El kéfir es una bebida milenaria que, tras siglos de historia, volvió a ocupar un lugar privilegiado en las heladeras modernas.
Originario de las montañas del Cáucaso, se obtiene al fermentar leche con una mezcla de bacterias y levaduras que crean una textura ligera, ligeramente efervescente y llena de vida.
Considerado un probiótico natural, el kéfir se impone como alternativa saludable frente a los productos ultraprocesados.
Su fermentación prolongada reduce la lactosa y potencia la presencia de microorganismos beneficiosos para la flora intestinal, lo que mejora la digestión y fortalece el sistema inmunológico.
Según un artículo de Noticias Ambientales, esta bebida se está consolidando como una aliada del bienestar gracias a su aporte de calcio, magnesio, vitaminas B y aminoácidos esenciales.
“El kéfir aporta millones de microorganismos que ayudan a mantener un equilibrio en el intestino y mejoran la absorción de nutrientes”, señala el informe.
En América Latina, el interés por el kéfir crece tanto en hogares como en pequeñas industrias lácteas, que lo elaboran con leche entera, de cabra o incluso vegetal.
Además, su consumo se asocia con el movimiento “slow food”, que promueve alimentos vivos, sostenibles y naturales.
Su versatilidad permite tomarlo solo, con frutas o mezclado en licuados y postres.
Y aunque parece un producto nuevo, su retorno demuestra que la innovación puede venir del pasado: un fermento artesanal que vuelve a ser tendencia global por sus beneficios y simplicidad.