al campo, al espacio que permitió que pueda compartir trabajo, tiempo y decisiones junto a mi papá”, concluyó.