Impulsada por la creatividad, la innovación supone un modo distinto de hacer las cosas. El ingenio humano es el recurso infinito que es capaz de hacer abundantes a todos los demás recursos. En un mundo que está en constante cambio, innovar es una cuestión de supervivencia.
Hace más de 2 millones de años se desarrollaron las primeras herramientas y se comprendió cómo se podía utilizar el fuego. Las recurrentes sequías ¡Sí! ¡Ya había sequías! y la consecuente falta de alimentos de origen vegetal empujaron a nuestros antepasados a la innovación, y buscaron nuevas alternativas para compensar su dieta.
La manera de alimentarnos se transformó para siempre, y con la introducción de la proteína animal en ella, cambió la forma y el tamaño de nuestro cráneo, de nuestra mandíbula y dientes, cambió nuestro cerebro, mejoraron sus funciones y se disparó nuestro intelecto.
El cerebro, que es el recurso infinito capaz de resolver desafíos complejos, dirigió desde entonces la evolución humana, por la vía de la innovación: con la agricultura, la escritura, la rueda, la imprenta, el dinero, con el vapor, el teléfono, el transporte, con las computadoras, internet y la inteligencia artificial. La innovación nos permitió poblar el planeta, y vivir en él más de 90 años.
El crecimiento de la población traía consigo un presagio de pobreza y hambruna, pero el humano innovó, y salió de la escasez gestionando los recursos. Los terribles pronósticos sobre los límites del crecimiento demográfico no se cumplieron, y todavía no nos quedamos sin ningún recurso.
Cuando era pequeña, y antes del drama del agujero de ozono, el cuco era que más pronto que tarde se nos acabaría el petróleo y ya no tendríamos cómo producir energía, pero surgió el fracking y alcanzamos las reservas más profundas. Y también aprendimos que podemos obtener energías más limpias, incluso aprovechando efluentes y residuos, y seguimos innovando en su desarrollo.
Las políticas que pretenden imponer limitaciones a la utilización de los recursos, declarados no renovables, tienen un costo muy alto que la mayoría de las veces, recae en los países y las personas más vulnerables, sin que se tenga en cuenta que lo más probable es que las soluciones reales a los problemas futuros provengan de la innovación y de la tecnología.
Somos innovación y también somos lo que comemos
Las interacciones sociales han sido clave en la evolución humana, pero la alimentación, sin duda alguna fue el principal factor. La proteína animal le proporcionó más potencia y capacidad al cerebro. Los homínidos que la incorporaron iniciaron el camino que nos convirtió en Homo Erectus.
La salud del cerebro y el funcionamiento del cuerpo entero dependen de las proteínas. Las neuronas, formadas principalmente por grasa, se alimentan de glucosa, pero utilizan proteínas para comunicarse entre ellas y para controlar al resto del organismo. Las enzimas, los neurotransmisores y las hormonas que transmiten las señales, están hechas de proteínas.
Lo que comemos, o no comemos, hace la diferencia. Del déficit proteico resulta un cerebro más pequeño, con menos neuronas, menos contenido de ADN y ARN y menos concentración de neurotransmisores. Un desarrollo cerebral más lento y con funciones cognitivas disminuidas, está ligado además a trastornos y enfermedades como depresión, ansiedad, THDA, epilepsia y ciertos tipos de autismo.
La leche, que es también proteína animal, supone más del 22% de las sustancias proteicas recomendadas, y es además una excelente fuente de aminoácidos esenciales.
Está en nuestro ADN, la innovación es el sello de nuestra evolución. Alimentemos nuestro recurso infinito con lo mejor de la naturaleza. Comer carne, y consumir lácteos hace bien.
Usted, Homo Erectus ¿Ya tomó su vaso de leche hoy?
Valeria Guzmán Hamann
EDAIRYNEWS