Es un juego de palabras, está claro, a todos nos gustaría una lechería circular, en base al concepto que el año pasado describía muy bien Miguel Taverna –coordinador nacional en Lechería del INTA Rafaela, Santa Fe–, “la economía circular en la producción de leche es un concepto superador e integral que tiene como objetivo el uso eficiente de todos los elementos que son parte del sistema productivo”.
Pero no es de esta circularidad de la que quiero hablar, sino de otra. La de dar vueltas como en una calesita, tratando de agarrar la sortija, que alguien decide que hoy te toca a vos, mañana al otro y todos tenemos la ilusión de que somos capaces de ganarla, como si dependiera de nosotros.
La idea de lechería circular se me ocurrió el sábado 22 de este mes, estábamos en la TodoLáctea, cerrando tres jornadas de reencuentro lechero. Habíamos pasado más de dos días hablando con todos los agentes de la lechería argentina, productores de todo tamaño, grandes y pequeños industriales, vendedores de maquinarias, dirigentes de organizaciones, funcionarios políticos. Con la mayoría nos conocemos hace años, y hemos tenido más de una charla.
El hecho de conocernos un poco nos anticipa los temas, sabemos como piensa el otro, qué es lo que quiere o pretende para el sector, pero fue caminando con un empresario pyme mientras el ministro Domínguez recorría la muestra que una de sus frases me cerró la sensación que me llevaba de la muestra. “Ves la carpeta que tiene el ministro en la mano, hace 12 años escribí esa propuesta que nuevamente se la estamos presentando” fueron sus palabras.
Cerca nuestro estaba un funcionario del ministerio y se reía, es como cuando cada año me piden que les envíe el proyecto “tal”, abro el proyecto en la compu, cambio el logo del ministerio, porque seguramente le cambiaron el color, y vuelvo a presentar el mismo archivo año tras año. Es la lechería circular dije.
Somos casi siempre los mismos, hablando de lo mismo, realizando los mismos diagnósticos, proponiendo las mismas soluciones y echando las culpas al chivo expiatorio de siempre. Esa es nuestra lechería circular.
Llevo 20 años en el sector, y es cierto, no es la misma lechería argentina la de hoy que la de ese 2002, pero de eso no se habla. En el medio desaparecieron grandes empresas que eran el paradigma de ese momento, hoy otras que ni terciaban en el mercado están dentro de las líderes. Desde hace esos mismos 20 años la “industria láctea circular” se mira hacia adentro, tratan de sacar una ventajita una empresa sobre la otra, mientras en su conjunto se descapitalizan cediendo patrimonio y cultura a un gremio voraz que las domina absolutamente.
Deben haber cerrado unos 8.000 tambos en estos 20 años, pero la producción no ha caído. En Córdoba la mitad de las vacas en ordeñe están estabuladas, lo que llevo a esta provincia a ser la mayor productora de leche del país cuando en su momento estaba detrás de Santa Fe y Buenos Aires. Los robots de a poco, pero firmemente, llegan a los tambos, una generación de jóvenes comienza a influir en las decisiones empresariales y el temido recambio generacional viene mucho mejor que lo que diagnosticábamos.
Pero seguimos hablando de lo mismo, que retenciones sí, que retenciones no. Que pago de la leche por calidad, que pago de la leche por litro. Que el sector no tiene acceso al crédito, que las ventajas competitivas del clima, que el mundo nos da una oportunidad (y van…). Hasta oí a alguien hablar de la necesidad de tener fosas en los tambos. Yo me refregué los ojos, miré la fecha en mi reloj para tratar de confirmar que estaba en 2022 y no subido al DeLorean de Volver al Futuro.
El mundo avanza, y seguimos subidos al caballo de la calesita de la plaza buscando agarrar una sortija que nos permita dar otra vuelta más, para discutir lo mismo, para sentir que ganamos, aunque todo sepamos que el calesitero te la presta un rato, sólo para que lo vuelvas a intentar una y otra vez.