La ola de calor ha golpeado la producción en los tambos. Las vacas lecheras transcurren mejor el frío que la canícula: días largos con calor son menos horas de pastoreo y -además- los pastos no están tan nutritivos; las pasturas encañan y el nivel de nutrientes no es el mismo que en otras épocas. Pero seguramente el factor que explica mejor la menor producción, es económico: los productores están restringiendo gastos y dejando en ordeñe las vacas de mayor producción. Algunos prefieren producir menos pero a un menor costo por litro, que apostar a sostener la producción a costos superiores, que se ‘comen’ los márgenes.
Así, la remisión ha tenido caídas importantes en los últimos meses, cuando se compara con los mismos meses del año anterior (gráfica). No puede dejar de mencionarse, también, la salida de producción de varios tambos, pequeños y medianos.
Mientras, las agroindustrias lecheras han enfrentado una reducción en los precios de exportación que recién en estos últimos meses se ha detenido. Las subastas de productos lácteos en los remates de Fonterra (Nueva Zelanda) salieron de los mínimos en que habían caído, pero se ubican aún debajo de los promedios históricos (gráfica).
Así, las industrias enfrentan el duro dilema de cómo transferir y en qué medida esta situación al productor. Es que en el precio al tambero recaen no solo las referencias de exportación, que no son muy alentadoras, sino los propios costos internos entre su portera y el puerto, que se han elevado sustancialmente en pocos años. Además, el alto endeudamiento también hay que costearlo y todo eso va al precio. Así, el precio medio de la leche al productor está en sus mínimos de los últimos años en términos reales (gráfica). Y como los costos “porteras adentro” también han subido significativamente, en muchos casos los productores están con números en rojo.
A este escenario complicado se suma otro factor: el mercado interno está con una retracción ostensible en la demanda, con ventas que han caído respecto a los meses previos. Esto preocupa porque el mercado interno jugó a favor y fue un aliado valioso para compensar la caída de los precios internacionales a partir de 2015. Hoy, está en baja.
Ante los persistentes reclamos de las gremiales del sector, el gobierno ha tomado algunas medidas paliativas de la situación: rebajas en tarifas a pequeños productores, mayores plazos para los créditos y una corrección en el precio de la leche al consumo. También correspondería asignarle a la movilización gremial su incidencia en el pago de US$ 8 millones de la deuda que tiene Venezuela con Conaprole, lograda por la gestión del gobierno (todavía faltan US$ 31 millones).
Son bienvenidas mitigaciones que -sin embargo- no resuelven los problemas de fondo. Por un lado, Uruguay tiene un serio problema de competitividad-precio: un retraso cambiario que se ha agudizado por la crisis argentina y que dificulta el funcionamiento de las empresas. Esto se sobrelleva extendiendo el crédito y renegociando deudas, con bancos y proveedores, pero tiene un límite: si el tipo de cambio no mejora, la producción no se recuperará y los compromisos financieros se harán más pesados.
Por otro lado, el país en general -y la lechería en particular- están sufriendo las consecuencias de la pasividad comercial de los años recientes, en los que hemos avanzado poco para mejorar el acceso a los mercados externos. Cuando la leche en polvo valía US$ 4.000 la tonelada, eso no era tanto problema. Con los precios actuales, en torno a US$ 3.000 la tonelada, una diferencia arancelaria del 5% ya hace una diferencia relevante.
Más aún en tiempos de cambios en el comercio global, con tendencias proteccionistas. Sin ir más lejos, en Brasil emergió una discusión intensa entre los ministerios de Economía y Agricultura, luego que el primero impulsara eliminar las medidas antidumping contra la leche en polvo de Nueva Zelanda y la UE, que se adicionaban al 28% que fija el arancel externo del Mercosur. Los productores reaccionaron y desde Agricultura se puso paños fríos al asunto, argumentando que las importaciones de Brasil llegan mayoritariamente desde el Mercosur (Argentina y Uruguay). Todo esto aún no ha tenido consecuencias, pero hay que recordar que Brasil -más allá de su volatilidad- es de los pocos mercados donde tenemos ventajas arancelarias (el referido Arancel Externo Común); además, en Brasil los lácteos uruguayos son especialmente apreciados por su calidad.
La competencia por precio seguirá siendo fuerte, pero el sector tiene que seguir apostando a diferenciarse por calidad en todos lados. El asunto es clave -además- porque las exigencias de los compradores en términos de producto, plazos, suministro, también han aumentado en el nuevo escenario de precios. En lechería no puede hablarse de commodities: las leches en polvo son ingredientes alimentarios que exigen altos estándares de calidad y homogeneidad; lo mismo sucede con los quesos y otros productos lácteos para consumo final. Por eso, desde la calidad de la leche en el tambo hasta la eficiencia en los puertos para cumplir con plazos y calidad, cada etapa es relevante.
Las ineficiencias las termina pagando el productor.
Plantas y productores.
Trascendió en los últimos días la posible reactivación de la planta de Ecolat (de la peruana Gloria), ubicada en Nueva Helvecia. Era una excelente agroindustria que cayó en desgracia, entre otras cosas, por un accionar gremial destructivo. Ahora se está gestionando la posibilidad de relanzar la producción, aunque con un alcance acotado. Resta aún concretar el compromiso de productores que quieran remitir su leche. Sin ellos, no hay agroindustria.