La ley de etiquetado frontal ya entró en vigor, y hace algunas semanas nos viene dando un show de disparates que podría ser muy cómico, si no fuera una amenaza más.

La Ley de Etiquetado Frontal dice que busca informar la presencia de exceso de componentes que pueden ser nocivos para la salud en los productos que aparecen en las góndolas de los comercios: hablamos de poner en el mismo nivel de clasificación un paquete de papas fritas o una porción de lácteos.

Resulta que no sólo no cumple esa función que en su discurso describe, sino que se convierte en un atentado contra la industria alimenticia. No educa para la nutrición, adoctrina para el resentimiento: estamos ante una ley arbitraria y nociva.

Los objetivos de la ley de etiquetado frontal son, según dicen, “garantizar el derecho a la salud y a una alimentación adecuada, dar información nutricional comprensible de los alimentos envasados y bebidas analcohólicas para resguardar los derechos de las y los consumidores, advertir a las y los consumidores sobre los excesos de azúcares, sodio, grasas saturadas, grasas totales y calorías y prevenir la malnutrición en la población y reducir las enfermedades crónicas no transmisibles”. 

Parece que todo eso se vuelve claro e inteligible sumando figuras geométricas. Y así es como una porción de queso se vuelve casi un veneno comparada con un vaso de gaseosa. La locura es total.

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Así también aquellos alimentos que tengan más de un octógono negro no podrán ser distribuidos en las escuelas ¡Que los niños se olviden de una merienda con dulce de leche!

Algunos que argumentan a favor del etiquetado frontal, dicen que, por más tabla de información nutricional que haya, casi nadie sabe qué cantidad o porcentaje es un exceso. 

Y la verdad es que la tabla incluye los valores máximos recomendados en una dieta diaria. Es completa. Falta que le enseñen a la gente a interpretarla…. y digamos todo, tampoco es chino mandarín.

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Las tablas se han diseñado para recomendar los consumos de macronutrientes y de micronutrientes seleccionados que mantienen la salud, evitan las enfermedades por causa de deficiencia y permiten un adecuado almacenamiento de nutrientes en situaciones normales. 

Además de que no existe para el gobierno voluntad genuina de educar para la correcta nutrición, resolver la obesidad, la diabetes, la gente sana es menos negocio para los “mercaderes de la salud”, que este show de la decadencia pseudo informativa de lo que nos hace bien o mal comer.

Por otro lado, esa parte de la sociedad que se declara incapaz de comprender las tablas nutricionales come lo que puede. A alguien que con suerte come dos veces al día le importa poco el exceso en azúcares en unas galletitas, o el exceso de sodio en los fideos.

Exceso es un término relativo. Lo que puede ser un exceso para alguien puede no serlo para otro. Los octógonos no tienen sentido. En vez de educar, impiden. En vez de informar, asustan. 

Cómo podría la ley de etiquetado frontal, perjudicar a la industria láctea:

La Ministra de Salud de la Nación Carla Vizzoti, explicó que otro de los objetivos es que las empresas adecuen sus productos en la medida que puedan para que sean más saludables.

Nunca la industria láctea podría estar en contra de que se le facilite al consumidor conocer la información nutricional, pero está claro que algunos objetivos de reducción no serían logrables desde el punto de vista tecnológico.

Los octógonos multiplicándose en los productos lácteos van en desmedro no sólo del consumo interno de productos lácteos, sino también del tan necesario ingreso de divisas por exportaciones, ya que la entrada en vigencia generaría una desventaja competitiva con respecto a otros países, principalmente los socios del Mercosur”, explicaron desde el CIL.

Los yogures tendrán al menos dos sellos de advertencia, por exceso de Azúcares y/o Exceso de Grasas Saturadas, quedando en igualdad de condiciones que otros alimentos de menor calidad nutricional.

Aproximadamente el 70% de los quesos llevará sellos por exceso de sodio y exceso de grasas saturadas, siendo estos alimentos fundamentales para el aporte de altos contenidos de proteínas de muy alto valor biológico, calcio grasas “buenas”, ya que es sabido que las grasas saturadas de origen lácteo no causan daños a la salud como otras grasas saturadas.

En el caso de los yogures, aún haciendo reducciones de azúcares agregados se seguiría manteniendo el sello, careciendo de sentido cualquier esfuerzo que se intente para la reducción de azúcares. El contenido de azúcar agregado debería ser tan bajo que afectaría la palatabilidad y aceptación por parte del consumidor. 

En la mayoría de los quesos no es factible desde el punto de vista tecnológico hacer reducciones que lleven el contenido a menos de 600 mg de sodio/100 g queso. 

Si bien existen algunos tipos de quesos que pueden tener 450-500 mg sodio/100g, son tecnologías especiales que no están al alcance de toda la industria y son tipos de quesos que no tienen un alto consumo en nuestro país. 

La sal no es un ingrediente que se agrega a los quesos para darles sabor solamente, por el contrario, ejerce acciones tecnológicas específicas por lo que valores muy bajos de sodio afectarían la calidad del queso, la conservación y la aceptación del consumidor.

La finalidad de los octógonos es ir en contra de la industria alimenticia. La guerra declarada a los alimentos como parte del plan que nos pone en contra de nosotros mismos.

Se trata de que todos nos preocupemos por cómo nos alimentamos. Los octógonos no enseñan nada. Son una tomada de pelo, una más. Ese es el problema.

El Estado  paternalista que “cuida” sobreprotegiendo  constantemente al ciudadano “promedio” considerándolo ignorante y frágil es como mínimo insultante.

 

Valeria Hamann

 

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