Los productores tamberos tienen dos parámetros que repiten como el DNI a la hora de calcular el precio que necesitan por litro de leche en tranquera para cubrir sus costos y tener un mínimo de rentabilidad: el equivalente a dos kilos de maíz o uno de soja, o a 30 centavos de dólar.
Con la tonelada del cereal a 18.000 pesos en Rosario y la oleaginosa a 30.000 pesos, significa un valor de entre 30 pesos y 36 pesos. Con un tipo de cambio oficial a 98 pesos, los 30 centavos de dólar de referencia representan 29,40 pesos.
Los últimos datos oficiales, correspondientes a febrero, muestran que los establecimientos lecheros no están logrando alcanzar ninguna de esas líneas de flotación.
El precio promedio que recibieron en febrero fue de 24,20 pesos. Y las liquidaciones de la leche entregada en marzo aún no llegaron, pero según Marisa Boschetti, productora en la zona de Alicia y coordinadora de la Mesa Interna de Lechería de Federación Agraria Argentina (FAA), “se habla de 26 pesos”.
De acuerdo con el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (Ocla), sólo para cubrir su costo de producción un tambo promedio necesitaba en febrero 24,95 pesos. Y si se le suma una rentabilidad de al menos cinco por ciento, 27,74 pesos.
En dólares, 28,1 centavos para no perder dinero y 31,3 centavos para tener una renta mínima, lejos de los 27 centavos efectivamente percibidos. ¿El resultado? Los tambos llevan seis meses en rojo.
Aunque la lechería está acostumbrada a transitar una delgada línea de equilibrio, con permanentes vaivenes y recesiones, para Boschetti “esta no es una crisis más”.
“Para llegar a cero pérdidas, deberíamos cobrar entre 30 y 32 pesos. El saldo negativo es muy grande y se hace insostenible. Se cubre con descapitalización, vendiendo vaquillonas para reposición”, lamenta.
Un parámetro es que el precio local de la leche es el más bajo a nivel mundial. Según la Ocla, en Uruguay el tambero cobra 31,3 centavos de dólar; en Brasil, 32,6; y en Chile, 34. En Nueva Zelanda, por ejemplo, el valor crece a 36,9 centavos.
“¿Cómo puede ser que acá siempre se produzca a pérdida o con conflictos en la cadena? Hay que encontrar la punta del ovillo y trabajar para que esto se solucione”, reclama.
Pese a este escenario negativo, la producción de leche creció 5,1 por ciento en el primer bimestre y la proyección anual es que cierre con un crecimiento del 1,5 por ciento frente a 2020; año en que se registró un salto del 7,4 por ciento, el mayor volumen en cinco años.
“Esto sucede porque la única forma de reducir pérdidas es tratar de ser más eficientes y extraer más litros por vaca, aunque sea una suerte de engaño, porque nos genera deudas impagables. Pero es la única forma de subsistir, porque no todos pueden vender y dedicarse a la agricultura, no es tan fácil”, sostiene Boschetti.
Esta tendencia también se traduce en los números: según la Ocla, en febrero, mientras los tambos que producen más de seis mil litros diarios aumentaron su producción 7,1 por ciento, los de menos de dos mil litros crecieron 3,1 por ciento. Hoy, los establecimientos de más de 10 mil litros, que son apenas el 3,3 por ciento del total, aportan el 21 por ciento de la producción. Los de menos de 2.000, que son el 19,5 por ciento, ordeñan menos: 19,5 por ciento.
Asimismo, la estimación de Ocla es que un tambo chico en promedio tiene una rentabilidad negativa del 1,4 por ciento, en uno mediano el rojo se achica a sólo 0,3 por ciento. Y en uno grande, hay una leve ganancia del 0,8 por ciento.
“Además de cerrarse tambos, se profundiza el proceso de concentración. El futuro es oscuro y difícil, porque el Gobierno dice que trabaja en la lechería, pero están abordando cosas superfluas. Lo primordial que necesitamos es precio, no cambiar los paradigmas de las maneras de producir”, cuestiona la dirigente de FAA.
Industria
Para que los tambos reciban más precio, quienes deben pagarlo son las industrias lácteas. El problema es que, desde el inicio de la pandemia de Covid-19, tienen un “cepo” oficial que les impide avanzar en mejoras: la política de “precios máximos”.
Al no poder aumentar sus productos, las empresas trasladan en cascada hacia atrás esa situación. Y es difícil pensar que esta política se afloje en medio de la fuerte espiral inflacionaria que vive la Argentina. A esto se suma que la crisis económica y la pérdida de poder adquisitivo también son un impedimento para aumentar los precios. Asimismo, en medio de las restricciones que enfrenta el Gobierno, suena complicado que pueda disponer compensaciones como hizo durante la crisis de 2015 y 2016.
“El año pasado, con una inflación del 36 por ciento, tuvimos una autorización de sólo el cinco por ciento. En febrero, el atraso del precio fue de entre 20 y 25 por ciento con respecto al aumento de costos. Esto se traslada al valor que se paga a la materia prima y la consecuencia es que todos los eslabones de la cadena estamos complicados”, señala Ercole Felippa, titular de la cooperativa láctea Manfrey y del Centro de la Industria Lechera (CIL).
Los datos de Ocla también lo certifican: mientras el productor necesita entre 25 y 28 pesos para poder seguir en la actividad, la capacidad de compra de las usinas hoy está en 25,31 pesos, apenas por encima del precio que efectivamente están pagando.
En paralelo, se da la paradoja de una buena noticia que nadie celebra ante este contexto crítico: hoy la participación del tambero en el precio final de los lácteos está en su máximo histórico, 36,7 por ciento.
“En la industria nos estamos desangrando para pagar un precio que permita mantener los ingresos y la producción, pero resulta que a los productores tampoco le sirve, ni siquiera para cubrir los costos. Es un escenario muy complejo”, resume Felippa.
Exportaciones
Nicolás Torre, investigador del Ieral-Fundación Mediterránea especializado en la cadena láctea, coincide: “A este ritmo, van a terminar quebrando tambos chicos y pymes, porque pierden mucho dinero”.
Como ejemplo, un informe que elaboró junto a Juan Manuel Garzón muestra que mientras en el primer semestre de 2020 con el valor de un litro de leche se compraban 2,1 kilos de maíz o 1,2 kilos de soja, ahora adquiere sólo 1,3 kilos o 800 gramos.
Según Torre, el único respirador que tiene hoy en día la Argentina son las exportaciones, traccionadas por un precio internacional de la leche en polvo por encima de los 4.000 dólares la tonelada, la cotización más alta en siete años.
“El problema es que, como en todos los países, es el canal B, no el principal, que es el mercado interno. Argentina está sobreviviendo gracias a que la exportación empuja; si se ablanda, van a morir más empresas. Por el lado doméstico no parece haber posibilidades de que mejore nada: hay que rogar que no haya problemas en China, Brasil o Argelia, por solo mencionar algunos de los principales importadores de lácteos argentinos”, subraya.
Para Felippa, es cierto que las ventas externas son un factor que amortigua la crisis, pero advierte que tiene un efecto acotado. “Sólo 20 por ciento de la leche se exporta, y de eso sólo la mitad es leche en polvo. Incluso, por ejemplo, si bajaran las retenciones podría ser un problema, porque si no se eliminan los precios máximos dejaría en desventaja a las pymes que atienden el mercado local versus las exportadoras”, aclara.