Hija pródiga de la familia Mastellone, La Serenísima encierra la humildad de los grandes. Historia de un gigante que se hizo “desde abajo”.

Un 10 de octubre de 1929, la historia de amor entre don Antonio Mastellone y doña Teresa Aiello dio luz a un feliz matrimonio. Y, tal vez sin imaginarlo, a un verdadero gigante del mundo lácteo. Así como lo oye: el enlace de aquella adorable parejita es también considerado el día fundacional de La Serenísima. Palabras mayores para la industria nacional.
Desde Italia, con amor
¿Qué si don Antonio hubiera imaginado aquel gran desenlace cuando desembarcó en Buenos Aires? Quién sabe. Lo cierto es que, premoniciones aparte, este buen hombre decidió abandonar su trabajo en la quesería Sassari -ubicada en la italiana Cerdeña- para mostrar sus dotes de técnico quesero en la industria láctea de la bonaerense localidad de Junín. Sin embargo, su mudanza a los pagos de General Rodríguez marcaría el comienzo del despegue. Es que allí comenzaron las andanzas en compañía de su hermano José, también venido desde Italia. Quesos mozzarella, provolone y ricota son algunas de las novedosas producciones en las que los Mastellone pusieron manos a la obra; mientras el amor de Teresa comenzaba a merodear el corazón de Antonio. Y, como se dice, el emprendimiento fue todo a pulmón: las exquisiteces elaboradas por los hermanos se vendían casa por casa. ¡Si aquel varieté de quesos era pura innovación en la, para entonces, dieta de los argentinos! Por lo que entrometerse en las heladeras y comercios de la poderosa Ciudad de Buenos Aires era la misión.
Abriendo la cancha
Claro que, el que quiere celeste…que le cueste. Y así lo entendió esta dupla que, a puro sacrificio, transportaba los bultos de mercadería vía tren hasta la estación Once de Septiembre. ¿Fin del periplo de 52km? Claro que no: una vez allí comenzaba la distribución. Caminata o tranvía mediante, los barrios porteños se convertían en hacedores del los lácteos con sello Mastellone. Aquel que, ya en los años 30, se formalizaría bajo el nombre de La Serenísima. Antonio era, para entonces, esposo de Teresa y todo un hombre de familia. Por lo que, más que nunca, continuó alimentando su industria familiar. Y así fue como el año 1935 lo encontró con su primer vehículo de reparto. Se trató de un furgón Fiat 614, modelo 1932. Esta vez fue el hermano Pascual quien hizo las veces de conductor para dar inicio, así, a una cadena de distribución sin fronteras.
Re-evolución
La década del 40 vendría con un pan bajo el brazo…o unos cuantos billetes. Con $40.000 de capital se constituye La Serenísima S.R.L, dando formalidad a una industria que incrementaba su trabajo en paralelo con su número de operarios. ¿El secreto del crecimiento? La meticulosidad y exigencias del clan Mastellone. Así, en los años 50, la medición del tenor graso y la acidez de la leche permitió elevar la barrera de calidad deseada, por lo que los tamberos debieron ajustar tornillos en pos de mejorar la leche producida. Sin embargo, la revolución en materia láctea se produciría en la década del 60. La producción de leche pasteurizada resultó, entonces, un gol de media cancha. ¡No más leche cortada en verano! Qué mejor inicio, entonces, que el mismísimo 1 de enero. Así, es. El primer día del año 1961 las botellas de leche pasteurizada ya aguardaban en las góndolas porteñas. Y, tras apenas 6 años, mutarían su forma: en 1967 hacía su debut el sachet, envase inviolable para tan noble alimento.
Con sello propio
Sin dudas, el desenlace del siglo XX encontró a la Serenísima como una empresa con mayúsculas. Lejos de ser una más en el mundo lácteo, impone el sello de calidad LS y se distingue, así, como una industria situada a la altura de las más altas exigencias de calidad. La introducción de probióticos en un abanico de productos cada vez más abiertos resultó ser toda una pegada; y una muestra más de jerarquía. Leche deslactosada y orgánica, larga vida y en polvo, quesos fundidos y yogures. El inventario de producción parece no reconocer techo aún en nuestros días. Así como tampoco el aporte nutricional extra que se busca otorgar en cada producto. Ya lo decía el eslogan de antaño del que supo adueñarse este orgullo nacional. Clarito y conciso: La Serenísima, la calidad. Casi, casi tan sencillo como el sueño que un día acunaran los propios Mastellone.

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